RESCATES
Ya no es sólo la abuela que le regaló el apodo a Copi o la alocada mujer de Natalio Botana que organizó la fuga del anarquista Simón Radowitzky: en los últimos años, Salvadora Medina Onrubia está siendo reivindicada a través de la edición de sus obras teatrales, una de las cuales, Las descentradas, se estrena mañana.
› Por Moira Soto
Quién lo hubiera dicho en los tempranos ’70, cuando se apagó silenciosamente su vida y ese dolor por la muerte de su hijo mayor que mitigaba con éter y morfina: Salvadora Medina está en el candelero, recuperando un lugar que le fue largo tiempo negado. A la edición de Las descentradas y otras piezas teatrales (Biblioteca Nacional y Colihue, 2007) dentro de la colección Los Raros, hay que sumar publicaciones anteriores como la biografía de Emma Barrandeguy (Vinciguerra, 1990), la propia pieza Las descentradas (Tantalia, 2006, colección Rarezas), con prólogo de Sylvia Saítta (también autora del excelente trabajo Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, Sudamericana, 1998), donde se perfila netamente la figura de Salvadora, también mencionada en 100.000 ejemplares por hora, Memorias de un redactor de Crítica, de Roberto Talice (Corregidor, 1989), lo mismo que en El tábano, Vida, pasión y muerte de Natalio Botana, de Alvaro Abós (Sudamericana,2001).
Por cierto, también han ido apareciendo algunas notas periodísticas en la última década, como la de Alicia Villoldo-Botana (“Los Botana: política y alcoba”, Clarín, 15/7/01), esposa de Jaime “Tito” Botana (uno de los hijos de Salvadora y Natalio). Villoldo-Botana habla desde adentro, pasándoles el plumero a algunos mitos y leyendas, y reforzando otros. Por ejemplo, afirma que Salvadora (23/3/1894) era hija de “Brasitas de Fuego”, una ecuyère que bailaba sobre un tambor en el circo. Lo que se dice un punto de partida francamente novelesco, digno de un folletín de antaño. Respecto de la muerte del hijo mayor de Salvadora, a los veintipico, la cabeza destrozada por un disparo de pistola, Villoldo-Botana reconoce: “Nunca se supo si fue un suicidio o un accidente, y tampoco sabemos (en caso de que se hubiese suicidado) si lo hizo porque su madre le contó que no era hijo de Natalio sino de un señor de buen apellido”. La firmante de este artículo da fe de lo mucho que ayudó Salvadora a los anarquistas rusos, españoles, italianos y argentinos, afirmando que la primera socia mujer de Argentores era feminista, teósofa, que el legajo de su prontuario policial por actividades anarquistas llevaba el número 21849 y que “murió en su cama en 1972, no lejos de su mesita de tres patas...”
“Me parece que esta puesta en escena de Las descentradas que se estrena ahora, se inscribe dentro de un movimiento que está teniendo lugar en los últimos años: la recuperación de la figura de Salvadora Medina Onrubia”, dice Sylvia Saítta, investigadora y ensayista. “Hace casi quince años me topé con ella de casualidad. Venía trabajando sobre el diario Crítica y me encuentro con este personaje tan singular. Empecé a leer sus cuentos, luego sus obras teatrales. Me quedé fascinada con esta figura por todo lo que implica: primeramente, una militancia política que es muy fuerte en sus comienzos. Ella es la primera mujer que habla en público en un acto del 1º de Mayo, su foto aparece en La Protesta, situación que trae discusiones en el interior del movimiento anarquista, por su condición de mujer, claro. Pero más tarde no se la reencuentra dentro de una militancia más orgánica, aunque sí se convierte en personaje crucial para la liberación de Radowitzky, con muchísima iniciativa. Y si una lee las páginas gremiales de Crítica se tropieza con personajes bien cercanos a Salvadora: una pata anarquista fuerte en un diario que no se caracterizaba por tener esa tendencia. Por otro lado, está esa atracción de ella por las ciencias ocultas: miré revistas de teosofía donde aparecen sus poemas y artículos. En tercer lugar, fue una periodista activa, y finalmente, escritora de ficción y dramaturga. Todos estos aspectos arman una figura de lo más interesante, que tuvo un comienzo y momentos de gran apogeo, y que se fue deshilvanando a lo largo de los años. Su última obra de teatro, reeditada hace poco por primera vez, Un hombre y su vida, es de 1936. La más política de sus piezas, donde aparecen sus temas de siempre: la situación de la mujer en sociedades fuertemente patriarcales, tanto en lo privado como en las leyes. Sus piezas tienen hipótesis y tesis muy fuertes, por eso me parece apropiado que Las descentradas se presente en un teatro independiente”. Saítta se detiene en el comentario de los cuentos de Medina Onrubia, “escandalosos para el momento en que fueron escritos. En “Akasha” –ya en ese título está la marca teosófica–, por ejemplo, la acción transcurre en la casa de una abortera, tocando un tema del que no se hablaba públicamente en esa época. Creo que sólo Roberto Arlt lo menciona tan temprano en la literatura argentina”.
“Personaje extremadamente inasible”, define la autora de Regueros de tinta a Salvadora Medina Onrubia. Madre soltera muy joven, luego tuvo tres hijos con Natalio Botana, y recién cuando nació una niña, Georgina Nicolasa –“la China”–, Salvadora decidió que, considerando la situación desigual de la mujer, convenía legalizar la unión con Natalio, para que su hija no fuera, además de mujer, ilegítima. “Después de la muerte de Natalio, ella queda a cargo del diario. Según uno de sus hijos, Helvio, a partir de la muerte del mayor, Salvadora ya no fue la misma. El testimonio de Emma Barrandeguy, su secretaria con la que mantuvo una tensa relación de amor-odio, dice que Salvadora era una mujer tremendamente difícil, muy inestable. Pero no hay nada que explique por qué ella dejó de escribir en los años ’30. La he reencontrado más tarde en agrupaciones de mujeres, con estas ideas que alimentaba ella: ni reformismo socialista, ni el movimiento feminista ortodoxo. Uno de sus personajes de teatro, Gloria, su alter ego, dice: ‘No queremos ser como los hombres, no queremos lo que tienen los hombres’”.
Casi se podría pensar que SMO intuye el feminismo de la diferencia que tuvo cierto predicamento en Francia. Sylvia Saítta considera un hallazgo extraordinario el título de la pieza Las descentradas, “porque define a partir de ese momento una categoría de mujeres que hasta entonces no estaba nombrada así en la literatura argentina. Efectivamente, la propia Salvadora no encuentra un ámbito donde articular sus ideas, eso es lo que la hace tan difícil de ubicar. La seguí en los ’30 pensando: acá se tiene que encontrar con Victoria Ocampo, pero no. En otro momento, ya más familiar y particular, me dije: acá se toca con Alfonsina Storni, pero tampoco. No encontré ese rastro aunque hay algunas semejanzas en la literatura de ambas. Me gusta pensar a Salvadora Medina Onrubia en relación con Roberto Arlt, ambos cruzan materiales parecidos en el plano del delirio, en el plano del desafío: las descentradas en ella, el advenedizo en él”.
Después del suceso de crítica y de público de Remedios para calmar el dolor (cruce de textos de Lamborghini y Uhart, con gotas de Flores de Bach) y de Hablar de Amor (versión teatral de un cuento de Carver), el director Adrián Canale y la actriz Carolina Tisera se vuelven a encontrar en un sorprendente proyecto común: Las descentradas, obra estrenada en la desaparecida sala Ideal el 9 de marzo de 1929 y luego muy raramente representada (en 1999, Javier García ofreció una puesta en el Bajo corrientes, con Victoria Palermo y Marcelo Nacci). Mañana sábado a las 22.30 tendrá lugar el estreno de esta pieza de Salvadora Medina Onrubia en la que, además de Tisera en el rol protagónico, actúan Martín Urbaneja, Silvina Katz, Corina Bitshman, Paula Jmelnitzky, Sergio Di Florio, Verónica Seara, Javier Sebastián y Tian Brass.
Adrián Canale: –Es un descubrimiento reciente para mí: me acercó este texto una alumna –la intérprete del personaje de Gloria, Mónica Ceara–, en la edición de Tantalia. Me encontré con una obra muy sólida, bien escrita. Y también con un gran personaje de la vida real, su autora, Salvadora Medina Onrubia, a quien apenas conocía a través de la historia del diario Crítica, habitualmente centrada en Natalio Botana, su marido. A mí me gusta mucho la dramaturgia de los años ’20, ’30, época de gloria para el teatro nacional. Trabajo mucho en las clases con Discépolo, González Castillo... Y justamente esta obra se estreno a fines de los ’20. Lo primero que me llamó poderosamente la atención fue el título: Las descentradas me pareció un hallazgo por todo lo que podía sugerir en esas fechas. La leí y decidí llevarla a escena lo antes posible. Como te decía, me impactó la calidad de su escritura, la riqueza del lenguaje literario, su consistente estructura.
Carolina Tisera: –Conocí el texto a la par de Adrián y nos encantó por varios motivos: la temática que tiene ecos en el presente, los logros como pieza dramática, el tratamiento de los personajes. Después, como nos pasó a todos los del equipo, me empecé a interiorizar sobre esta autora, a leer artículos y biografías, me conmovieron su audacia y su compromiso con determinadas causas. Me resulta llamativo que, hasta hace pocos años, nadie parecía recordarla ni mucho menos apreciarla como escritora, como dramaturga: apenas se la mencionaba como la mujer un poco extravagante de Natalio Botana. Ella se animó a criticar los manejos de la política, la hipocresía social, el lugar asignado a la mujer, a denunciar la corrupción política... Cuestiones que de una manera u otra mantienen vigencia. Y sí, es verdad, ella trabajó el melodrama, un género tan noble como cualquier otro, con sus leyes propias. Pero respecto del cual siempre ha habido un cierto prejuicio. En este panorama teatral actual, donde hay bastante dramaturgia de la improvisación, mucha familia disfuncional y cierto enfriamiento de las emociones, hacía falta un poco de atrevimiento para presentar Las descentradas en un lugar como Puerta Roja. Un texto con peso propio, un relato bien desarrollado, donde no se puede sanatear con nada: hay que entender realmente lo que se está diciendo y trasmitirlo tal cual. Elvira, mi personaje, y Gloria, su amiga, tienen mucho que ver con esa Salvadora que siempre estuvo un poco descentrada, entre el Rolls Royce y ayudar a escapar de la cárcel a un anarquista...
Martín Urbaneja: –Yo también me acerqué a Salvadora a partir de Las descentradas. Ella fue un personaje increíble, una mina muy peligrosa para su época, tanto por sus acciones concretas como en su literatura. Creo que nació adelantada a su tiempo, con un arrojo y una energía excepcionales. Me imagino que dentro de ese ámbito social y cultural que la rodeaba por su unión con Natalio Botana, ella era como una bomba de tiempo. Una mujer llegada del interior, soltera, muy joven, con un hijo, que se fue haciendo a sí misma. Salvadora está muy presente en la obra que estamos estrenando, hay rasgos autobiográficos en dos personajes femeninos, expone su visión de la política y de la situación de la mujer en ese momento: su ideología se trasluce pero integrada a la acción dramática. Elvira es un personaje de muchas facetas, nada lineal, que puede contradecirse en algún momento, pero de indiscutible grandeza dentro de un relato que maneja perfectamente la estructura del folletín, la evolución de una intriga. Cuando leí esta obra, tan bien construida, me pareció extrañísimo que no se haya representado a lo largo de tantos años, que nunca haya aparecido en un teatro oficial...
A.C.: –Sí, uno de los temas que Salvadora trata aquí es el de no encajar, no estar cómodo en ningún lado, sentirse en desacuerdo respecto de lo cultural, lo ideológico, como si hubiera un desajuste profundo en Elvira. Pareciera que la protagonista siempre está tratando de correrse del lugar que le ha tocado socialmente. Pero no sabe bien cómo proceder, eso es lo interesante en ella. Elvira es el eje total de la narración, y en el tercer acto, Gloria se recorta como un alter ego de ella. Creo que Las descentradas es la pieza de teatro más valiosa de Salvadora, la más contundente. Me parece que está bueno reivindicar a esta mujer de vida tan intensa, que se involucró sinceramente con los anarquistas, tan creativa y osada.
A.C.: –Son llamativas las coincidencias que la autora tiene con la protagonista. En el recorrido que hace Elvira se puede encontrar un paralelo, tanto en la personalidad como en el camino que transitan. Pero debo decir que hay algo de ese recorrido de Elvira que me resulta misterioso, no se terminan de despejar sus ambigüedades. Sin duda es un gran personaje, tan lleno de vida y de inquietudes, atravesado por esa incomodidad. Confieso que me costó mucho agarrarlo...
Tanto Carolina como Martín vienen de hacer piezas tan contemporáneas como Hablar de amor y Ciudadela, respectivamente. ¿Cómo fue el acercamiento a personajes de hace más de medio siglo? ¿Trabajaron con referentes concretos?
C.T.: –Por supuesto que entre otros referentes hubo imágenes de mujeres como Victoria Ocampo, de mujeres polémicas de la cultura que se salieron del marco tradicional a través de su conducta, de su obra, del compromiso con ciertas ideas. A partir de una foto de Cocó Chanel, recostada sobre una chaise-longue con un cigarrillo, se me dispararon imágenes que me servían para Elvira, una mujer refinada, sensual, pero con una fuerza de rebeldía que la hace diferente. La idea es que esté toda la obra de pantalones, con distintas blusas, abrigos. Me gusta mucho la moda masculina tan sofisticada de Marlene Dietrich, esos pantalones bien altos en la cintura, pinzados, rectos, que también adoptaron otras actrices personales de la época, como Katharine Hepburn, Greta Garbo... Esa línea neta del vestuario se combina con alhajas porque Elvira –al igual que Salvadora– está acostumbrada al lujo, no desdeña esos signos de status. Ella no aparece como una militante revolucionaria vestida de fajina, digamos. Es una mujer que se está debatiendo continuamente, navegando a dos aguas.
A.C.: –En el cine de los ’30, Joan Crawford, Bette Davis podrían haber encarnado a esta heroína. De hecho, para encontrar el color de la actuación de Carolina pensamos mucho en estas divas de los ’30, con ese pathos tan fuerte. La idea era no hacer una interpretación meramente naturalista, ni tampoco una cosa ultramoderna que traicionara el texto, sino más bien aludir a un tono de la época en que se escribía distinto, había otras costumbres, otros gestos...
M.U.: –Para los actores de mi generación puede ser una apuesta difícil una obra como Las descentradas, pero a la vez muy incitante. Tratar de acercarse al género sin desvirtuarlo, encontrar el camino adecuado, averiguar cómo se dice este teatro de ideas, de texto que, entre otras, muestra sutilmente la forma en qué se adoctrina a las mujeres. También es un desafío para el público de teatro alternativo: vengan a escuchar también, porque me parece que los espectadores están corridos de este tipo de teatro de emociones y de pensamiento, con un lenguaje pulido. Cuando leés un texto como éste, se evidencia la pobreza de palabra, de lenguaje literario de cierto teatro actual. A mi personaje, el periodista Juan Carlos, le interesa denunciar la corrupción, pero también está detrás de la primicia, quiere lucirse en su profesión, no es un idealista sin fisuras. De él me gustó esta cosa de ser como el galán del melodrama, esa figura un tanto arquetípica del género. Pero este hombre, más allá de ser un seductor, es un tipo inteligente, canchero, irónico, tironeado entre dos amores bien distintos. Un tipo que el día de la celebración de su compromiso con la que vendría ser la damita joven e inocente, Gracia, le pasa esto tan fuerte con la amiga mayor de su novia, Elvira, que lo trastorna. Como puntapié inicial, esta situación para un actor es buenísima: caer en ese deslumbramiento que casi hace desaparecer todo lo que te rodea en la misma noche en que estás dando tu palabra de casamiento a otra mujer a la que creías amar. Me ayudó mucho el cine de esas décadas, muchas películas argentinas fijándome cómo se paraban, tomaban un vaso, fumaban... El vestuario también te impone, por ejemplo, una manera de caminar: creo que es la primera vez en mi vida que me pongo zapatos, también te da otro porte llevar corbata, chaleco, estar peinado... Otra cosa que me interesa mucho de Juan Carlos es que hace una travesía bastante femenina, digamos, desde cierta tradición: porque él termina destruido, desesperado, sufre una decepción amorosa brutal, sufre mucho por amor, un lugar que suele estar reservado a las heroínas, que se considera femenino. El es el abandonado, el rechazado. Es verdad que esta situación se debe al sacrificio personal de Elvira a favor –cree ella– de su amiga Gracia, pero eso él no lo sabe. Me atrajo mucho ponerme en ese lugar habitualmente reservado al rol femenino.
A.C.: –Sí, había que respetarla casi en su totalidad por la forma en que está escrita, todo tiene un sentido, está relacionado. También mantenemos el intervalo de 10 minutos entre el primero y el segundo actos, como se hacía antes. No sólo para algún cambio escenográfico sino como un homenaje a aquellos tiempos de Salvadora, convidando a la gente con una copa de vino. Esto antes de la segunda parte de Las descentradas, más vibrante, donde se ahonda y se resuelve dramáticamente el conflicto.
A.C.: –Es una excusa poética, un agregado que, sí, creo que acerca al mundo de esos años en que el tango narraba cosas muy concretas de la realidad. Hay un trabajo de Viñas sobre Discépolo, Grotesco, inmigración y fracaso, y existen otros estudios donde se puede ver el recorrido que va del sainete al grotesco, cómo se van tocando con el tango en la temática. Como dije, una época muy creativo en lo artístico, que aprecio mucho. Por eso, descubrir a Salvadora Medina Onrubia fue algo genial. Cuando esta pieza empiece a cruzarse con el público, después del estreno, creo que voy a entenderla mejor.
Las descentradas, los sábados a las 22.30 a $ 20 (con descuentos) en Puerta Roja, Lavalle 3636, 4867-4689.
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