Viernes, 12 de diciembre de 2008 | Hoy
CONTRAVALORES > LA CALUMNIA
Por Aurora Venturini
Ellos veían o imaginaban en sus imaginaciones enfebrecidas por el hambre de todo calibre, las altas torres barriales del barrio privado de los nominados bien nacidos. Ellos, los miserables de Víctor Hugo, atisbaban las alturas que acaso no fueran tan elevadas, con atención fija de ojos arriba, que les mareaba el cerebelo al punto de rodarlos en el lodazal de sus orígenes.
Una jovencita y otra y otra que las brujas de Salem caminan o vuelan en sus escobillones, jovencitas del alto muro lujosas de afuera adentro, es decir, de ropaje y exquisiteces deglutidas hubieron la idea: denunciaremos al morocho de abajo por violación de intimidades. Y creció el impulso barrial de buscar al violador de las cotorras.
El denunciado fue apresado y torturado sin par. Primero por ejercer la técnica del mal de ojo. Segundo: agravada la técnica del mal de ojo por destrucción de herméticas virginidades.
El oscuro habitante, el villero, adolescente éste, sufrió silenciosamente los acosos, mas a los acosos estaba acostumbrado dada su posición miseranda y humillante. Y perdió no solo las ganas de mirar arriba, perdió los ojos y fue un gatito ciego entre los gatitos ciegos del universo vil. A las señoritas del alto, delatoras en apariencia, victimas sí, se sumaron tantas manos estañadoras de aplausos y escandalizadas por las violaciones de las virginidades torrenciales, que cuando la mentira es grande hasta un mitómano duda de la veracidad propagada por el enhiesto cerradísimo. Aquellas chicas del alto se opinaron que los humilladísimos parecían gatitos ciegos, y en esto no mentían. Ellos ya ni olerían desde el bajo el tufillo de los asados en las plazoletas privadas y carecerían de cualquier contacto que les permitiera entender el significado del vocablo privilegio de los privilegiados.
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