TEATRO
Sobre el concepto de belleza, estética y manipulación, habla La forma de las cosas que, con dirección de Daniel Veronese, se pregunta por el arte y el amor, mientras muta, escena a escena.
› Por Guadalupe Treibel
De principio a fin, hay una línea (corrida) que define La forma de las cosas, la obra de Neil Labute que, con versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, llega a calle Corrientes, bajo la dirección del prolífico Daniel Veronese. Es la línea estética, del arte, de la corrección, un punteado ético que se corre, se aprehende con la voluntad y se suelta cada vez.
Desde el vamos, se preguntará Veronese: “¿Hasta qué punto necesitamos dejarnos influir por los halagos de los demás? Porque la vida puede llegar a ser terriblemente dolorosa, pero ¿es tan difícil suspender por unos instantes la persecución de la perfección y pensar que un hombre que carezca de simetría y de proporción también puede ser feliz?”.
Esa persecución por un estereotipo en piel y hueso que ya ha hecho tradición en la sociedad occidental moderna, con una exigencia aún mayor para el cuerpo femenino, da un giro y muestra la otra cara de la moneda: el cuerpo masculino y la necesidad de cierto ¿éxito? estético.
Porque la “tortura” de dar con la formita adecuada, del qué-dirán, el fit in que tanto ha cargado las espaldas de mujeres, se vuelve peso muerto en un Fernán Mirás hecho a medida. No es tanto el sacrificio sino quedar expuesto a... Porque los cambios físicos van trazando un mapa de relaciones donde, a cada modificación, le corresponde su reacción, siguiendo ciertas normas de belleza.
Y el catalizador para que el cuerpo mute es la manipulación femenina, enmarcada (con fines que luego serán develados) en el personaje de Griselda Siciliani, la estudiante de arte Evelyn, capaz de esculpir en carne y poner en jaque la identidad toda gracias a la manipulación y el amor. Porque, como hijos bobos de la beldad, la carne se modela y, con ella, el espíritu.
Bañado de humor negro, los diálogos desacralizan cualquier intento de solemnidad y el devenir de los hechos llaman a lo que, para Labute, es el drama: “Mi trabajo reside en cómo arruinarles a mis personajes lo que consideran un buen día”. ¡Y sí que lo arruina!
“A medida que mi sujeto se volvía más atractivo, fuerte, con mayor confianza en sí mismo, sus acciones se volvieron más y más cuestionables”, definirá la Evelyn fría y risueña de Siciliani, una máquina de hacer, para la que no existe la religión, la familia, los gobiernos. Si todo es arte, ¿dónde está la línea de la corrección? ¿Cambiar el mundo de alguien es cambiar el mundo?
Corrosiva y afilada, la obra exhibe la metamorfosis de cuatro personajes (a Mirás y Siciliani los acompañan Magela Zanotta y Sergio Surraco) en un juego con vuelta de tuerca.
Porque son varios los ejes que cruzan la obra de Neil Labute, es cierto. Está la cuestión del amor y cuánto ceder por el otro, de la manipulación y el juego de roles, del arte y sus usos y prácticas, su finalidad (si es que la tiene, si debe tenerla). La forma de las cosas abre signos de pregunta y, durante hora y media, desarma la moral para que uno la vuelva a armar. Para llenar la línea de puntos y decidir traspasarla o quedarse detrás, mirando una escultura. O al hombre. Aun cuando el arte sea subjetivo y la belleza pareciera no serlo.
En Multiteatro, Corrientes 1283. De miércoles a viernes, a las 21; sábados, 21 y 23; domingos, a las 20.30. entradas $ 80.
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