EXPERIENCIAS
De visita en Buenos Aires, María Teresa Prieto ofrece un panorama de la situación actual de las mujeres que trabajan en Venezuela. Entre proyectos y nuevos posicionamientos, una reflexión sobre lo que hay y lo que falta.
› Por Gimena Fuertes
María Teresa Prieto es la directora del Instituto Nacional de Prevención, Salud y Seguridad Laborales (Inpsasel), un organismo autónomo adscripto al Ministerio del Trabajo de Venezuela, equivalente de la Superintendencia de Trabajo de Argentina. Desde allí impulsa la participación de los trabajadores en la prevención de riesgos laborales mediante la elección de representantes denominados como delegados o delegadas de Seguridad y Salud en los lugares de trabajo, que también vela para que las normas de seguridad no se conviertan en un instrumento de discriminación para las trabajadoras. “Si me dicen ahorita de ir a trabajar a una empresa de autopartes no voy, pero un hombre tampoco debería ir porque las condiciones son muy precarias. La lucha es por espacios y puestos de trabajos dignos y saludables, independientemente del género o edad, porque debería ser seguro para todos”, sintetiza la funcionaria bolivariana.
En Venezuela no hay ley de cupo sindical femenino, la mayoría de los sindicatos se organiza por empresa o por grupo de empresas, aunque también los hay por rama. Las mujeres están concentradas en actividades específicas como la industria textil, la manufactura del calzado y los alimentos, y en la metalmecánica, la industria pesada o la manufactura predominan los hombres.
Desde que se reformó la ley de trabajo en Venezuela, en julio de 2005, ya hay 55.000 delegados y delegadas de seguridad laboral. “La ley establece que por cada centro de trabajo exista una persona que vele por las condiciones de salud y seguridad, que a su vez coordine acciones con el delegado sindical. A gran parte de la dirigencia sindical no le interesa la salud y la seguridad, se preocupan sólo por el aspecto salarial, y si en las negociaciones meten una cláusula de salud, es sólo para negociar”, sostiene Prieto, socióloga especializada en trabajo, en el área de la salud ocupacional, quien pasó por Buenos Aires para brindar una charla a integrantes del Taller de Estudios Laborales (TEL).
–Las condiciones en el trabajo afectan más a las mujeres que a los hombres según la actividad. Hay actividades en las que las mujeres están más expuestas, pero eso también depende de cómo se lleva a cabo el proceso de trabajo. En las estaciones de servicio, por ejemplo durante el embarazo, las playeras están paradas y expuestas al monóxido de carbono, o al levantamiento manual de cargas. Creemos que con control de las condiciones difícilmente un puesto pueda ser sólo para hombres.
–Las mujeres tienen una participación activa en la defensa.
Delegadas mujeres sindicales hay pocas, mientras que las de salud y prevención son muchas. Los valores socioculturales que dan vuelta hacen que se perpetúen las cosas. La participación de las mujeres es muy importante y hay que impulsarla. Pero también hay que trabajar en la conciencia de los varones para que entiendan que las mujeres debemos participar. La cultura que tenemos en América es machista, nos anuló. Mi mamá sigue siendo un ama de casa que no ve más allá. En la movilización, con las trabajadoras marchando, la participación política es real, van a las marchas con los hijos, pero a la vez van creando valores, se van socializando.
–La exclusión afecta más a las mujeres porque quedan invisibilizadas en el trabajo en el hogar y en la crianza de los hijos. Estamos llevando a cabo un proyecto que consideramos innovador, una red de facilitadoras de salud y seguridad del trabajo pero que empiece desde el hogar, donde se revisen las condiciones de seguridad interna de la casa que, muchas veces, son causa de accidentes en la población infantil.
El mensaje que queremos llevar al seno de la familia con el proyecto amas de casa es que hay que empezar a delegar. No es algo fácil, pero que se va dando: como las mujeres tienen que cumplir misiones en la comunidad y ya no tienen tiempo para lavar, nacen nuevos valores. No se hace nada desde lo teórico, nace como idea que va a la práctica y se devuelve para volver a pensar.
Los niños no deben trabajar porque se arriesga todo su futuro más cercano. Pero con respecto a los adolescentes, más que erradicar el trabajo, lo que hacemos es meternos en ese mundo, lo visibilizamos y analizamos qué lleva a ese adolescente a trabajar. No hay que sacarle la posibilidad de trabajar a una persona que tenga 14 o 16 años y hacerlo esperar a los 18, pero sí hay que tener en cuenta cuáles son los trabajos que afectan a su desarrollo. Hay que analizar qué es lo que lleva a la deserción escolar y a la búsqueda de trabajo. La pobreza es una causa, pero también hay que ver cuánto de consumismo y del proceso de transculturización hay en esa elección. En una de nuestras investigaciones preguntábamos: “¿Por qué trabajas?”. Y nos respondían: “Porque quiero esas zapatillas”. Y claro, sin dinero no lo va a conseguir. Creemos en la posibilidad del trabajo para los adolescentes si están en puestos protegidos. Si el puesto está protegido puede trabajar un hombre, una mujer o una adolescente. ¿Y en las estructuras estatales, hay trabajadoras en puestos decisorios?
En el Inpsasel hay mayoría mujeres, técnicas, ingenieras, médicas. Creemos en la inclusión, respetamos los principios de género, hasta en los textos que producimos cambiamos los lenguajes. Los y las integrantes de la planta del instituto son muy jóvenes. Se empieza a ver un aumento en la participación de las mujeres en Venezuela, en forma más activa en las misiones, las organizaciones de mujeres y las delegadas de salud y las sindicalistas en las empresas. Es el ánimo de la revolución el de buscar y sacar a las mujeres del hogar y ponerlas a participar como protagonistas y organizadoras. Desde el Estado nos propusimos superar esta invisibilidad.
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