LA VENTA EN LOS OJOS
› Por Graciela Zobame
En revistas para adolescentes y en revistas dominicales es muy posible hoy por hoy toparse con un hermoso par de zapatillas Topper. La campaña gráfica, decididamente destinada a adolescentes, consiste en una imagen que hace foco en jóvenes piernas de la rodilla para abajo. No se necesita el cuerpo entero de los modelos porque lo que se intenta transmitir es que las zapatillas son capaces de hablar por vos. Y así es, quién lo niega. En esta tierra de consumo lo que uno se pone arriba o abajo, cómo se peina y qué marca lleve, habla por uno. Y sobre todo en la adolescencia, edad ávida de voces que digan cosas. Dos piecitos con zapatillas floreadas enfrentadas a dos zapatillas de muchacho nos dan idea de que ahí arriba se está produciendo un beso. Sobre todo porque uno de los piecitos floreados está levantado, en la típica pose del beso emocionado, algo infantil, algo ingenuo, romántico, de cuento. El texto apoya: “Comprás dos zapatillas y usas una”. Las zapatillas Topper contribuyen al amor y lo dicen de manera elíptica escondiendo en lo que parece un ahorro, lo que en realidad es un acto íntimo: el dos por uno es el besito. No está nada mal la idea. Pero ocurre que la campaña va por más.
En otra entrega vemos un par de piernas, cruzadas, sentadas en un sillón y a juzgar por la frase que apoya la imagen, en una situación muy lejana a la del beso. ¿Será posterior? El texto dice: “Te juro que no le toqué un pelo”. ¿Qué quisieron decir con esto? Las zapatillas, por más que se esfuercen en hablar por uno, no hablan muy claro esta vez. Para empezar, la palabra “juro” está puesta en una tipografía notoriamente más grande que el resto de la frase, a raíz de lo cual es posible deducir que quien jura, jura en falso. Para seguir podremos decir, sin animosidad, que cuando un hombre –y éste es el caso– dice que “no le tocó un pelo” está diciendo que no le pegó, que no la tocó de más, o que no tuvo relaciones sexuales con alguna ella. Resulta que las zapatillas que impulsan al amor también impulsan un ejercicio –de violencia o de sexualidad culposa cuanto menos– que debe ocultarse. Es posible que esta interpretación pueda considerarse sesgada, pero en todo caso, lo innegable es que tan críptica propuesta resulta cuanto menos, muy difícil de descifrar. ¿Habrá que deducir que las zapatillas Topper contribuyen a simular las mentiras, las trampas? ¿Dan impunidad e inmunidad? Si los protagonistas del beso terminaron en la cama, ¿ante qué sociedad debe el dueño de las zapatillas formular la excusa cuando los suegros estrictos han caído en franca derrota? Lo habitual es darse un beso. Es cierto. ¿Lo habitual es “tocarle un pelo” y luego negarlo? Cuál es el lado favorable, dónde está el chiste, no se entiende. Si a esta altura alguien está pensando que se han formulado demasiadas preguntas para un par de zapatillas..., está en lo cierto. Como también lo es que a la hora de enviar mensajes, sobre todo a adolescentes, habría que cuidarse muy bien de no promover, como parte del chiste y de la lógica de una etapa de la vida, la bravuconada, el trato desigual, la broma que naturaliza una violencia.
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