Vie 26.12.2008
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MODA

El encanto de un buen vestido

Puede ser que el sentido de las fiestas de fin de año se haya perdido o que el mandato de festejar a toda costa genere la mueca torcida, ¿pero quién se anima a despreciar el encanto de encontrar ese vestido que justifique cualquier festejo? Un poco antes de volver a preguntarse qué me pongo, bien vale una retrospectiva del vestido de fiesta, porque el glamour también tiene su historia.

› Por Felisa Pinto

Ahora, cuando la crisis global ha estallado, la resistencia a la depresión se potencia, especialmente a la hora de elegir un vestido de fiesta para celebrar no importa qué. Las vidrieras porteñas inducen a la cautela al gasto por costura alta y mediana. La fórmula democrática casi unánime, aun para la fiesta, parece ser una base de jeans para llevar con auxiliares glamorosos como las soleras muy cortas y escotadísimas o vestiditos sexy con estampados florales, de gasa, que dejan adivinar el cuerpo, sugiriéndolo. Blusas de lurex y mucho glitter son otra opción para expeler brillo, sin caer en el arbolito de Navidad.

También hay señales de Chanel reformuladas en accesorios que se pueden comprar en tiendas de precios razonables. Moños de tul, vinchas de lunares blanco y negro, flores para el pelo (camelias blancas en lo posible), perlas falsas de todo calibre y pulseras esclavas que se han popularizado bien gracias a los precios accesibles y quizás a los buenos byers con ojo alerta a las tendencias de la actualidad de la moda, también global.

La permanencia de Chanel en el siglo XXl existe y la búsqueda del toque retro, más las ventas vintage de los vestidos de fiesta de otrora, es evidente. Por eso, resulta reconfortante hacer volar la imaginación con una retrospectiva del vestido de fiesta del siglo XX, en París, que pretende este texto. Y abrir el apetito visual, especialmente.

Fueron los vestidos de fiesta, para el teatro, o la ópera, refinados y carísimos de la etiqueta Worth, los que cerraron el siglo XlX, con sus volados y encajes principescos, y el talle de avispa, logrado por un asfixiante corsé. Todavía hacia l909, una genial Mme. Paquin creía en casi los mismos fastos, aunque aminorados y conservaba la paleta de tonos edulcorados, elegida para mujeres discretas. Propuesta ideal para la mentalidad cautelosa de sus clientas. Tonos marfil, menos que blanco, verde pálido, celeste cielo y rosado pálido teñían las telas costosísimas. También al amarillo lavado se veía en las fiestas de todo tipo, desde “un día en las carreras de caballos de Chantilly” hasta un té señorial en los salones de moda, para lo cual elegían vestidos destinados a ese ritual y se llamaban “tea gowns”. El gran cambio estruendoso de aquella tendencia lo produjo Paul Poiret, calificado como el más revolucionario e imaginativo de todos los creadores europeos. Fue él quien prefirió proponer su ruptura con la moda “oficial”, en l9l0, y, por ende terminar arruinado antes de su muerte, en l944. No solo fueron célebres sus creaciones en la costura sino también sus rumbosos bailes y fiestas memorables como únicas en el siglo XX. Las mujeres menos conservadoras adoraron su etiqueta, y obedecieron sus órdenes al convertirlas en musas orientales. Fue él quien abolió el corsé para siempre (nunca sospechó que en los ‘90 Gaultier, Muglier, y otros, lo traerían de vuelta, más ajustado que nunca). Su estilo eran cortes simples y variaban entre el talle Imperio, con talle alto y escotes redondos vertiginosos, faldas angostas cerca del cuerpo, sin exaltarlo, que tímidamente dejaban descubrir el tobillo, hasta entonces oculto. Otro de sus sellos, las babuchas (hoy de nuevo en el guardarropa del siglo XXl), y los sacos con forma de kimono, para las fiestas cuando lucían bordados suntuosos con motivos étnicos (rusos, chinos, bizantinos). Los colores de su ropa eran inusitados, como el verde y azul vibrantes, rojolaca china, antes nunca vistos en el guardarropa burgués femenino. En los años ‘20, sin embargo, otras serían las fuentes de la moda.

Fue cuando el gusto por el éxito, la noche y la pasión por el jazz y el destape de los años locos produjo cambios más radicales aún. Había terminado la primera guerra, y las más alocadas decidieron cortarse el pelo a la garçonne y fumar con boquillas refinadas de carey o de marfil. El look muchachito hizo furor en las fiestas, que exigían bailes que descubrieran las piernas a partir de la rodilla y escotes vertiginosos en la espalda, que dejaran ver la nuca despejada.

Sin embargo, en l926 apareció Madeleine Vionnet, una eximia y talentosa costurera que inventó el corte al biés, que generó una caída de la ropa jamás sospechada antes. Sus vestidos de fiesta fueron casi esculpidos en tonos marfil y oro y las formas fueron más fluidas, dejando adivinar detalladamente el cuerpo, sin exhibirlo.

La contrapartida de Mme. Vionnet fue la estética y personalidad arrolladora de Elsa Schiaparelli, quien influenciada por Dalí y Cocteau y los surrealistas se atrevió a ilustrar sus vestidos con sus trazos y a indagar en materiales alternativos, hacia el comienzo de la segunda guerra, tal era un símil papel celofán transparente que fue el colmo de la audacia. Marcó un componente sexy en su ropa y Elsa se convirtió en preferida de Hollywood y sus estrellas, como la Dietrich, quien en los ‘40, se vistió con ella.

A medio siglo

Es Christian Dior quien con su línea “New Look” debutó en el ‘47, haciendo olvidar a sus antecesores. Otra vez la silueta tenía la cintura muy marcada, las faldas eran amplísimas y armadas que dejaban ver la media pierna, rematada en zapatos escarpín, de tacos muy altos. Los hombros debían ser perfectos y el pelo muy corto lucía entre escotes sin breteles. Un vestido de fiesta emblemático de su firma fue un vestido de baile con falda lograda con tafetas blanco marfil en forma de abanicos abiertos.

El negro absoluto, a la hora de las fiestas y la vida misma, llegó de la mano del maestro de maestros Balenciaga y del un poco más frívolo Givenchy, quien difundió sus vestidos negros, de corte simple y elegante, forrando la figura de Audrey Hepburn, con shifts de crêpe de seda negro con escote redondo y breteles anchos, hoy popularizados hasta el cansancio.

Desde Londres, la moda estalló en cambio, para la fiesta continua de los años ‘60, con Mary Quant, quien subió repentinamente el dobladillo al carácter de minifalda y tiñó la ropa con los colores del pop: señales luminosas de fucsias y amarillo chillón, tendencia que hoy volvió nuevamente a las fiestas, junto a los tops de crochet, los pantalones y jeans bell bottom y las botas con aplicaciones florales.

En París, Yves Saint Laurent, que había mantenido cierta calma, propuso entre otras cosas más tranquilas el smoking masculino de seda de crêpe negro, para usar encima de una blusa absolutamente transparente llamada see trough, que dejaba descubrir senos desnudos y saludables, lucidos por mujeres de todas las edades y condición.

Mientras, lejos de eso, Valentino terminaba de coser su ajuar para Jackie Kennedy, quien eligió para la fiesta de su boda con Onassis un modelo de túnica al biés verde y bordados al tono, con piedras que no eran de esmeraldas pero podrían haber sido.

Otra ruptura importante a comienzos de los ‘70 fue la de Vivienne Westwood, cuando impuso el “bondage look”, creado para el grupo Sex Pistols. Sin embargo, en el ‘95, se ajustaba más al sistema diseñando para Demi Moore, en su colección Vive la cocotte, un vestido de fiesta que constaba de un corset strapless, bordado en pedrería y una falda de plumas, muy de cocotte, precisamente.

La inclusión de materiales insospechados en la ropa de fiesta, como la goma, el cuero y el PVC negro fueron el fuerte de Alaia, quien diseñó ropa ceñida hasta la exageración, y articulada gracias a cierres metálicos y avíos oportunos, en los ‘90.

La búsqueda de las nuevas tecnologías aplicadas a la moda tentó a Issey Miyake, quien aportó la técnica del plisado industrial a vestidostúnicas para su colección Pleats Please, en el 2000 y que hoy se mantienen vigentes, especialmente entre las mujeres que viajan y trabajan, ya que suprimieron, para siempre, el uso de la plancha.

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