Viernes, 6 de marzo de 2009 | Hoy
LA VENTA EN LOS OJOS
Por Graciela Zobame
Las mujeres en la publicidad dan asco. Se hinchan, engordan, se les reseca el pelo, se les engrasa, se arrugan, engordan, menstrúan con un dolor que las sorprende cruzando la calle o justo antes de salir, no les funcionan bien los intestinos. Las mujeres en la publicidad dan pena. Lavan pilas de platos en cocinas mugrientas llenas de grasa, luchan para que les brillen los azulejos y para que no huelan a lo que huelen sus inodoros, quieren medias y guardapolvos blanco tiza y sus hijos se revuelcan como bestias por el barro, se la pasan cocinando sopas, pastas y salsas fáciles. ¿Es que no hay lugar en la publicidad para las mujeres taradas? Claro que sí. Hay unas que ni son capaces de abrir tampones. Los tampones Days han puesto su mirada cubierta de algodón en las mujeres inútiles. O en la inutilidad que se atribuye a las mujeres: no sabe manejar, no sabe abrir un vino, no tiene fuerza para abrir un tarro de mermeladas, no te cambia una lamparita, no tiene pensamiento técnico, lógico, práctico, etcétera. En su campaña gráfica, se ofrecen unos tampones comunes y corrientes pero cuyos envases están provistos de un mecanismo especial que hace que la ceremonia de abrir sea a prueba de féminas. Disculpas a lectoras y lectores, pero mi condición de mujer me impide dar más precisiones técnicas de dicho mecanismo. La publicidad dice cómplice con nosotras: “Porque no le podés pedir a un hombre que te lo abra”.
Gracias tampones Days, porque bromear sobre la propia inutilidad nos hará más femeninas y entonces más vulnerables y con eso conquistaremos el mundo, o sea los hombres tras los cuales van corriendo las chicas estilo Sex and the city haciéndose las liberadas porque llevan tampones.
Algo es cierto, debe de ser difícil hacer una novedosa publicidad de este producto a esta altura que todas sabemos de qué se trata la cosa. Cuando recién aparecieron en el mercado era necesario explicar, hacer una especie de clase de educación sexual sobre uso y beneficios. Y entonces nos abrumaron con chicas en piscinas o chicas intrépidas dándose contra las olas. Porque ahora nos podíamos bañar con la regla. Pero ya hemos aprendido todo eso y entonces hasta que no saquen a la venta un tampón más barato o que avise cuándo hay que sacarlo, que absorba más que otros o que vibre, se hace difícil marcar una diferencia. Así es que esta publicidad no sólo se dirige a aquellas chicas con la neurona floja para abrir una lata sino a todas aquellas que se sienten avergonzadas de tener menstruación y de usar estos aparatitos. Porque el envoltorio, destaca la publicidad, no sólo es fácil sino atractivo. Vienen de varios colores para “que nadie se dé cuenta de lo que tenés en la cartera”. Son lindos, es linda siempre la variedad de colores. Para coleccionistas, para personas alegres, suman un punto. Pero hay que ser muy pero muy tarada, o tarado, si él es el que se mete a mirar la cartera de la dama, para no darse cuenta de que estos canutitos con punta de color son unos tampones de aquí a la China. Pobre las mujeres de la publicidad, a todos los problemas que ya tienen se les agrega ahora la necesidad de ocultar el producto que la publicidad les propone comprar. Pero, en fin, con el tiempo y la independencia que adquirirá abriendo ella misma sus tampones, tal vez encuentre un buen escondite para que nadie se entere de lo que le está pasando.
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