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No por mucho madrugar se amanece diferente cuando de magazines de mujeres se trata. La propuesta de Mañaneras apela a una selección de “mujeres matriculadas”, superadas y vulnerables que pueden hablar de todo.
› Por Natali Schejtman
Se llama magazine de mujeres y lo vemos en la programación de manera cíclica. Claro que revistas femeninas hay varias. Mañaneras, conducido por Paula Trápani y Karina Mazzoco, hace hincapié en la paleta de mujeres matriculadas que lo llevan adelante. A ellas dos ya las conocemos: una era una conductora de noticiero ahora liberada del teilleur; la otra estuvo al frente de programas como De a dos y Grandiosas, antecedente tal vez de este programa, con un fuerte llamado de Fanny Mandelbaum que lo hacía todo distinto.
Pero aquí, ellas dos son las conductoras, esa extraña profesión que combina la capacidad de hablar ascéticamente de algo con la capacidad de hacer exactamente lo contrario. En este programa eso está desarrollado: ellas son las conductoras, mientras que las panelistas ostentan diploma universitario como argumento, causa o consecuencia de su estatuto de mujeres económicamente independientes, uno de los baluartes del que debe valerse toda mujer que hoy aparece en la televisión (por suerte, por qué no): una psicóloga, una abogada, una infectóloga y una periodista de espectáculos (y politóloga) componen el panel. A veces hay alguna que otra suplencia, y aparece la periodista de información general, exacta y actualizada.
Un programa diario de tres horas tiene algo de trabajo en relación de dependencia; y tal vez por eso el tono de oficina se entrecruza. La oficina y la polémica son primos hermanos, y a la hora de discutir sobre cuánto tema pase por el aire –y en tres horas pasan unas cuantas cosas– todas las mañaneras revolean sus títulos y aquí vale todo. Todas opinan sobre todo, especialmente si se trata de asuntos conyugales (debe ser el programa en el que más veces se dice la palabra “marido”, de verdad) y de la farándula, ni qué hablar cuando estas dos secciones se entremezclan (todos los días).
La tendencia autorreferencial del panel es un arma de doble filo. Por un lado, se hace un poco irrelevante saber qué le pasó aquella tarde en Brasil con su marido a alguna de las profesionales puestas allí para aportar un punto de vista más documentado en sus temas (¿o en realidad no es así?). Por otro, la autorreferencia a veces se aparece mediante dos formas que son parte de las ricas curiosidades del programa: en primer lugar, cuando sí, llega el momento de hablar de lo suyo: “Una vez atendí a una pareja”. Interesante recurso televisivo y también útil para la audiencia. La segunda forma es todavía más, digamos, original, incluso a su pesar, porque busca la primera persona pero no para alardear, sino para contar lo gris. Son los trapitos, las verdades inconfesables que salen coladas entre tanta cháchara sobre cualquier tema. Paula Trápani, con una mezcla de ingenuidad y cierta saludable inseguridad, ya contó en tono correcto situaciones internas de su familia, con padres separados y nuevas parejas, y también dejó ver que tiene un complejo con mostrar sus brazos, muy formateados por la gimnasia. La doctora Valledor es otra visitadora frecuente del confesionario pertinente.
Por supuesto que no faltarán el despotrique contra la suegra, la llegada del verano y, repetimos, esa escalofriante tendencia a que las personas opinen al aire de cualquier tema, poniendo a la vista prejuicios e ignorancia con total frugalidad.
Las Mañaneras tienen sus estigmas y lugares comunes que ya conocemos. Pero humanizar emocionalmente a las mujeres en pantalla, aunque sea un poquito y en algunos pequeños aspectos, también es algo digno que celebrar.
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