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Viernes, 6 de junio de 2008

CLASIFICADOS

No digas prostitución

 Por Roxana Sandá

Es curiosa la cantidad de sinónimos que refieren a la palabra coger (aquí en la más vulgar de sus acepciones, pero acaso la más clara). Hacer el amor, fornicar, saca y ponga, garchar, dunga-dunga, fuck, entubar, fucky-fucky, chingui-chingui, ir por colectora, enfiestar, etc., conforman un diccionario generoso para diferentes momentos y posibilidades, según les dé el cuero a todos y todas. Pero en estas épocas de conflicto agrario, donde más que nunca en los años de democracia habida se hizo tan manifiesta la puja de clase (alta) por evitar, a esta altura, medidas de cualquier índole, dejaron claro que con la elite también se come, se coge y se educa con nivel. Quien diga que esta aristocracia criolla tan inflada en los últimos tiempos no sabe llevar su prosapia a la cama, que tire la primera piedra. Para muestra vale la coyuntura. O alguien puede negar que suena más chic protesta agraria que lockout, manifestación que piquete, concientización en las rutas que cortes de rutas, mesa de enlace que voceros a secas. Vamos, que al coronel Cañones le encantaba decirles “mis queridas” a las putas que visitaba para “calmar sus fervores”. Eufemismos. Precisamente, en ese cruce venal del campo, las cacerolas de teflón y las camionetas 4x4 se construye una patria de eufemismos que no puede quedar librada ni en los detalles mínimos, porque de qué patria se estaría hablando entonces. En el diario de los Mitre, por ejemplo, saben de atrás para delante cómo se construyen los disfraces del idioma para aquellas ideas que expresadas francamente resultarían malsonantes. Esto viene a cuento de los cuidados que la clase otorga hasta a sus gestos más primitivos, como la satisfacción de sus deseos sexuales. Pagar para coger, bah. Así es que la versión rubro 59 de los clasificados de La Nación se titula “terapias alternativas”, y los servicios que ofrecen prostitutas, taxi boys y travestis se denominan “masoterapia”. De presentación delicada, en tono pastel, sin entrar en detalles, salvo por ese que se les derrama muy a su pesar, del empecinamiento ancestral por recortar la realidad a imagen y semejanza. Algunos prefieren llamarlo hipocresía histórica. Pero mejor no abundar, no sea que el atrevimiento de estos vericuetos vaya a espantar a la gente de clase y su planeta henchido de tanto eufemismo.

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