Vie 17.10.2008
las12

DIA DE LAS MADRES

El buen nacer no es un lujo

La nueva maternidad de Tigre es una excepción creada, paradójicamente, para que se cumpla la regla sancionada por ley desde 2004 que protege los derechos de madres, padres, hijos e hijas en el proceso de parto y nacimiento. Sin embargo, una práctica médica invasiva y anquilosada sigue generando tensiones que, por supuesto, involucran cuestiones de género.

› Por Roxana Sandá

Septiembre en El Tigre es una especie de bendición de brazos grandes que se derrama en cada piel. Aunque para las jóvenes que viven en las islas, como Melina, asome apenas como una gracia cotidiana desde la niñez. Un derecho por costumbre a los sauces añosos y a un sol que las colorea de arrebato. Por eso advierte que la bendición es otra. “Son esta panza y este hijo por venir en cinco meses. Y a la bendición hay que ayudarla con un lugar bueno. No quiero que me pase lo mismo que a mi vieja cuando nos tuvo a mí y a mis hermanos, que la tiraron sola y a los gritos en una camilla, mal pero acostumbrada. Quiero que me den bola, que me expliquen cómo son las cosas, que me traten bien cuando nazca el bebé. Y dicen que acá todo eso marcha.” El motivo de esperanza que agita Melina está en la flamante maternidad del Hospital Municipal Doctor Valentín Nores, que promueve el parto humanizado como política de salud pública y que se inauguró el 15 de marzo pasado.

Lo que se dispuso entonces, con la creación de la maternidad, fue reactivar una toma de conciencia sobre la ley 25.929 vigente desde 2004, de Derechos de madres, padres, hijos e hijas durante el proceso de nacimiento. En la Argentina son contadas con los dedos de las manos las instituciones públicas y privadas que aplican la normativa.

Se cuentan por miles, en cambio, las mujeres que no reciben un trato profesional respetuoso en los procesos de parto, con la violación sistemática de sus tiempos biológicos y psicológicos. La mayoría sufre prácticas invasivas, adosadas al suministro de medicaciones injustificadas; toleran la prohibición de permanecer acompañadas por una persona de confianza durante el trabajo de parto y posparto, y no gozan del beneficio de apegarse al recién nacido luego de parirlo y durante su permanencia en la institución.

En una realidad sanitaria tan hostil, la virtud de la maternidad de Tigre consiste, precisamente, en brindar herramientas a las mujeres para que alumbren seguras, contenidas y respetadas. El servicio de internación obstétrica cuenta con camilla de parto transformable en silla de parto y camilla de quirófano, que posibilita realizar partos en diferentes posiciones y cesáreas sin necesidad de traslados. Hay un área de preparto con tres camas, para que las mujeres permanezcan acompañadas por quienes deseen durante el período dilatante y el período expulsivo, y funciona una residencia de madres para fortalecer el vínculo madre-hijo cuando el bebé requiere internación prolongada.

“La maternidad se abrió por el compromiso político de invertir en recursos de salud como prioridad y a partir de los datos de morbilidad y mortalidad materna del partido de Tigre, superiores a los de la Quinta Región, a los de la provincia de Buenos Aires y superiores a la media. Hoy asistimos unos 180 partos mensuales y se estima que absorberemos casi la mitad de partos anuales del distrito”, explica la directora general de Hospitales, Raquel Sussman.

¿Cómo se hará eje en el parto humanizado desde la institución?

–La palabra que más me gusta es parto respetuoso. En realidad lo que uno plantea es el respeto por una situación vivencial, casualmente de una mujer. Entonces tenés cuestiones de género, culturales, vinculares. Dije: hagamos una maternidad como creemos que tiene que ser, pero en el espacio público. Porque en el espacio privado hacés un vínculo donde de última el paciente y el médico se eligen aún dentro de una cartilla. Pero en el hospital público la posibilidad de la elección no existe.

Es la práctica del respeto por el otro, por la otra.

–Hay un sector de la población con el que no podés trabajar si de antemano no lo considerás sujeto de derecho; es una postura que irá creciendo con el tiempo. Ese respeto por el otro se dispersa sobre las madres que van a parir, y es lo que queremos ofrecer a las mujeres que acceden al hospital público. El planteo es aprovechar todo lo bueno de la tecnología y de las ciencias humanas.

¿Cómo se articulan esos aspectos?

–Significa respeto por los procesos. El parto no es cuando yo digo, será cuando deba ser, pero vamos a controlar que no se desvíe de lo que las normas de salud establecen como la evolución normal del parto. Aceptar los procesos naturales e intervenir con el conocimiento médico cuando es necesario. A los recién nacidos se les hace la detección de hipotiroidismo, pero las extracciones se realizan al lado de la mamá. A las mujeres por parir se les pregunta si quieren estar acompañadas: algunas están encantadas y otras no quieren. Y escucharlas también es parte del parto respetuoso.

Elvira grita por los pasillos, “porque no entiendo”. Dice que sabe reconocer cuando un nacimiento se avecina, si ella misma parió a tantos hijos como dedos tiene en la mano. Por esa sabiduría de sobreentendidos es que no comprende que a su nieta no le practiquen una cesárea. “Si ya pasaron unas cuantas horas y todavía no dilata”, resopla con fastidio desoyendo otros supuestos que valoran los tiempos íntimos de cada cuerpo, la calma necesaria para el trabajo de parto y el ánimo bajo presión en contra de la adolescente primeriza. “Es que tengo miedo de que le pase algo”, concluye sombría.

La construcción de los mitos del embarazo, como la violencia contra las mujeres, atraviesa todas las franjas sociales. Desde el imaginario de aquéllas con una dinámica hospitalaria de años como pacientes, o aun desde los mismos efectores de la salud, embarazo y parto suelen quedar atrapados en una telaraña ideológica y cultural determinantes.

Algunos fantasmas que componen ese universo: cuando se rompe la bolsa, empieza el trabajo de parto. Si no te hacen episiotomía te desgarrás; no podés beber durante el trabajo de parto porque podés aspirar el vómito si te hacen una cesárea; hay que cortar el cordón umbilical pronto porque le va sangre al bebé y eso es malo. Si no te rasuran los genitales podés infectarte; si te hacen enema no hacés caca en el parto; no hay que gritar porque perdés fuerza. Todos los partos requieren goteo. La médica obstetra Claudia Alonso, integrante de la organización Dando a Luz y una de las coordinadoras de obstetricia de la Maternidad de Tigre, reconoce en esas frases los procesos “de una medicina intervencionista y tecnocrática. Se corre el riesgo de que las propias mujeres pidan intervenciones en los hospitales. Muchas empiezan a medirse con las de mayor poder adquisitivo, que después de dos horas de trabajo de parto les hacen cesáreas, y deciden exigir lo mismo para sí. Se va perdiendo la cultura del parto fisiológico, la intuición del propio cuerpo”.

Dos meses atrás, las profesionales de Dando a Luz tomaron registros de esos maltratos sobre mujeres de la comunidad boliviana que habitan la Villa 1.11.14, del Bajo Flores, y paren a sus hijos en el Hospital Piñero. “Casi todas coincidían en que después del parto quedaban solas, sin sus bebés, apenas cubiertas por una sábana, en un pasillo del hospital. No sabían cómo estaban sus hijos ni a quién reclamar –relata Alonso–. Muchas venían de partos domiciliarios en su país, atendidas por comadronas. Hasta las más jóvenes tienen el relato de los partos acuclillados. Pero volvían a parir al hospital para que sus hijos tuvieran el documento. Es un tema tan fuerte carecer de documento, que prefieren someterse al maltrato.”

El objetivo de modificar de manera positiva la forma de nacer no sólo promovería un modelo de atención a la maternidad centrado en la salud y en la mejora del resultado del parto, “sino que también reduce sustancialmente los costos”, destaca la ginecóloga y obstetra Alejandra Avendaño, jefa del Servicio de Obstetricia de la Maternidad de Tigre y con vasta experiencia en asistencia por parto humanizado. “Entre las prácticas actuales en la atención a la maternidad y al recién nacido que contribuyen a los altos costos y a los resultados inferiores se encuentran las intervenciones diagnósticas y terapéuticas que no tienen eficacia probada. En la Argentina, por ejemplo, los partos están muy medicalizados”, advierte.

El mercado de las intervenciones se trama en la utilización de oxitocina, peridural, en vías de canalización e hilos para suturas. Aumenta veinte veces la necesidad de fórceps y se asciende a un 70 por ciento de cesáreas en el sector privado. La clave está en la optimización del tiempo: cuantas más pacientes se atiendan, más crecerá el negocio. La participación de un enjambre de enfermeras, anestesistas, servicio de hotelería que requieren internaciones de dos a cuatro días por mujer y niño dan cuenta de otra epidemia presupuestaria que se refleja groseramente en las prácticas de cesáreas. Sólo en los hospitales públicos de la ciudad, el porcentaje de partos quirúrgicos oscila entre el 50 por ciento y el 29 por ciento. Mientras que la tasa recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es del 15 por ciento en hospitales que atienden partos complejos y del 10 por ciento en los que reciben a mujeres sanas. En el total país, el promedio se acerca al 30 por ciento. Y las episiotomías en los sectores público y privado llegan al 90 por ciento, cuando sólo se justifica entre el 8 y 10 por ciento. “La inversión en salud debería realizarse en capacitación para los profesionales y todos los que trabajan en un hospital”, sostiene la obstetra Yasmín Amman. “Tienen que recibir apoyo y ser bien remunerados. No se requieren camillas especiales para tener un parto respetado. Lo único que se necesita es un profesional contenedor, idóneo y abierto.”

Para Amman, “el 70 por ciento de los partos naturales depende más de los profesionales que de los insumos. Las herramientas son necesarias pero la obstetricia, considerada de atención primaria, se basa especialmente en el recurso humano. Pero muchos profesionales y los intereses económicos de la industria la plantean como si fuera una disciplina de cuidados intensivos. Las mujeres deberán empoderarse y recuperar esa concepción de que las embarazadas no son enfermas graves”.

En los últimos años se vislumbró una apertura promovida desde los propios efectores de salud, a partir del trabajo de los movimientos de mujeres y por una creciente voluntad política de avanzar sobre la humanización de la asistencia general en salud. Avendaño supone que “a algunos médicos quizá les cuesta porque no es fácil correrse de la problemática del profesional para ponerse a pensar en la problemática de la familia. Pero en los lugares públicos se está comenzado a revisar rutinas que no ya tienen sentido”.

El desafío de las maternidades públicas y privadas debería ser constituirse como instituciones centradas en la familia. Y el de asistir con respeto el parto, no tratándolo como enfermedad sino como un proceso natural. El neonatólogo Aldo Riscica, jefe de ese servicio en la Maternidad de Tigre, fue trazando el concepto desde sus inicios en la residencia médica y años después como profesional reconocido en una de las maternidades privadas más prestigiosas de esta ciudad. “El médico tiene la omnipotencia de que maneja todo y lo hace bien, y deja de lado montones de cosas. Recién ahora nos estamos dando cuenta de que intervenimos demasiado en situaciones en las que ni siquiera deberíamos estar. Pero es difícil armonizar los avances tecnológicos con los ciclos humanos, porque la realidad es que el médico interviene. El parto se toma como algo patológico en lo que hay que actuar. Cambiar esa mentalidad es el desafío real.”

¿Qué objetivos inmediatos deberían plantearse?

–Generar el debate con los colegas, porque de las discusiones salen mejores ideas. Incorporar calidad permanente a los procesos. Un recién nacido cuidado mejora su relación con la madre, y ésta lo siente de otra manera si lo tiene todo el tiempo a su lado. El vínculo que se forma desde temprano es diferente y más fuerte. A lo mejor, mucha de esta violencia que hay en la sociedad se deba a la intervención que hicimos los médicos durante largo tiempo.

EL MIEDO AL VELLO PUBICO

Los primeros muros que debió derribar Alejandra Avendaño cuando se hizo cargo del Servicio de Obstetricia en la Maternidad de Tigre, se levantaron en la guardia médica, donde a modo de recibimiento un joven profesional le dijo que “en mi guardia no se va a hacer ningún cambio”. La frase quedó como una pincelada de lo que vendría después: debates interminables, a veces peleas a gritos con otros colegas por las diferencias casi ideológicas de entender lo que se presenta como parto humanizado. Incluso la propia directora, Raquel Sussman, admite las reyertas “hasta en los pasillos. Todos defendemos nuestras ideas con pasión. Hay diferencias en los límites, pero eso se dirime cuando considero que es necesario intervenir el proceso natural”. Y si bien el camino desandado en la maternidad es demasiado fresco aún, Avendaño recoge a diario señales de la defensa de antiguas rutinas intervencionistas que hace la mayoría de los profesionales. “Las diferencias se traducen en resistencia a evitar las episiotomías, no aplicar oxitocina o a trabajar con una mujer pariendo sentada o en cuclillas. Algunos se escandalizan frente a la posibilidad de prescindir de la peridural o de no cortar el cordón umbilical de inmediato. Tiene que ver con prácticas arraigadas, y también con el miedo a la industria de los juicios por mala praxis. Hay un trabajo lento de apertura que se está dando entre los mismos profesionales, pero lo cierto es que a los médicos todavía les cuesta trabajar con vello púbico frente a sus ojos.” Al cabo, se preguntan, por qué cambiar una modalidad que se practica desde el siglo diecisiete. “Por comodidad de los médicos, por sometimiento de género y porque los derechos de las mujeres en los servicios de salud no existen”, responde la partera Marina Lembo. “Cuando se menciona la violencia de género, uno se imagina a una mujer golpeada y agredida por su pareja. Nadie lo relaciona con una mujer dolorida, abandonada en una camilla sin recibir atención ni contención, separada de sus afectos e indefensa frente a alguien que introduce los dedos en sus genitales violentamente, la hace callar y le dice: ‘Bien que te gustaba cuando te lo hacían. Ahora bancátela’.”

Si no hubiera médicos, ¿qué pasaría con los partos? ¿No nacerían niños? ¿Habría mucha complicación materno-fetal? La pregunta flota irónica en el aire. La obstetra Claudia Alonso es tajante: “Menos de lo que se cree. Me arriesgo a decir que más del 90 por ciento de los partos ocurrirían normalmente, sin necesidad de médicos todopoderosos”.

CORDOBA: DONDE EL MIEDO PUDO MAS

Desde hace unos años, grupos prointervencionistas de diferentes regiones del país se empeñan en perseguir a aquellos que practican la filosofía del parto humanizado. El caso más reciente ocurrió meses atrás en Córdoba, donde las autoridades del Hospital Misericordia separaron de sus funciones a la obstetra y tocoginecóloga Celsa Bruenner, una pionera del parto domiciliario.

La guardia de obstetricia del Misericordia es en la actualidad un reflejo muy pálido del servicio que había llegado a funcionar desde 1998, época en que Bruenner y un equipo de profesionales comenzaron a realizar partos verticales sin rasurados, enemas ni episiotomías. Durante diez años, a razón de entre siete y diez partos por guardia, las mujeres estuvieron acompañadas por sus afectos y apegadas a sus recién nacidos, a los que no se les cortaba el cordón de inmediato. “Todo eso se suspendió. Ahora se prohíbe que la mujer camine o tome agua durante el período dilatante y no permiten que esté acompañada por un familiar”, lamenta Bruenner, que hoy se limita a realizar tareas administrativas en el sector materno infantil del hospital. “Pese a las evidencias científicas que promulgó el Centro Latino de Estudios Prenatales (Clap) con la Declaración de Fortaleza, en 1985, al respeto por la Ley 25.929 y aun cuando fueron diez años de una asistencia masiva, con demanda espontánea de la población, las autoridades empezaron a molestarse en 2001 y cuatro años después me prohibieron atender partos en cuclillas. Lo que hay ahora son madres con miedo de parir.” En 2004, la jefa del Servicio de Tocoginecología, Cristina Rivera, y el entonces director del hospital y ahora funcionario del ministerio de Salud provincial, Gabriel Pedetta, ordenaron a Bruenner que evitara los partos normales en aquellas que venían con una o más cesáreas, y que retomara las episiotomías y la aplicación de sueros. “Dijeron que de esa manera iban a protegerme de los juicios por mala praxis. Les respondí que pusieran esto por escrito y que además lo refrendaran en los congresos de tocoginecología. Mientras tanto, yo seguiría manejándome con mi filosofía y la evidencia científica. Entonces comenzaron las persecuciones hasta que lograron mi pase en forma irregular, con la firma del propio ministro de Salud.”

En la actualidad, la política de salud maternoinfantil en Córdoba es una especie de quimera: la Ley 25.929 no se cumple en ninguno de sus hospitales. Por caso, el Misericordia perdió su nominación de “hospital comprometido con la madre y el niño”. Después de quince años se disolvió la Comisión de Lactancia y hace tres que no se realiza el curso de lactancia materna. “Siento dolor por las pacientes. Son mujeres del interior de los barrios que se habían convertido en protagonistas de sus embarazos y sus partos. Ahora volvieron a quedar estaqueadas en las camas.”

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