TALK SHOW
› Por Moira Soto
Desde que se metió en el baile hace dos temporadas, en 2006, Nancy Botwin –ama de casa suburbana, viuda y madre, sin empleo y necesitada de recursos– no dejó de bailar, adaptándose a distintas coreografías sobre la marcha, moviéndose con harta frecuencia al borde del abismo, de sobresalto en sobresalto, saliendo con bastante garbo del paso a medida que perdía esa inocencia despistada inicial de simple vendedora de yerba mate. Ahora, en la tercera temporada que se está viendo por Cityvive, Nancy es incluso capaz de inventar nuevos pasos, como los del Baile del Ladrillo que le exige un mafioso (al que ha ido a ver como “esclava blanca” de un dealer negro pesado), antes de dejarla ir con un ladrillo de marihuana. Que no es precisamente la sustancia que esperaba U-Turn, a quien Nancy le debe muchísimo dinero por un cargamento de cannabis sativa que no pudo distribuir porque su perrísima y algo chapita amiga Celia lo tiró a la piscina de la linda casa, lo único que la viuda heredó de su finado cónyuge, aparte de algunas deudas.
Deliciosamente interpretada por Mary-Louise Parker, Nancy Botwin es el personaje protagónico de Weeds, la negrísima serie adictiva creada y a veces escrita por la también productora Jenji Kohan, con Elizabeth Perkins solazándose con el rol de Celia, la amiga que pasó por un cáncer de teta, una separación, se metió en política barrial (para tener un cargo) y se sigue llevando de lo peor con su hija adolescentita gorda que manifiesta aspiraciones a ser lesbiana, motivos suficientes para buscar confort en el alcohol (pero militando contra las drogas). Otro de los papeles principales, el del cuñado crápula, es bordado con particular esmero por Justin Kirk. Como siempre, la serie comienza con el dibujo del mapa del barrio cerrado Agrestic, L.A. (donde vive Nancy con sus hijos Silas y Shane, actualmente de 17 y 12), cuyas calles empiezan a ser recorridas por coches iguales, personas seriadas, las nenas se hamacan en la plaza vestidas de igual manera, mientras suena la canción Little Boxes, “de protesta” en su tiempo, compuesta por Malvina Reynolds en 1962. En la primera, se oía la versión original, y desde la segunda, distintas versiones: en la tercera, la vienen haciendo Angelique Kidjo, Donovan Leitch, Billy Bob Thonton. El espíritu fuertemente crítico de Weeds se anuncia desde esta letra que habla de la uniformidad como fachada y como norma.
Ya en el séptimo capítulo de esta tercera temporada, la situación laboral de riesgo de Nancy está totalmente blanqueada dentro de su familia, frente a sus hijos (porque el cuñado metiche y ventajero lo supo de entrada). Ya pasó la etapa del disimulo, del ocultamiento, de la repostería con fines curativos, de la minipyme con socios truchos que andaba a los tumbos. Aunque hay que reconocer que Nancy, pese a que se pegó sus buenos sustos, nunca se achicó. Pero ahora se nota que le tomó el gusto a la aventura imprevista, al peligro, y que tiene clarísimo que las cosas siempre pueden ir peor, y que es mejor que los chicos estén al tanto de las cosas que pasan. Por ejemplo, de la guita que le debe a U-Turn después del estropicio que perpetró Celia (Nancy intentó salvar las hojitas en el secarropas, según se ve en la imagen, pero no sirvió de mucho). Mientras el cuñado canallita hace su entrenamiento (forzado, obvio) para ir a la guerra de Irak, Silas y Shane aportan al sostén familiar: el menor le arma un currículo inflado a su madre para que consiga un trabajo normal, y el mayor, que ha sido condenado a trabajo comunitario por una falta leve, aprovecha la falta de controles en esa actividad para vender —convenientemente fraccionado— aquel ladrillo por el que bailó su madre sobre una mesa de billar. Desde luego, ella primero intenta oponerse a que Silas entre también en este baile ilegal, pero el chico le demuestra que puede ser tan bueno como ella, acaso mejor. En realidad, hasta Lupita, la inefable empleada del hogar, se destapa como una conocedora en materia de manejo y preservación del producto de marras.
En consecuencia, en estos momentos, cuando faltan pocos capítulos para terminar la temporada que se está emitiendo, Nancy, si bien dejó de tener una doble vida a escondidas de sus hijos, al conseguir un trabajo como secretaria del director del Proyecto Majestic (el barrio vecino quiere usar a Agrestic de cloaca), debe tratar de que su conexión con la droga no llegue a oídas de su nuevo jefe, un yuppie de pacotilla en manos de Matthew Modine. Entretanto, Andy volvió de la guerra sin haber llegado nunca a Irak, es decir, en calidad de desertor, sin perder oportunidad de censurar al ejército y al gobierno de su país. Paralelamente, Silas sigue progresando como vendedor y Shane va a un curso en Majestic, donde el maestro, con el pretexto de desarrollar el pensamiento crítico les plantea un enigma policial donde lo que hay que descubrir es el crimen. Los chicos no lo pueden resolver y el tipo, un provida brutal, pela una lámina de un feto ensangrentado y les revela en medio del shock general: el aborto es un asesinato.
La vida del suburbio de casas parecidas, de gente que guarda las formas, de chicos que nacen programados para ir a cualquier universidad, es todo lo contrario del modo americano de vida que promocionó Hollywood y que se supone que defienden los republicanos. Y aunque fogueada y avezada en ese negocio que empezó porque era la única salida laboral a la vista, Nancy no gana para sustos: últimamente, sin consultarla, U.Turn le dejó en custodia una buena cantidad de heroína. La sonrisa más linda de Agrestic seguramente va a seguir causando sorpresas.
Weeds va los jueves a las 20.30 por Cityvive
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