TESTIMONIOS
Boletera desde hace 15 años en una de las terminales de la línea C de subtes, Virginia Bouvet fue la delegada gremial más joven con que contó el gremio al que pertenece. Entre la lucha sindical, el cuidado de su hijo y el trabajo, Bouvet acomodó la tarea de pasar por escrito una experiencia sindical atípica en Un fantasma recorre el subte..., una publicación independiente que espera sirva de aliento para otras mujeres trabajadoras.
› Por Veronica Engler
Cuando tenía catorce años, la hermana superiora del colegio de monjas al que asistía le decía Señorita Sindicato, porque junto a compañeras de distintos años habían intentando formar un centro de estudiantes, a lo que las religiosas se negaron rotundamente. Eso fue en Marcos Paz (provincia de Buenos Aires) hace veinte años, pero todavía le causa gracia cuando lo recuerda. Antes de eso, para Virginia Bouvet, integrante de la Comisión de Prensa del Cuerpo de Delegados del subterráneo, la única referencia gremial que tenía era su abuelo, Leris Bouvet, un chofer de micros de larga distancia que había sido delegado en la Unión Tranviarios Automotor (UTA). De niña admiraba a Leris y se preguntaba cómo sería eso de estar en una asamblea y hablar como delegada de la UTA. Pronto descartó la idea de ingresar en ese sindicato porque suponía que era sólo para hombres (debido a que en esa época no había mujeres manejando colectivos). Hoy, que trabaja como boletera de la línea C de subterráneos, descarta esa posibilidad simplemente porque considera que la UTA forma parte de la burocracia sindical. Así lo experimentó durante más de 15 años, el tiempo que lleva en este rubro.
Bajo tierra, en el subsuelo de la ciudad, se cocinaron buena parte de las experiencias que Virginia narra en el libro de reciente aparición Un fantasma recorre el subte. Crónica de la lucha de los trabajadores de Metrovías. “Yo quería hacer un libro que pudiera acercar nuestra experiencia a otros gremios, para que otras personas que no la están pasando bien sepan que se puede, que si uno toma la decisión y logra unirse con sus compañeros, se puede pelear y se puede ganar”, cuenta Virginia en diálogo con Las12.
No es una visión triunfalista la de esta mujer que supo ser a sus 21 años la delegada más joven del gremio. El de los trabajadores y trabajadoras del subterráneo es un caso paradigmático, ya que en plena regresión de los derechos laborales, durante la década del noventa, supieron ponerles freno a los despidos indiscriminados, a la tercerización de tareas (lo que genera desprotección para quienes quedan afuera de los arreglos que se logran con la empresa), a la jornada de 8 horas (considerada insalubre, por las condiciones en las que se trabaja en el subte), a los malos tratos y a las malas condiciones de trabajo (no tener una silla adecuada para sentarse durante 6 horas, no contar con agua potable o tener que pedir permiso y esperar la respuesta de algún supervisor cada vez que se quiere ir al baño).
Tres años le llevó a Virginia escribir el libro, en los ratos que le quedaban después de su jornada en el subte. Por eso reconoce la paciencia de Martín, su hijo de 9 años, que cada tanto se acercaba a la computadora en la que trabajaba y le reclamaba: “Ma, vos estás más tiempo escribiendo el libro que conmigo”. Hace poco, cuando se presentó Un fantasma recorre el subte... en Rosario, Martín acudió más que contento al mitin y le entregó a su mamá un reloj de regalo y un ramo de flores con dedicatoria.
CONDUCTORAS
Después de la sesión de fotos, Virginia se ríe y confiesa que no les avisó a sus compañeras que haría una nota con Las12, para zafar de que vinieran a peinarla y maquillarla, como lo hicieron cuando presentó el libro en sociedad. Es que no es muy adepta a esos cuidados personales y sus colegas le insisten para que se arregle. Con ellas fue con quienes dio origen a la Comisión de Mujeres en el momento en el que se dio la lucha por las 6 horas, cuando la empresa salió al ruedo argumentando que si la actividad del subte finalmente era consideraba insalubre por la Legislatura porteña tendría que despedir a todas las mujeres, porque así lo estipulaba la ley (se referían a una vieja normativa de 1924 que prohibía el trabajo de mujeres en ámbitos insalubres). En ese momento –y todavía hoy–, las trabajadoras no llegaban a conformar el 20 por ciento del plantel. De todas formas se transformaron en una auténtica minoría activa, ya que con sus acciones le dieron nuevos bríos al reclamo por las 6 horas –se asesoraron lo suficiente como para desterrar el miedo al despido– y pudieron organizarse para avanzar en otras cuestiones como el día femenino, el aumento de la suma que la empresa daba en concepto de guardería para madres y padres, permiso para incorporar el pantalón en el uniforme de las mujeres y la posibilidad de que pudieran ascender en el escalafón, ya que hasta ese momento tenían vedados los cargos de guarda o conductora.
Hace poco más de una década. por primera vez diez trabajadoras accedieron al puesto de guarda. Pero, aunque ella fue una de las principales promotoras de este avance, Virginia todavía no pudo abandonar la boletería. “Siempre me anoté en las convocatorias, pero no tuve respuesta, hay mucha discriminación a la hora de ascender en Metrovías –reconoce sin resignarse–. Hace poco logramos, después de dos años de gestiones, que la empresa implemente un nuevo sistema para ascender, que haya determinados ítem a cumplir y que todos aquellos que los cumplen tengan la posibilidad de concursar. Con esta nueva modalidad tendría posibilidades porque, por ejemplo, la antigüedad está contemplada.”
La escritura del libro le permitió a Virginia poner en palabras todos estos años de marchas y contramarchas, de juntarse con compañeras y compañeros, primero en la semiclandestinidad de la superficie, para que nadie pudiera hacer peligrar su fuente de trabajo, y luego también en los andenes y en las vías del subsuelo metropolitano, ya sin ocultarse de nadie. El libro es una forma de socializar esa experiencia y también de poner en perspectiva el presente, para afrontar las luchas por venir.
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