TALK SHOW
› Por Moira Soto
No se sale incólume de ver una pieza como La música, de Marguerite Duras, interpretada con impecable afinación por Osmar Núñez y Patricia Palmer, bajo la dirección de Dora Milea, en una puesta recientemente estrenada que suma aportes a favor: la iluminación de Leandra Rodríguez, la escenografía y el vestuario de Alejandro Mateo, la música de Nicolás Diab. No se sale indemne, obviamente, si se tiene la suerte, el placer, el dolor de conectar con el universo Duras, tan humano y tan abismal. No se trata tanto de entender a la genial escritora como de dejarse tomar por ella, incluso físicamente, por su escritura, por su música, en este caso a través de los diálogos y los silencios de Anne-Marie y Michel, una mujer y un hombre que se amaron apasionadamente hasta que ella empezó a ponerse triste, a alejarse hacia jardines secretos. Se separaron hace dos años y ahora se reencuentran brevemente en el hall del hotel donde vivieron los momentos más felices –¿tres meses?, ¿seis meses?–, con el pretexto de un trámite de divorcio que, en rigor, no requería de la presencia de él para la sentencia. Pero Michel y Anne-Marie querían volver a verse, sobre todo él, que no se ha resignado a perderla para siempre, aunque ahora tenga una novia que lo llama por teléfono al hotel porque ha adivinado los verdaderos motivos de Michel para viajar.
Dora Milea se enamoró de esta bellísima pieza cuando vio la puesta que Silvio Lang presentara primeramente semimontada en la Alianza Francesa y luego estrenara en La Carbonera, un espacio donde habitualmente trabaja la directora. “Me quedé con el deseo de tomar este material, en esta traducción de Jaime Arrambide y Mirta Rosenberg. Me identifico mucho con la mirada de Duras, es una escritora que no paro de leer, me deslumbra su inteligencia emocional, me seduce su manera de transfigurar la realidad de forma tan poética, comprobar hasta qué punto una puede descubrirse a través de sus textos. Actualmente, estoy con El navío Night, un relato que me gustaría llevar al teatro, ya tengo pensada la forma de hacerlo. Dice Milea que desde el vamos pensó en Patricia Palmer y en Osmar Núñez, a quienes veía nítidamente en los roles protagónicos. “Con Osmar nos conocemos desde hace mucho, veinte años atrás fue el primer actor que dirigí, nos acompañamos en nuestras respectivas carreras y estaban latentes las ganas de volver a hacer cosas juntos. Descubrí el potencial actoral de Patricia cuando la dirigí en Rudolph, me encanta su compromiso con el teatro.”
Dora Milea cree que La música es una partitura perfecta que fue templándose a medida que la ensayaba y afloraba su ritmo interno, las notas justas. “Los silencios resultan muy elocuentes una vez que descubrís lo que se está diciendo desde esa pausa. Y ese hallazgo te lleva a darte cuenta de cómo hay que decir lo que está expresado verbalmente. Ha sido un trabajo alucinante y muy movilizador porque, en definitiva, más allá de la anécdota se trata de una reflexión sobre el amor.” A Milea le importa remarcar que trabaja por primera vez “con un productor de verdad: un señor al que le gusta mucho el buen teatro y decidió arriesgar, Carlos Gallegos. Es buenísimo que aparezca gente que apuesta al teatro con esta actitud: él está en todas las funciones, emocionándose con el reencuentro fugaz pero muy intenso de Anne-Marie y Michel”.
Una pareja común y corriente que se casó y se estableció en una casa (cuyos muebles en depósito ninguno quiere ahora) como todo el mundo, aunque sus momentos más altos los tuvieron en ese hotelito impersonal, despegados quizá de las rutinas domésticas. La evocación de esa dicha absoluta, cuando aún eran muy jóvenes, se enturbia con el fantasma de las escapadas de ella, primero sola al cine, a las carreras, a bailar, luego ese viaje a París, ese regreso con Michel –que ya había estado con la chica extranjera– esperándola en el andén. La revelación de tremendos secretos de uno y otra, el olvido de ciertos hechos y el recuerdo de otros que permanecen a plena luz. “¿El infierno, por ejemplo?”, pregunta él. “Por ejemplo”, responde ella. Sólo que Michel, al revés de Anne-Marie, que aspira a vivir tranquila, preferiría correr el albur de volver al infierno, antes de perderla para siempre si ella se va, como proyecta, al extranjero.
Detrás de cada línea del diálogo, de cada una de las pausas, se va desplegando cada vez con mayor grosor –a través de alusiones, de insinuaciones, de detalles aparentemente nimios, de trazos fulgurantes pero incompletos– toda la complejidad en esta relación de pareja, hasta que el distanciador y ceremonioso usted con que se venían tratando AM y M estalla en el ruego de él, el voseo de la desesperación, la enunciación de un deseo profundo.
La música, los viernes y sábados a las 20.30, los domingos a las 21, a $ 35, en el Teatro del Nudo, Corrientes 1551, 4373-9899.
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