DEPORTES
Son campeonas mundiales de boxeo y enfrentan a un contrincante común: un deporte insoportablemente masculino. En el convite, que van ganando por KO, dieron el OK para hacer visible su pelea en un gran show que las llevó a compartir el ring del legendario Luna Park. Marcela “Tigresa” Acuña y Alejandra “Locomotora” Oliveras encontradas por mucho más que un trofeo.
› Por María Mansilla
Lito Vitale no fue a ver a Madonna el jueves a la noche; el músico prefiere ser corte de otras reinas. A las 21.35, al tiempo que la diosa pop comienza sus shows en la Argentina, él entra por la puerta de Bouchard al Luna Park, donde se despliega una velada pugilística que no es una más sino “la más taquillera desde la reapertura del Luna Park”. No sólo porque se disputa un importantísimo título (campeona mundial súper-gallo, otorgado por el Consejo Mundial de Boxeo y la Asociación Mundial de Boxeo) y porque del gran duelo participan dos mujeres, y no sólo porque una de ellas es la mediática Marcela “Tigresa” Acuña ni porque la otra es la políticamente incorrecta Alejandra “Locomotora” Oliveras. La expectativa se debe, quizás, a que se trata de dos mujeres que –valga el lugar común– no saben aguantar los golpes sino que reaccionan ante ellos, y cada una le hace honor a un estilo de guanteo propio. No son de poner la otra mejilla ni de tirar la toalla ni de bajar los brazos, su religión manda ser fuertes a su manera.
Se trata del enfrentamiento de la “boxeadora” contra la “peleadora”. Al momento, las dos son campeonas del mundo, las dos están en la primera línea del ranking internacional. De la Tigresa se subraya su destreza, su técnica, su naturalidad. De la Locomotora, en cambio, su fuerza, su exagerada musculatura, su calentura. Nunca ha perdido una pelea. “A la Tigresa la quiero un montón” abajo del ring –dice Oliveras en las preliminares del convite–. Aquí pongo mi sangre, mi corazón y mi alma. Para eso entreno, para eso nací.”
Las dos están en el mismo lugar esta noche. Arriba. Tienen en común más que unos mullidos guantes dorados. Como en ese instante en el que lxs boxeadorxs después de tanto pegarse quedan quietxs como si alguien hubiera dicho “¡Mancha!” y parece que se abrazan, así, Oliveras y Acuña abrazan testarudas la causa de hacer frente a esta institución históricamente masculina. Toman la posta de una pelea que empezó hace 30 años de la mano de sus pares estadounidenses, que llegaron a hacer juicios por discriminación y hasta huelgas de hambre porque se reconozca oficialmente su rol. Lo sabemos: Acuña, con el peso de sus 54,850 kilogramos, fue la primera argentina en lograr una licencia. Incluso en este contexto, todavía, las mujeres boxeadoras en los Juegos Olímpicos no pueden competir.
Por cada 40 espectadores, menos de 10 son mujeres esta noche. Pocas están juntas, solas. El resto promedia los 40 años y asoma del brazo de su compañero. Así todo, la mayoría bien podrían ser extras –o protagonistas– de un video de reguetón. Como Zulma, con su pelo largo, su short negro de lino, sus piernas de gimnasio, sus tacos y ese tatuaje-tobillera con su nombre escrito en letra gótica. “Zulma.” No todas son peso pluma: hay mujeres más normales, como aquella señora con un brushing a lo Paquita la del Barrio junto a un señor parecido a Toulouse Lautrec.
El estadio está a pleno: recuerda el cierre de los Encuentros de Mujeres, con todas las participantes a punto de aplaudir dónde será el próximo. Pero tanta testosterona de inmediato desestima la comparación. La mayoría de los hombres aquí son robustos. Están serios. Entornan los párpados al mirar. Comen chicle sin gesticular demasiado. La tendencia es: mocasines y saco azul o zapatillas estrafalarias y jogging. No es un día del todo peronista, algo de los ’90 se cuela en el ambiente. Cuántas camperas de Boca. Cuántos pelados, cuántos gordos, cuántos chicos con estilo periodista deportivo. A pesar de todo lo dicho en el segundo párrafo de esta nota, aunque sobren los motivos para que el encuentro sea una fiesta, la austeridad es bandera y el clima es hostil, tenso, como triste.
Desde pantallas gigantes, Boxeo de Primera –el programa de T&C que transmite la pelea– curiosamente cuenta al público presente lo que está pasando en el Luna Park. Vamos: desde aquí alentaremos por la televisión... Incluso quienes pagaron la entrada más cara, de $190, no resisten el reflejo de seguirlo por tevé mientras hacen crujir el pochoclo y las papas Lays ($5 la bolsa). Entre lo que la mediatización se pierde: las gotas de transpiración que vuelan sobre el aire tras cada piña de las preliminares. La parrilla de luces, que como un OVNI cuadrado contornea el ring unos metros más arriba, las refracta. El papa Juan Pablo II ovaciona con brazos en V desde un cartel de Coca Cola.
22.35 Una cronista de televisión está en el baño, descalza, y le pregunta a la cuidadora del WC si tiene talco: ¡los pies le transpiran demasiado! le cuenta. Es una Barbie fuera de hábitat: de vestido de largo color chicle y sobre altísimos zapatos plateados entrevista a los retacones deportistas.
22.55 El actor Rafael Ferro deja su butaca del VIP junto a la de Natalia Oreiro y pega su mejilla a la de una morocha de remera azul que le pide una foto.
23.13 Un boxeador de apellido Ramírez acaba de ganar y sube a su pequeña hija al ring, aunque su pequeña hija no quiere subir al ring y menos que la aplaudan todos. El derrotado se llama Sotelo, está detenido en un penal y tiene permiso especial para salir a competir.
23.25 “¿Vamos a Pinar de Rocha?”, le dice un chico a otro, parado detrás de esta cronista. Será que recordó el boliche de Ramos Mejía por el temperamento que ganó el Luna Park mientras entra Yésica Bopp, boxeadora de Wilde. También entra su contrincante, púgil venezolana, Ana Fernández. Se entonan los himnos de cada país y... segundos afuera, primer round: las minimoscas se trenzan con una encantadora furia. Alrededor, los comentarios suenan como una patada al estómago: “Son de juguete”. “Yésica va de frente... y de culata ni te cuento.” “¡El árbitro le tocó la teta! ¡El árbitro le tocó la teta!” “Los brazos se le quedan sin nafta, mirá.” Ellas saltan como si la arena hirviera. Termina el cuarto round y a los comentarios les ganan por nocaut: los muchachos hablan de boxeo al verlas jugar.
23.45 Una chica rubia de pelo corto y con remera negra que dice: “Loco Box” corre a la consola de sonido. Pregunta si tienen música de Rodrigo. O de cualquier otro, pero que sea cuarteto. En la retaguardia, su ropa inscribe: “Locomotora Oliveras”.
0.10 Al VIP ingresa el político Francisco de Narváez. Su nombre está escrito en remeras coloradas que llevan unos chicos jóvenes. “VIH sida, cuidarte es quererte”, dicen unos folletos que quedaron tirados por el piso, que en el dorso muestran la foto de dos hombres de bigotes y la inscripción: “Martinelli Valle Juntos”, son los aspirantes al Municipio de Tres de Febrero. Yésica Bopp gana la pelea y se pone una remera: “Cacho Alvarez” dice, el nombre del intendente de Avellaneda está en su pecho.
0.15 Por fin entra Alejandra Oliveras. ¡Por fin, la pelea de la noche! Histriónica. Hiperquinética al ritmo del cuarteto cordobés (¡apareció el CD de Rodrigo!). Mucho no le perdona “la gente” su (posada) actitud provocadora. Tiene 30 años, nació en Jujuy de casualidad: sus papás eran de un circo. Creció en Córdoba. Antes de ser “Locomotora” y “La máquina de tirar piñas” fue vendedora ambulante y llegaba a los pueblos vecinos a dedo; fue madre siendo muy joven, tuvo un marido que le pegaba. Uno de sus grandes entrenadores era tan apasionado que se murió viendo pelear a un discípulo.
0.18 Un viejo periodista, testigo de gloriosas noches boxísticas de la mano de Gatica, Nicolino y Galíndez, le dice a su audiencia: “Creía haberlo visto todo, ¡nunca imaginé el Luna lleno para ver pelear a dos mujeres!”, nos cuenta Ricardo González, escritor fanático del boxeo y de los relatos de Hemingway que relatan boxeo.
0.20 Por fin llega Marcela Acuña. ¡Y por fin, la pelea de la noche! Enfundada en una bata celeste bajo una lluvia de papelitos y escoltada por porristas. Suena una canción de Madonna, “Cuatro minutos.” Acuña (32) se persigna antes de esquivar las cuerdas para trepar a su escenario. “En la pelea anterior también le puse Madonna, y ganó. Por eso la elegimos para hoy, le trae suerte”, cuenta Pipo, el encargado de “la artística” de las peleas del estadio. Pipo sabe causar efecto: de día es productor de Video Match. La polémica historia personal de esta campeona formoseña es conocida: se enamoró de su entrenador a los 14 años, se casaron, tuvieron dos hijos. Marcela sube tranquilísima. Un choque de nudillos, y se transforma en Tigresa.
0.39 Primero, segundo, tercero, cuarto. Quinto round. El código es seguir el convite en silencio, esto no es una cancha de fútbol. Voces femeninas gritan: “¡Dale Tigresa!”. Otras demuestran que la siguen de antes: “¡Marcelaaaa!”. Un experto advierte: “¡Cuidado con las cruces!”. La Tigresa estuvo a punto de ganar por KO: de un tremendo piñón en la nuca mandó a Locomotora a la lona, quien a duras penas logró pararse. Un joven de remera roja con el nombre del político que apoya a Oliveras no tiene vergüenza al escupir: “¡Echale lavandina, es una sucia!”. Otro pibe de camisa celeste lanza: “Qué jujeña ni jujeña, ¡andá a Bolivia, la concha de tu madre!”.
0.48 Octavo round. Faltan dos tiempos. Porque diez rounds de dos minutos son los establecidos para los convites femeninos; los varones en cambio pelean un rato más. Otras reglas sólo para chicas exigen el uso de protectores de pecho y pelvis y hacerse un test de embarazo antes de dar pelea.
0.51 Noveno round. “Las dos se juegan el todo por el todo –dice a LAS 12 Jorge Flores, entrenador riojano, parado entre los espectadores–. Las dos estuvieron visitando mi provincia para incentivar a los jóvenes a que practiquen boxeo. Las dos son ganadoras en buena ley, tienen historias difíciles, como la mayoría de las personas del boxeo. Por eso los entrenadores buscamos sacar chicos de la calle, de la droga, acercarlos a los gimnasios, darles una formación que sirva también en lo personal. Las mujeres se acercan al box para verse bien y bajar de peso, sobre todo.”
0.55 Comienza el décimo round y cómo no olvidar los códigos. El grito de aliento, “¡Ti-gre-sa!”, ensordece, y 02.05.8 minutos después suena la campana. Como no hubo nocaut, el desenlace típico de las peleas de Acuña, vota el jurado. Gana la Tigresa. El árbitro moreno, panameño, con un moño que ajusta el cuello de su camisa, sonríe desde la esquina del cuadrilátero.
1.00 Tras un cerrado aplauso, se esfuma esta ceremonia. Las paradas de colectivo que rodean al Luna Park desbordan. Lito Vitale sube a su camioneta negra, estacionada en la calle cerca de la bajada del subte, pone primera y se va.
“Vine por curiosa, no sé nada de box. Me gusta ver cómo las mujeres ganan espacios en lugares masculinos”, dice Sandra (31), abrazada a su marido.
“Me cae bien la Tigresa porque es una pionera. Vi el documental (Licencia número uno, que narra su vida) en El Abasto y me pareció excelente –dice Marina (39), vestida de negro y pelo cortito, psicóloga–. Espero que la pelea esté buena, sé que duran poco sus rounds.”
“Vinimos al Luna Park a ver a Nelly Omar y el show de danza irlandesa, pero es la primera vez que venimos a ver boxeo. Queríamos ver a la Tigresa en persona por si a una le preguntan, para conocer”, cuenta Olga (76). Y Estela (50), su hija, agrega: “Nos gusta porque es centrada, y porque sigue siendo una mujer que atiende su casa”.
“Estoy emocionada, es la primera vez que vengo a ver una pelea. Miro box desde chiquita, con mi papá. Me gusta la Tigresa porque conserva su parte femenina”, dice Estela (39), que se vino desde Tapiales con su sobrina Jessica (19).
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