TALK SHOW
› Por Moira Soto
Ella y él habían actuado en películas de distintos género cuando se encontraron, frente a las cámaras, en Problemas de alcoba (Pillow Talk, 1959) y se produjo un flechazo puramente cinematográfico que se extendió a otras dos comedias: Pijama para dos (Lover Come Back, 1961) y No me manden flores (Send Me No Flowers, 1964), tan exitosas todas que la serie podría haber continuado con esa pareja romántica que tan bien funcionaba en la pantalla: Doris Day como chica un tanto puritana y decididamente peleadora, Rock Hudson con tendencia a la doble personalidad, mujeriego impenitente de soltero o esposo fiel y magnánimo dominado por la hipocondría.
Pisando los 40 años –uno más que Rock–, ella todavía era considerada –según la definición de Terenci Moix– la virgen oficial de América, aunque estuvo a punto de parir en los finales de Problemas... y Pijamas..., pero como nunca se la veía en situaciones sexuales, hasta se podía sospechar que había habido una colaboración del Espíritu Santo. En la vida privada, Day tuvo historias sentimentales menos divertidas con maridos problemáticos y en algún momento, las publicaciones escandalosas la acusaron de ninfomanía... Hudson, por su lado, fue un galán adorado por las mujeres a partir de su participación en los grandes melodramas de Douglas Sirk (director que apreciaba muchísimo al actor): Sublime obsesión (Magnificent Obsesion, 1954), Lo que el cielo nos da (All that Heaven Allows, 1955), Escrito en el viento (Written on the Wind, 1956), Angeles empañados (Tarnished Angels, 1958). Durante varios años figuró a la cabeza de los galanes favoritos de todos los públicos.
Durante 36 años, escribe Sara Davidson en Rock Hudson, su vida (Sudamericana, 1986), biografía en la que participó el propio actor con testimonios, así como sus amigos cercanos, “había construido y protegido una imagen de héroe romántico (...), había vivido con el temor de que se descubriera la verdad (...). Años de asistir con mujeres hermosas a estrenos para después irse a su casa con el hombre a quien quería. Años de tener mucho cuidado de mostrarse en público con demasiados muchachos... La prensa lo sabía todo y protegía a Rock”. Y no solo a Rock, claro, sino también a la Universal y otros sellos para los que semejante estrella representaba un gran negocio mientras mantuviera su fachada de Señor Normal, alto, apuesto y saludable.
Hasta que en mayo de 1984, cuando su carrera ya había declinado, Rock Hudson supo que tenía sida. En los primeros momentos, alimentó vanas esperanzas de curarse, pero cuando el deterioro avanzó, aconsejado y respaldado por amigos y amigas, dio a conocer públicamente su enfermedad y simultáneamente su condición de homosexual, que tantos desvelos le había costado ocultar públicamente. Incluso había llegado a casarse con Phyllis Gates, una mujer a la que sin duda quería y que después de su muerte declaró que el matrimonio no había sido arreglado. Pero era el momento justo de su ascenso estelar y el periódico sensacionalista Confidential había amenazado con revelar la doble vida de RH, que, por otra parte, era una persona muy querida y respetada por la gente que lo trataba. Se llevó muy bien con compañeras de rodaje como Jane Wyman, Elizabeth Taylor (que lo acompañó hasta último momento) y por supuesto, Doris Day. De hecho, la última presentación pública, ya muy desmejorado, la hizo en el show Los mejores amigos de Doris Day. “Extraño nuestras risas”, decía Doris. “Tenemos que volver a filmar juntos”, decía Rock...
“Tuve que aprender de Doris a hacer comedia: ella sabe”, declaraba Hudson en tiempos de Problemas... También recibió lecciones del director Michael Gordon: “Encaro este género como si se tratara del relato más serio del mundo. Si pensás que estás haciendo algo gracioso, nadie lo creerá”. Dotado para la actuación, apenas con algunas clases de colocación de la voz y de dicción en la Universal, Rock entendió que la comedia tenía que ver con cierta velocidad y con la transmisión de pensamientos, que lo cómico que estaba dado por la situación no debía subrayarse en el género. La empatía con Doris fue instantánea, se divirtieron como niños, se tentaban haciéndose morisquetas, tanto que el rodaje se alargó.
Aunque de distintos directores y guionistas –Stanley Shapiro tuvo colaboradores diferentes en las dos primeras, Julius Epstein escribió la tercera–, las tres comedias tienen un formato familiar no solo en las escaramuzas que enfrentan a los protagonistas: en todas, Rock Hudson se desdobla en otro personaje. El compositor de Problemas... se hace pasar por un texano pajuerano; el publicista de Pijama..., igualmente donjuanesco, asume la personalidad de un químico que no sabe nada de mujeres, mientras que el marido de No me manden flores, hipocondríaco, por causa de un equívoco actúa como un enfermo terminal. Paralelamente, el personaje Doris –profesional destacada en dos casos, habitualmente de genio vivo y ánimo revanchista– de siempre tiene una identidad tan unívoca como su pelo batido y laqueado. Por otro lado, en las tres comedias se esboza una suerte de triángulo virtual a través de los personajes que hace Tony Randall, ya pretendiente de Doris, ya heredero de una empresa, ya vecino, siempre amigo y confidente de Rock: en la última comedia, ambos comparten cama matrimonial cuando Doris echa a su marido por creerse engañada. Por si hicieran falta más guiños, en Problemas... Rock sugiere que podría ser gay para lograr su conquista, y en Pijamas..., después de que ella –vengativa con motivos– lo deja de noche desnudo en la playa, Rock es recogido por un transporte de peletería y se baja del vehículo en Manhattan solo ataviado con suntuoso tapado de piel...
Especial Rock Hudson & Doris Day,
mañana sábado desde las 13 por Retro:
Problemas de alcoba a las 13 (repite lunes 21 a las 14).
Pijama para dos, a las 15 (repite martes 22 a las 14).
No me manden flores, a las 17,10 (repite jueves 24
a las 14).
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