Viernes, 6 de junio de 2008 | Hoy
EXPOSICIóN
Hasta el 30 de junio, se puede visitar en las Galeries Nationales du Grand Palais, de París, una megaexposición dedicada a María Antonieta, previo pago de 17 euros. Allí se puede conocer la vida y el entorno de una “reina adolescente y bulímica atosigada de masitas con crema, que devino mujer ávida de placeres y despilfarro”, una extranjera, “la austríaca”, jaqueada por intrigas versallescas y final trágico.
Por Felisa Pinto
“Un personaje múltiple que despierta interés y hasta adicción entre los más jóvenes, que no se conforman solamente con enfocar el costado histórico académico enseñado en las escuelas, sino cultivar una cierta pasión por esta suerte de reina estilo rockstar que tan bien supiera retratar Sofia Coppola en su film María Antonieta” , apuntó el diario Le Monde, de París, recientemente.
Cerca de 300 obras procedentes de toda Europa, entre las cuales se destacan los retratos de la reina, firmadas por su pintora favorita Elizabeth Vigée Le Brun, se aprecian en la muestra que reúne, desde ya, todos los aspectos de su personalidad. Desde su educación rigurosa, a los aspectos políticos y su inclinación artística en su calidad de mecenas de buen ojo, y generosa disposición. La prensa destaca que desde 1955, no se realizaba en Francia una exposición tan importante sobre la soberana.
Nacida en Austria en 1755, María Antonieta no estaba destinada a reinar. Las vueltas de la política europea decidieron otra cosa. Tanto Luis XVI y sus ministros, por ende, la privaron desde su comienzo de reinado de toda ambición política para apoyar en cambio, su inclinación artística, desarrollada a partir de sus 15 años en el palacio. Allí dedicó todo su tiempo a los jóvenes artistas y artesanos de la época, estando alerta a las modas e ideas nuevas, deseosa de escapar de la etiqueta de Versailles. Por eso no le fue difícil llevar una vida llena de refinamientos, alternando frivolidad con toques de educación austríaca a la vez. Atenta a la modernidad tuvo iniciativas certeras en el arte decorativo, la música y la moda, y el teatro, fundando, a la larga, un estilo que hoy lleva su nombre. Un estilo controvertido entre los estudiosos de estéticas reales, que los más conservadores consideraron kitsch y de dudoso gusto caprichoso. Ese es, precisamente, el toque que más admiran los más jóvenes. Especialmente los modistos. La austríaca inspiró y dirigió a los mejores artesanos y orfebres, según sus vaivenes del diseño antojadizo y transgresor. Recluida en su refugio, el Petit Trianon, su pequeña Viena, como llamaba al espacio que su esposo el rey le regalara, el lugar se convirtió no sólo en usina de las artes y las letras, sino escenario de fiestas imaginativas y, a la larga, causa de todos sus males. En 1789 la pareja real no había comprendido el sentido de los acontecimientos. Poco inclinados a modificar su ritmo de vida, zarandeados por los intereses políticos, e inhábiles para las tentativas de conciliación, o de una fuga, cristalizaron, en cambio, el odio. Una vez muerto Luis XVI, el luto impuso a María Antonieta una creciente dignidad, a la vez que horas cada día más sombrías hasta que llegó su fin, en el patíbulo.
Para los curadores de la muestra, Pierre Clementel y Xavier Salmon, ubicar el mobiliario, elementos decorativos, pinturas, y objetos curiosos, fuera del contexto habitual palaciego, fue arduo. Especialmente cuando se trató de evitar lo pintoresco y la leyenda negra, para no convertir la exhibición en un mausoleo solemne y aburrido. Por lo tanto, haber recurrido a un escenógrafo de ópera, Robert Carsen, fue un acierto. La idea era separar las escenas de la vida de la reina en diferentes grupos, como si fuera la mise en scène de una ópera. “Era la única forma de resolver la corta vida de una mujer que en 20 años se convierte de icono del placer en monstruo lúbrico”, dice Carsen.
Por eso, la infancia de la reina y su madre, la dominante María Teresa de Austria, se define en escenas familiares premonárquicas en Viena y luego en la vida de reina adolescente, rodeadas de música, danza, canto y lecturas y teatro, al que era devota e incluso actriz sorprendente. María Antonieta tiene 14 años cuando llega a Versailles y arma un mundo a su medida, adonde brilla su pintora preferida Elizabeth Vigée Le Brun quien retrata, en el humor más hedonista, a la soberana con una rosa en la mano, un cuadro icónico consagrado por unanimidad en toda Europa. Le Brun es también la autora del retrato del amante de María Antonieta, el bello Alexandre Fersen, diplomático sueco y foco de atención de muchos asistentes a la exposición definida como suntuosa por algunos críticos.
En cuestión moda, otro costado revisitado entre los diseñadores globales de la actualidad se pueden ver y apreciar referencias de algunos vestidos que considerados escandalosos, en su tiempo, ostentan la gracia y provocación de escotes muy profundos, construidos a la perfección por modistas de la corte, con telas preciosas traídas de Inglaterra e Italia, elegidas con audacia, muchas veces trasparentes y escandalosas para muchos, que la reina usaba para sus picnics campestres en Fontainebleau. Ninguna pieza indumentaria se conservó, e incluso la camisola que llevaba María Antonieta en el momento de ser guillotinada también desapareció. Otro foco de atención de la exhibición es la réplica del collar, cuya leyenda alude a tenebrosas maniobras con entretelones diplomáticos y políticos, dignos, nuevamente, de un libreto de las mejores óperas del verismo italiano. Para finalizar con la cronología, se exhibe una escalera clandestina, tapizada de pelucas, que conduce a un salón adonde se puede ver el más famoso retrato oficial de la soberana, atribuido al pintor Louis David.
Si bien existe en la tienda del museo gran cantidad de opciones gráficas, y documentales en forma de souvenir, se descartó un aluvión de merchandising abarcando la moda dieciochesca desencadenada por el film de Sofia Coppola en 2006 (desde masitas con crema, envasadas por la legendaria y exquisita patisserie Ladurée, de París, hasta zapatos- escarpines construidos con ricas sedas, del zapatero prodigioso Manolo Blanick y corsés de etiquetas varias). Para saber en detalle mucho más sobre la vida privada de María Antonieta, sus objetos, y excentricidades de diseños, vale la pena comprar la edición pocket del libro de Marie France-Boyer, Les Lieux de la reine, publicada recientemente por Thames & Hudson, en inglés, para un mercado obligado sobre el tema que se fortaleció luego del film de la Coppola. La aguda y refinada periodista especializada en artes decorativas de la revista World of Interior, de Londres, en ese trabajo, enfoca directamente y con gran precisión cada objeto y huella del mundo privado de María Antonieta. Relevamientos y reflexiones sobre estilo de vida, su mundo y los objetos a veces insólitos como la vajilla para beber leche fresca de cabra, descubiertos en la “laiterie”, un pabellón campestre o si se quiere un tambo elegante y sofisticado que Louis XVI hizo construir para ella. La pieza más curiosa e inquietante antes como ahora es el bol de porcelana blanca que reproduce en forma realista y literal un delicado seno con pezón rosado, que se apoya sobre cabezas de cabra esculpidas en bronce y que, según la leyenda, habría sido modelado sobre el propio pecho desnudo de la reina. El libro de Boyer encierra no sólo textos maravillosos sino documentos visuales de cada moldura, de la arquitectura interior y exterior, u ornamentos caprichosos en los muebles, adonde se divisa el gusto por los animales tallados en bronces exquisitos y rebuscados. La extravagancia en el gusto se descubre en objetos exóticos, como lacas de la China, maderas petrificadas, objetos de ámbar y en su boudoir, con espejos insinuantes. Los pabellones y jardines tan irresistibles de Rambouillet, Versailles y Fontainebleau se registran con una mirada moderna de la autora y de François Halard en las fotografías. El libro sobre la soberana también incluye dos documentos lúgubres poco conocidos, como la reproducción de la pantufla-escarpín de seda que la reina perdió justo en el momento antes de ser ejecutada, al parecer recogida por un individuo anónimo y luego vendida por él al conde de Guernan-Banville, según consta en un grabado de la época. Igualmente impresionante es la imagen de un dibujo patético que el pintor Louis David hiciera de la reina en los últimos momentos previos a su ejecución, el 10 de octubre de 1793, cuando María Antonieta sólo tenía 38 años.
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