LA VENTA EN LOS OJOS
› Por Graciela Zobame
Cuando las mujeres se reúnen en el pequeño mundo imaginario de la publicidad, lo hacen para hablar de la silueta, postres con bajas calorías o soluciones a su tránsito lento. Dolores menstruales, tareas domésticas y dramas con la cabellera se sufren en la soledad aunque mirando a cámara. Los platos del almuerzo suculento y lo referente al lavado de manchas rebeldes ocurren en el seno de una familia tipo. Cuando les toca reunirse a ellos no hay muchas opciones: vuelve la escena robada de un lejano cine nacional y costumbrista donde los amigos hablan de mujeres; de las que se tendrán o de las que se tienen, siempre en tono jocoso. La masculinidad más recalcitrante se sostiene en ese fogón de muchachos que se potencian como si nada nuevo en esta sociedad y en la historia de “sus mujeres” hubiera sucedido. Para presentar su champán, la bodega Norton quiso recurrir a la clásica reunión. Cuatro apuestos jóvenes que rondan los 30 años, muy cool ellos, reunidos en un deck, mesa baja, ambientación de terraza o mucho más probable, de casa de country, son sorprendidos por el anfitrión que de pronto descorcha un champán Norton. Cada uno a su turno trata de adivinar cuál es la razón del supuesto festejo. ¿Será que ya no va a torturarlos con sus invitaciones de sushi casero? Se pregunta el primero dejando en evidencia y en sorna una pretensión gourmet que ya es de clase, signo claro de los hábitos metrosexuales, metroposturales de los nuevos consumidores. Una bromita con autocrítica. Pero a partir de la segunda pregunta, estos chicos tan modernos se internan de cabeza en el sainete de la suegra y la bruja. Le preguntan si brindamos porque sus suegros se mudaron lejos, o si es que va a tener un bebé, o si es que su mujer perdió la tarjeta de crédito. ¿Qué pasó de pronto? Volvió la familia unida con sus cosas molestas (suegros), sus cosas lindas (bebé), sus cosas molestas (mujer con tarjeta de marido). Esos son motivos para brindar según estos jóvenes pudientes de clase media. Se dirá que este modo tan anticuado de ver el mundo subsiste en gran parte de la población con capacidad de consumo, y tal vez sea cierto. Pero aun así, ¿no habrá otras características menos retrógradas, menos repetidas para que estas personas se sientan identificadas y sientan ganas de probar un champán?
Norton presenta su bebida espumante justo a fin de año, ocasión si las hay para este tipo de producto. Pero ha preferido ser original y no recurrir al típico brindis navideño o de fin de año porque el mensaje de la marca es que no hay que tener un motivo, ya que el elixir burbujeante lo es en sí mismo. ¿Quién va a criticarle a Norton que haya querido ser original? Lo que sorprende es que en la búsqueda de novedad haya reproducido una escena tan arcaica. Atención con las mujeres que manipulan la tarjeta del marido, son ellas las que compran y tal vez ahora inviertan en otra marca. Del otro tipo de mujeres, esas que tienen su propia tarjeta, su propio salario, su profesión, su oficio, su trabajo, sus hábitos de consumo que incluyen un rico champán a la hora de volver a casa, sacarse los zapatos y disfrutar con una copa del descanso merecido, mejor de ellas no hablar...
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