DIEZ PREGUNTAS > A INéS MARTIN, DIRECTORA DEL JARDIN LATINOAMéRICA.
› Por María Mansilla
El jardín es el jardín del barrio Ejército de los Andes, peyorativamente bautizado “Fuerte Apache”. Allí concurren alrededor de 300 nenes y nenas de la zona. De una zona en la que viven 43.000 personas que padecen muchas carencias económicas y, como si eso fuera poco, están demonizadas por demás.
–La mayoría, muy jóvenes. También hay mamás con hijos de 20 o más que empezaron de nuevo. Algunas trabajan desde la casa, en la costura; otras se dedican a las tareas domésticas; hay mucha gente que trabaja en empresas de limpieza, algunos empleados por el Coto, que está cerca. Hay mamás viudas y otras “transitoriamente viudas”, como les decimos, porque ellos están presos, y los chicos suelen ir a visitar al papá en estado de prisión, pero estos casos son los menos.
–El jardín tiene un significado especial en la vida de los chicos. Logra ser un espacio tan importante que igual de importante es de íntimo; lo que viven puertas adentro del jardín es otro ámbito privado que les pertenece, como si dijeran: “Es mi ‘otra’ casa; entro al jardín y entro a ‘mi otro’ mundo”. No les ofrecemos un mundo ideal, porque en el jardín también pasan cosas lindas y feas, pero intentamos brindarles lo mejor, desde lo educativo, llevándolos a conocer museos o haciendo radio y campamento; desde lo edilicio y mobiliario y con un parque con juegos digno. Los educamos, cuidamos y respetamos sus vidas. Cuando llegué, hace 6 años, el lugar no tenía ni cartel de identificación, era sólo un paredón y tenías que adivinar que había un jardín. Hace unos meses terminamos de sembrar césped en el parque de juegos. Parece un detalle tonto pero ver pajaritos que pican el pastito es decir: “¡Hay vida!”. Un buen espacio predispone a todos mejor.
–Además del cambio de bandera y la entrega de diplomas, vino Papá Noel a repartir regalos. De Wal-Mart nos mandaron muchos juguetes, tantos que enviamos algunos a un jardín de Tilcara, Jujuy.
–Se quedan en sus casas y están muy limitados, no porque sean pequeñas, sino porque las habitan muchas personas, sumado a eso está el calor... Algunas familias tienen posibilidades de visitar a familiares del interior, de Paraguay, de Bolivia... La única alternativa de recreación es la del programa Escuelas de Verano, pero funciona sólo en primarias. Ahora, por un programa provincial, se acondicionó la única plaza disponible, pusieron lindos juegos. ¡Y eso, para nuestros chicos está muy bueno!
–Los nenes que hoy ingresan al jardín nacieron con los gendarmes instalados en el barrio. No creo que les tengan miedo; los impresionan sus uniformes y armas. Cuando llegaron sí habían entrado con una presencia atemorizante: iban en filas de 8 y tan armados que imponían miedo a los pibes. Entonces pensamos actividades que rompieran con ese temor: armamos una chocolateada en la que los gendarmes hicieron de mozos... Fue prensa para el operativo pero sirvió para algo más. Para ese fin de año, pedimos a un gendarme, el más gordo, que hiciera de Papá Noel; antes de repartir los juguetes lo hicimos desarmar. En el jardín llamábamos a la ambulancia de ellos para las emergencias. Ahora está todo acotado, les fueron recortando presupuesto y personal.
–De una urgencia y necesidad para la comunidad del barrio. Lo venimos persiguiendo desde hace tiempo. Lo empezó a solicitar el director de la escuela media ante una problemática que también afecta a la otra escuela del barrio, la escuela técnica, y es en relación a las chicas jóvenes que quedan embarazadas y por este motivo y porque las abuelas son jóvenes y están trabajando o criando a otros hijos y no las pueden ayudar, abandonan. Nuestra prioridad será atender a los bebés de esas chicas; hay una guardería en el barrio, pero no alcanzan las vacantes. Entendemos como una gran pérdida que tengan que dejar la escuela; por otro lado, esto permite la democratización del derecho a la educación.
–La asamblea va a cumplir 5 años. Es un espacio interesante que no está exento de idas y venidas. Nace cuando llega la Gendarmería al barrio y la gente se relaja, deja de vivir adentro y el afuera se empieza a ver más real. En un momento, un rumor dice que se van a ir los gendarmes, allí fue cuando se formó. Las primeras reuniones se hicieron en la capilla Santa Clara, también hemos hecho reuniones al pie de los edificios, para que la gente entienda que el espacio está abierto. En todo este tiempo, se hicieron demandas concretas a ministerios de Justicia, de Educación, de Desarrollo Social...
–Siempre les contamos, por ejemplo, que a la gente no le gusta el mote “Fuerte Apache” porque estigmatiza y nombra lo peor del barrio. Al viejo vecino le duele que lo identifiquen así, con toda la carga negativa que supone, porque viene de otro origen, viene peleándola, antes, muchos vivían en la Villa 31 cuando estaba el padre Mugica o en villas de Moreno y fueron corridos de sus casillas con topadoras, otros llegaron porque no tenían dónde vivir. Quizás son los más jóvenes los que se identifican con ese nombre, ellos tienen otra historia, muchos de sus hermanos, por ejemplo, ya se murieron.
–Muy poco, pasaron muchos años... Una de mis compañeras me dijo un día: “¡Cómo no te acordás de Carlitos!”. Resulta que en el patio de ese jardín (el otro que tiene el barrio) había un paredón, y en ese pequeño patio lo que solían hacer los chicos era jugar a la pelota. Y recuerda Alejandra, mi compañera, que él la pateaba tan fuerte que pasaba por encima del paredón, y a ella siempre le tocaba ir a buscarla.
–La suerte de Carlos no es el único caso que conozco. La historia de su niñez lo convierte en un referente para muchos chicos, es su ídolo. Pero así como recorriendo viejas fotos de grupos de nenes que estuvieron a mi cargo encuentro espacios vacíos de algunos que ya no están (porque lamentablemente murieron), cada tanto me cruzo con alguna mamá de aquella época y me entero, por ejemplo, que Gonzalo se recibió de abogado, que Nadia es médica, que Antonella se enamoró de un español y vive con él y el bebé de ambos en Pamplona, que Nuria, la séptima hija de ocho mujeres, se casó y sigue los pasos de su mamá (va por el cuarto hijo), que Miguelito trabaja y ayuda mucho a sus padres. Ninguno de ellos tiene la fama ni el dinero de Tevez, pero igual pudieron realizarse como hombres y mujeres dentro y fuera del barrio.
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