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› Por Graciela Zobame
Hay, hubo, seguirá habiendo, y es vox pópuli, muchas industrias que se ríen del medio ambiente. Algunas lo ocultan y otras lanzan la carcajada al río, al mar, al aire. Pero también hay y habrá una sociedad cada vez mas concientizada o en principio dispuesta a consumir lo menos perverso: un aerosol que a igual precio no dañe la capa de ozono, un abrigo que no sea de animal verdadero o también una serie de espejitos de colores mientras le aseguren que han sido confeccionados con productos biodegradables. En este punto, la ecología –una novedosa forma de la moral– comienza a ser rentable sólo con nombrarla. La industria de la moda, con diseñadores como Giorgio Armani y Stella McCartney, inició hace años un gesto concreto al elegir para ciertos productos carísimos “materias primas por un futuro sustentable del planeta”. Pero, dado el costo de estas materias primas, por ahora también vende bastante una postura –no de ropa sino verbal– ecológica que apunte a colaborar con el futuro de este mundo cambiando la cabeza de la gente. Y en esta línea la marca Ona Sáez apuesta con todo. Aunque se podría decir que se le va la mano. O la cabeza... La cuestión es que la modelo de su publicidad gráfica, de tan ecológica que es, ha sufrido una kafkiana metamorfosis, o no tan kafkiana, ya que no ha sido su destino el de escarabajo monstruoso sino el de una cabeza de leopardo pasada por computadora. Un leopardo ni siquiera verdadero, impostado, rediseñado a efectos del cambio de mentalidad que es virtual sobre todas las cosas. Pero dejando de lado que esa cabeza si es de animal es de animal sintético, la pregunta es ¿tan radical será el cambio de modo de pensar hasta el punto de que tener conciencia ecológica implique convertirse en animal? ¿Acaso tienen conciencia ecológica los animales o simplemente responden a lo que los humanos han llamado el ciclo de la vida? A efectos de mantener el equilibrio ecológico, que la cabeza de una señorita mute en la de un animal predador, ¿no traerá mayores problemas a los mamíferos que la circundan, que viven con ella, que le venden la ropa incluida esa remerita que obliga a que el hambre felino conviva extrañamente con el emblemático osito panda? ¿Lo estará buscando para comérselo? No estaría mal si así fuera.
Si la finalidad de este tipo de campañas es puramente educativa, bienvenidas estas campañas. Ahora, con tanto dato erróneo, confuso y previsible que circula sobre el tema, estaría bueno transmitir algo serio. El cliché de que la moda, la ropa, cambia la cabeza de las mujeres ya de por sí consumistas y frívolas, es justamente eso, un clisé o un corset dispuesto para simplificar hábitos y costumbres, toda una actitud cultural que implica el vestirse. ¡Viva la moda! Pero que una marca se arrogue el poder de cambiar la cabeza de una mujer y que además el resultado resulte esa cabeza con una única idea, cabeza de pancarta, pose y sin capacidad cierta de discernimiento, coloca a la inteligencia y a la sensibilidad imprescindibles para salvar este planeta y para no perder la cabeza, en franca vía de extinción.
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