Viernes, 22 de mayo de 2009 | Hoy
FOTOGRAFIA
La reciente muestra de Martine Barrat, en París, ofrece un panorama íntimo y personal del mítico barrio de Harlem y a su vez una escalofriante serie de niños aprendices de boxeador sorprendidos todos en pleno vuelo.
Por Felisa Pinto
Martine Barrat, admirable fotógrafa de culto e inevitable icono del puente París-Nueva York de las vanguardias de los ’70, vive en el mítico hotel Chelsea de Nueva York, trabaja en Harlem desde entonces y recientemente expuso su obra Harlem in my Heart, en la Maison Européene de la Photographie, en París.
192 fotografías de su Harlem, intercaladas con textos alusivos a su obra, de Marguerite Duras, Martin Scorsese, David Murray, Gordon Parks, Margo Jefferson y Archie Moore, entre otros.
La muestra está dividida temáticamente en dos partes: Harlem in my Heart (retratos de la gente de Harlem y sus paisajes urbanos), y Boxing, que incluye algunas de las fotos publicadas en el libro Do or Die (Viking Penguin), con prefacio de Martin Scorsese y Gordon Parks en 1993.
Por otra parte, un video hecho por ella, The Last day of the Rhythm Club, refleja la vida social privada que existió en el barrio desde 1920, y que Barrat considera un homenaje, sobre todo teniendo en cuenta que el mítico espacio se cerrara, hace pocos meses. “Allí pasé momentos maravillosos de mi vida neoyorquina y colgué 380 fotos de todos y cada uno de mis vecinos y amigos (especialmente retratos de Love, mi gran amiga desde hace 25 años) y los chicos de la cuadra. Amaba ese lugar adonde pasaba mucho tiempo, era mi hogar fuera de mi casa. En Harlem me bautizaron Picture Girl, desde el primer día que pisé sus calles, hace 30 años. Y donde fui con mi cámara a tratar de captar el alma y la nobleza de la gente que allí se esfuerza por sobrevivir. En los ’70 y ’80, tenía la costumbre de ir al Red Rooster, un club de músicos y bailarines ya veteranos, los martes a la tarde hasta entrada la noche. Allí se podía comer gratis alitas de pollo fritas, costeletas y beber algo, mientras se oía la mejor música, la de los ancianos dueños de glorias pasadas. Entonces conocí a un viejo de Virginia que solía tomarme el pelo por la precariedad de mi vieja cámara Olympus. Hasta que un día me buscó, ante mi sorpresa, en un gran Cadillac para llevarme a la fábrica Leica en Nueva Jersey. Una vez allí me dijo que era chofer del patrón y me regaló una cámara Leica, que siempre consideré como una extensión de mi corazón. Es a través de ella que fotografié a todos, todo el tiempo y en cualquier ocasión, desde niños hasta entierros de gente venerable, y preadolescentes en vías de aprender a boxear.”
Gordon Parks, músico, fotógrafo, poeta, escritor y realizador afroamericano, admira el trabajo de Martine, desde que llegó de París en los ’70 y, en especial, también su pertenencia total al entorno de Harlem y el South Bronx. Dice su texto en la pared de la muestra: “Es evidente su devoción por los habitantes de Harlem, por su estado espiritual, la manera de vivir de todos ellos. La ruta de Martine es seguir con su cámara la vida cotidiana de sus vecinos, sin condescendencia, en constante observación, sin ser jamás indiscreta”.
Por su parte, Yves Saint-Laurent, su gran amigo y compinche desde su infancia en Orán, Argelia, eligió su foto favorita tomada por Barrat a dos recién casados, el día de su boda, en un parque público de Harlem, y la colgó en su dormitorio, compartiendo espacios suntuosos. Decía Saint-Laurent a propósito de Barrat y de la foto elegida: “Esta fotógrafa tiene un ojo raro, una mirada que viene del corazón. Una facultad de captar ese segundo único, cuando todo está dicho. Se percibe el envión del amor. Esa respiración a la vez grave y frágil. El entusiasmo cara a cara, en el marco de un jardín público elegido para que percibamos la felicidad, su seriedad y su pudor. Los novios han alquilado su ropa, han economizado hasta el último centavo para hacerlo. Ella luce una orquídea blanca como un halo de nylon blanco níveo. El, ese traje de aire militar adornado con galones dorados. Toda una vida comenzará luego de que hayan devuelto su ropa de gala”.
Para Martin Scorsese, en su prefacio al libro Do or Die, que refleja el mundo del ring y sus jóvenes o niños aspirantes a campeones, las fotos de Barrat son atrapantes, bellas e incómodas. Especialmente las que muestran la iniciación de chicos y jóvenes, en un duro y necesario aprendizaje de supervivencia en Harlem y el South Bronx. “Las escenas de los jóvenes boxeadores recuerdan la imagen de rituales religiosos: un combatiente que se prepara al sacrificio, un boxeador que salta a la soga delante de un espejo con gestos de mártir. O Carlos, un niño portorriqueño, cuyos ojos atraviesan el corazón. Las fotos, fuertes y magníficas, recuerdan cómo los espectáculos de lucha y de sufrimiento son elegidos por la sociedad, que les otorga aires de ceremonia, para suavizar de alguna manera la violencia subyacente.”Para Marguerite Duras, en cambio, “los jóvenes boxeadores que Martine ha fotografiado tienen una irresistible belleza salvaje”.
También se lee en los muros de su reciente exposición un testimonio de Archie Moore, célebre campeón del mundo, peso mediano entre 1952 y 62, y legendario boxeador huésped habitual de Buenos Aires, durante el primer peronismo. “Con solamente dos cómplices aparentes, su cámara y su inimitable manera de ser, Martine trasmite y asiste a una verdadera revolución preadolescente, que se atreve a expresar aquello de lo que fueron testigos, a lo largo de sus cortas existencias, reivindicando que esa realidad les pertenece.”
A Martine también le pertenece una vida rica en emociones positivas, que va desde su iniciación en la vanguardia de las imágenes de la moda llevada de la mano de Yves Saint-Laurent, andando juntos el camino desde Argelia a París cuando adolescentes, hasta ser cómplice, años después, de Andy Warhol en Nueva York en los ’70 y artífice de la llegada al teatro de Copi, su otro amigo del alma. Su próxima estación, en estos días, es San Salvador, Bahía, con su Leica a cuestas, lista para disparar.
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