Viernes, 15 de agosto de 2008 | Hoy
Dos nuevos eufemismos para la violencia contra la mujer
Por Roxana Sandá
“Me quiere matar.” Las dos mujeres escribieron la misma frase. Gabriela Núñez en Rosario y María del Carmen en Tucumán. Desde mucho tiempo atrás supieron que los hombres con los que idealizaron una relación de pareja terminarían asesinándolas.
Gabriela Núñez escribía el mensaje de texto urgente a una amiga, ahora se sabe que antes buscó atajos en los pasillos de la escuela donde cursaba el secundario para no cruzarlo porque “él se había obsesionado”, dijo su padre, Ernesto Núñez. En tanto sus amigas fueron espectadoras de un noviazgo clandestino que terminó desgajándose en preludios de mal agüero. Por lo menos hasta que ese estudiante veinteañero de Ciencias Económicas, hijo de una médica pediatra, dejara de rondarla. Hijos todos de una clase media trabajadora de Rosario que se rompió el lomo para que los chicos tuvieran un futuro digno y que suelen enajenar este tipo de crónicas policiales a los informativos que miran de reojo en sus televisores.
María del Carmen Pérez no usó celular para decir la misma frase, denunció a su marido hasta en las cámaras. Una ironía: lo hizo en unos de esos programas de investigación sobre violencia doméstica. Los golpes de Francisco Soraire la empujaron primero a la comisaría de su barrio, en El Bajo, en Tucumán, para asentar denuncias por lesiones y amenazas. Soraire fue excluido del hogar y le estuvo prohibido acercarse a su pareja y a sus cinco hijos por orden del fiscal Pedro Gallo. El mismo funcionario judicial que ahora deberá investigar el asesinato de María del Carmen, estrangulada en un hotel alojamiento este lunes, y el suicidio de Soraire, que se disparó un escopetazo en el pecho horas después de ahorcarla con una tanza.
Una vez más, los principales medios que cubrieron estos historias se regodearon en latiguillos que demuestran el pulso de las cosas cuando se habla de violencia contra las mujeres. El más trillado, de “crimen pasional”. Los aledaños, refiriendo a victimarios que “se volvieron locos” o a víctimas revictimizadas por presunta indefinición de carácter. De Gabriela, su asesino advirtió que “estaba obsesionado, pero por cortar la relación con ella”. Otro amigo de Soraire dijo que “soñaba con volver a juntarse con María del Carmen, pero ella prefería reencontrarse de vez en cuando”. Tras la detención de Sosa, y antes de obtenerse los resultados del análisis de su perfil psicológico, un oficial asignado a la investigación soltó que “es un chico de apariencia normal que parece haberse mandado el cagadón de su vida”. La policía no reconoce límites cuando es puesta a teorizar. Los vecinos de María del Carmen tampoco faltaron a esa regla invisible de la naturalización de la violencia. “Francisco era un pan de Dios; todavía no podemos creer que haya cometido semejante locura.” Cosa curiosa: los únicos que lamentaron estos episodios fueron precisamente los medios de comunicación. Escasearon, por llamarlos de una manera generosa, pronunciamientos oficiales de organismos estatales dedicados a las políticas para las mujeres o aun desde el propio Ministerio de Justicia. Viene bregando, mientras tanto, un proyecto de ley que impulsa la senadora Marita Perceval, sobre violencia integral contra la mujer. Perceval ansía convertirlo en ley para fin de año. Nunca antes de sortear la agenda política de coyuntura que pende sobre el Congreso. Son fuertes impulsoras también las juezas de la Corte Suprema, Elena Highton de Nolasco y Carmen Argibay. De ese tribunal depende una oficina de violencia doméstica que idearon y promovieron junto con Raúl Zaffaroni. Hablar de violencia en la Argentina todavía obliga remitirse a estudios de organismos internacionales con gruesa experiencia en la materia, pero desconocedores de las raíces locales que encierran la problemática en este extremo del mundo y que permitirían un abordaje a conciencia.
Hasta tanto no se elaboren estadísticas oficiales que logren esclarecer sobre este punto, habrá que referir los dichos del secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon. En febrero último informó que una de cada tres mujeres en el mundo tiene posibilidades de ser golpeada, obligada a tener sexo o de recibir maltratos psicológicos. Durante la presentación de la campaña de intensificación de las iniciativas dirigidas a acabar con la violencia contra las mujeres y las niñas –con objetivos fijados hasta 2015–, el funcionario declaró que “la violencia contra la mujer deja su abominable impronta en todos los continentes, países y culturas”. En América latina es una de las principales causa de muerte o incapacidad en mujeres en edad reproductiva, tan grave como padecer cáncer, sufrir accidentes de tránsito, tener paludismo o morirse por desnutrición o malaria.
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