Viernes, 23 de enero de 2009 | Hoy
MúSICA
Calendario, de Rosario Bléfari, un disco dulce y a veces amargo, como el amor.
Por Guadalupe Treibel
Lejos quedaron las canciones primaverales, de picnic o situación y la furia rock en el mundo Bléfari. El primer solitario Cara (2002), el indestructible Estaciones (2004) y presuroso Misterio Relámpago (2006) son peldaños hacia un estado intimista y de reflexión que llega con el año terminado y la posibilidad de abrir un estado paralelo.
Porque bajo el título Calendario, las doce canciones de la otrora Silvia Prieto reconstruyen un tiempo para el diálogo y las ideas amorosas, rompiendo el estereotipo canción. Enero inaugura con “Calles”, donde —entre autocoreos—, la artista abre el juego: “No salió corriendo detrás de ti / No hizo nada para rescatarte / Se quedó con los anteojos negros puestos / durante días que se hicieron meses / Hasta que se alejó tanto / que cambió el clima y cambió la gente / y las calles se llamaron diferente / y ya no hubo nada que le hiciera recordarte”.
Durante 45 minutos, la ex líder de la mítica Suárez desnuda sus canciones, con un protagonismo vocal insospechable, con recursos a cuentagotas, elevando lo hipnótico, hasta marearse con la altitud. En ese plan, guitarra eléctrica (en manos de Javier Marta) y batería acompañan suavemente, conservando la linealidad rota de historias y encuentros de-otro-tipo. Como fragmentos de un discurso amoroso...
Porque, en lo temático, el formato “conversación” que construye Bléfari sirve para la metáfora melancólica, como en “Tierra”, track 4 (¿abril?): “Demasiado borroso el pasado feliz / Vi el río solo unos segundos / Estaba bajo el sol y estaba quieto / pero cubría muchas cosas / que apenas asomaban como ruinas / Solamente vi camiones, piedras, tierra / Tierra, al fin”. O el cariño más explícito de “Escuela”: “Una escuela del amor / donde estoy en penitencia / por no poner resistencia”.
Son los estadios de todo vínculo, donde hay susurro y coreo, donde del acampanado feliz se pasa a cierta oscuridad deforme, donde se filtra la fragilidad de una esperanza o dos. Hay juego en tensión, como un acta de presencias, de memorias, de deseos. Y, entre estribillos escondidos y métrica (“¿Cuánto te importa / Si te importa...?”), la-también-actriz se despacha con canciones difíciles de seguir en el tarareo primaveral. ¿Llegó el otoño?
Se sabrá entresueños, como “Imposible”: “Para comprobar que todo es cierto / que nada es verdad / yo quisiera soñar / y ser tu sueño esta noche / Quisiera extenderme por el pasto y en silencio / hasta tus mejillas dormidas / para respirar con tu ritmo / en la oscura inmensidad”.
Cada tema, cada mes, cada etapa, asume una condición visual gracias al arte de disco, donde —entre colores— el artista Matías Perego metió mano (o pincel) para retratar el diálogo, los anteojos negros, la apariencia fría, lo intenso e indivisible, la civilización quebrada, el llanto o la forma del corazón. Un bonus estético para sumar calidez a la canción. ¿Otro dato colorido? El aporte en flauta dulce del realizador de Silvia Prieto, Martín Rejtman.
Con todo, diciembre cierra con el tema más ¿rockero? del disco. En “Descenso”, la compositora descarga con fuerza: “Hace exactamente un siglo, un mensaje llegó / ¿No me digas que hay que descifrarlo ahora? / ¿Cómo puede ser tan certero un disparo no intencional?” Y...
Intencional o no, “Calendario” propone una historia a descifrar. Ahora o nunca. Porque siempre suma el amor.
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