CRóNICAS
› Por Ivana Romero
Deseos navideños escritos en papelitos magenta, pegados sobre la vidriera de local de ropa para chicas, en un shopping: “Quiero mucha plata y ropa”, “Paciencia”, “Deseo volar”, “Adelgazar”, “Ser bailarina”, “Tener mi depto”, “Casarme con Rob así Juli se casa con Franco y nos vamos a London”, “Hijos ya”, “Que deje a la ‘adecuada’ y me elija a mí”.
El shopping queda en Palermo y tiene un slogan de ésos donde a las chicas nos imponen con encanto cómo debemos brillar a toda hora como brasas encendidas. El slogan dice: “Pasión de mujeres”. ¿Qué es lo que nos apasiona, según Mr. Shop? Comprar, claro. Y para eso, Mr. Shop construyó un castillo de tres pisos, rebosante de adornos navideños y promociones que te bendicen con un champagne si gastás más de 150 pesos, algo bastante sencillo porque los zapatitos de cristal, el miriñaque vintage y las faldas globo cuestan caro.
Al frente de su cuidada corte de seducción, Shop pone empleadas. Hadas madrinas, mamis Noelas sin barriga que con sus sonrisas convierten en realidad los deseos que otras escriben en papeles magenta. Así, una vendedora coloca sombra plateada sobre los párpados de una paliducha y le asegura que la sombra plateada ilumina ojos opacos. En otro local, una mujer de cincuenta y pico se deja tentar por un pantalón blanco de 800 pesos. “Total, lo comprás en seis cuotas”, la consuela la chica del local mientras le pide la tarjeta de crédito. Y en el piso de arriba, el segundo, una travesti entra en Zara abrazada a un petiso bronceado.“Se le nota por el tamaño de esas manos grandotas”, susurra una vendedora a otra cuando la ve entrar. Es rara esa suerte de adivinación a la que son sometidas las travestis que andan por la calle, donde el asunto pareciera ser “si son o no son”. ¿Si son o no son qué?
Las Noelas de Shoppingland deben sonreír pero también soportar jornadas interminables, que empiezan al mediodía y siguen hasta la medianoche cuando se acerca Navidad. “El 23 abrimos hasta las 5 AM”, informa una morocha bonita con sombrero Daktari que vende peluches de bichos salvajes al lado de una escalera mecánica. Lo dice como la cosa más natural del mundo. Lo que no dice es que, en muchos casos, ni ella ni las otras empleadas cobrarán horas extras ni tendrán francos compensatorios por atender sueños ajenos. Los ritos navideños son tan antiguos como los enfrentamientos de clase.
En el shopping, a primera vista, toda diferencia se licua bajo las luces y la música ambiente. Usted desea, yo la atiendo y por un rato somos amigas cómplices. A usted no le importa lo que en el fondo yo pienso de usted cuando la veo tan estirada aunque tenga la edad de mi mamá y con toda esa plata que gasta en porquerías. Usted no sabe, a usted no le importan las ganas que yo tengo de estar en casa mirando la tele con mamá, el pelo recién lavado, semidesnuda y en pantuflas.
Entre clienta y cliente y clientito o clientita, las vendedoras de los shoppings acomodan mercadería, chusmean con sus compañeras sobre la disco de ayer (no las hay mayores de treinta y pico; por eso se bancan trabajar, bailar, trabajar), y si cuentan con la complicidad de la encargada, pueden distraerse unos segundos mandando mensajes de texto. Las paredes de cada local son una especie de segunda casa. A fuerza de estar allí horas y horas, las vendedoras esconden secretos propios porque deben dar lugar a los ajenos. Aquellos de las que visitan el shopping pasión de mujeres, que no miran a las vendedoras, o las miran pero no las ven, concentradas en su propio deseo.
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