Viernes, 12 de junio de 2009 | Hoy
GRIPE PORCINA
El crecimiento de la gripe A H1N1 en Argentina generó el cierre de cursos o escuelas. Más allá de las políticas de salud pública, no se tiene en cuenta que las que cuidan a los chicos y chicas sin clases son las mujeres que, muchas veces, tienen que hacer malabares para trabajar sin poder dejar a sus hijos en el colegio o las empleadas domésticas, mucho más vulnerables en sus condiciones laborales y sus posibilidades de contagio. En México se pidió la sensibilidad de los empleadores ante la necesidad de que las mujeres estén con sus hijos/as. En Argentina todavía no se piensa en la tarea de quienes cuidan a quienes, por estos días, no tienen deberes, pero sí (muchas) demandas.
Por Luciana Peker
Hay más de treinta escuelas cerradas en la ciudad de Buenos Aires y algunos sectores –especialmente de zona norte– del conurbano bonaerense. Por ahora, no hay vacaciones de invierno adelantadas, ni cierres masivos. Pero todos los días un nuevo caso de un alumno o alumna sospechado/a de estar contagiado de la gripe A H1N1 clausura las puertas de un aula o de todo un jardín de infantes, primario o secundario. Por ahora, hay 256 casos positivos y 886 en análisis en el Instituto Malbrán de los cuales alrededor del 20 o 30 por ciento se calculan que también pueden estar afectados por la gripe porcina.
La medida preventiva –para intentar frenar la difusión de la influenza, una gripe de muy fácil contagio cuando la Argentina recién entra en la ebullición de estornudos del invierno– muestra los pupitres vacíos. Pero no enfoca qué pasa cuando los chicos se quedan –si es que se quedan– en sus casas. Y quienes son las y los que los cuidan mientras no van al colegio.
En muchos casos, son las madres –con los problemas que eso supone para su vida laboral– las que también se quedan en la casa mientras sus hijos se vuelven desocupados escolares a la espera de que la fiebre de la pandemia baje. Mientras que en muchas otras familias el cuidado femenino es todavía más invisible: las empleadas domésticas son las que resisten en la trinchera de los posibles gérmenes del hogar el cuidado de los niños, niñas o adolescentes calificados de sospechosos por las autoridades sanitarias o en reclusión casera –sin tener ni siquiera síntomas– antes de que entren en el aluvión gripal.
Pero en casi todos los casos el género mete la mano –la que toma la fiebre, la que entretiene ante el aburrimiento del tiempo libre, la que corre para llegar antes o encontrar adónde dejar a los niños– cuando las enfermedades se multiplican y las escuelas se cierran.
El 26 de abril, en México, cuando se suspendieron las clases y cuidados en guarderías, escuelas y universidades, el secretario de Trabajo y Previsión Social, Javier Lozano, hizo un llamado para que los empleadores tuvieran sensibilidad con las llegadas tarde y ausencias de las trabajadoras con hijas e hijos. Después, el portal de noticias Cimac relevó que la sensibilidad laboral no había funcionado del todo (el capitalismo benevolente sigue siendo una ilusión) pero, al menos, el Estado pidió ese gesto hacía las madres que no son amas de casa full life.
En la Argentina, todavía, ni siquiera, se tiene en cuenta que detrás (y adelante) de todo cierre de escuela –como el Lenguas Vivas y el Carlos Pellegrini entre otras instituciones emblemáticas porteñas– hay una mujer que debe hacer malabares con el cuidado de sus hijos y, en general, con mucho más peso que los varones para tener una pata adentro y otra afuera del hogar. Ni hablar cuando el termómetro y las noticias arden juntos.
“Vamos a tomar en cuenta esta idea para la próxima reunión. No estaría de más apelar a la solidaridad de los empleadores porque a un chico de 6 años que no tiene clases la mamá no lo puede dejar solo para irse a trabajar, aunque él no esté enfermo, si no hay clases en su colegio o su curso”, dice el viceministro de Educación de la Nación Alberto Sileoni. El funcionario apunta: “No hay una disposición específica distinguiendo el género, pero suponemos que se da una situación de hecho del natural entendimiento de la relación empleador-empleada, pero si un hijo está infectado o no tiene clases la persona que lo cuida evidentemente está exenta de ir a trabajar”.
Cuando los chicos/as son adolescentes el problema no es quién se queda en casa con ellos sino que no cumplan con el aislamiento aconsejado. “Hay pibes que se juntan en los bares cercanos a los colegios cerrados o en casas particulares y dicen descreer de la efectividad del aislamiento. Eso es una falta de conciencia social de los chicos y una falta de autoridad de los padres, porque el peor de los escenarios es la difusión del virus”, sostiene Sileoni que apela a la estrategia del taza taza (cada uno a su casa) para prevenir el aumento de la pandemia.
Hasta ahora, la enfermedad ha tocado las puertas de casas de ladrillo, con un carnet que mostrar a la hora de llamar al médico y carilinas, termómetros, antifebriles y colchas para atajar los estornudos. ¿Qué pasa si la influenza se extiende en las hendijas de las chapas, el barro o los colchones apilados donde no titilan ni las monedas para ir al hospital? “Hasta ahora la gripe arranca en colegios donde sus alumnos se fueron de viaje al exterior a Miami o Disney y a partir de ahí comienza la transmisión. Todavía es un tema de capas medio altas de la sociedad. Pero hay un riesgo que mute a otras capas poblacionales en donde, por múltiples razones (menos calefacción, menor accesibilidad a la atención médica y menos defensas corporales) puede existir mayor vulnerabilidad. Los no pobres tienen posibilidades mucho más aceitadas que la población con menor red de contención y estamos entrando en la peor época de la gripe que es el frío. Por eso, hay que tomar la mayor cantidad de medidas de prevención posibles”, subraya Sileoni.
Desde México, la profesora e investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales de la Universidad Jesuita de Guadalajara (Iteso) Rossana Reguillo Cruz y autora del blog “Diario de la epidemia” (que pudo retratar el miedo, la discriminación, la paranoia, los velos y desvelos de la influenza) comparte con Las 12 cómo se sostuvo la cotidianidad ante la interrupción de la H1N1: “El tema de los niños fue muy complejo pero operó fundamentalmente el soporte familiar. Las abuelas y abuelos asumieron el cuidado de los niños de maneras muy creativas. En la mayor parte de los centros de trabajo la petición gubernamental de flexibilizar los calendarios y ritmos de trabajo para los padres trabajadores fueron atendidos por los patrones. No hay que olvidar que durante una semana completa México estuvo paralizado”, relata.
Rossana también cuenta el desamparo escondido detrás de las caras infantiles cubiertas de barbijos: “MI impresión es que lo más duro para ellos fue no entender bien qué sucedía. Los niños estaban muy asustados y nadie, salvo los propios padres, les habló. No se implementó ninguna medida mediática, ni oficial ni privada, para atender esta contingencia pensando en la infancia”. ¿Ya pasó el huracán influenza? “Hoy el rebrote está justo en Guadalajara, en la ciudad en donde vivo, ahora volvieron a cerrar una escuela con dos niños reportados positivos. Las cosas están mucho más tranquilas, pero los filtros y las alertas no bajan. Aprendemos a vivir con esto”, apunta en sus puntadas cotidianas.
La gripe porcina, influenza o H1N1 entraron al vocabulario como tantos tsunamis sanitarios, a veces viejos, a veces nuevos, como las mutaciones. Pero en la raíz de la cotidianidad las diferencias de género y de clases son las que subsisten, atajan y padecen las nuevas formas en las que el cuerpo grita “¡Salud!” a veces como un deseo, a veces como un aullido de auxilio.
Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires remarca: “Las mujeres proveen un insumo no cuantificado pero indispensable para que las sociedades humanas funcionen: los cuidados. En la actualidad esa función debe ser compatible con su inserción en los trabajos remunerados del mercado que funcionan con otra lógica. En el ámbito laboral es necesario cumplir con objetivos y respetar horarios, mientras que cuando una persona requiere ser cuidada esa demanda no reconoce límites de tiempo. Este dilema contemporáneo se sortea y, al mismo tiempo, se evade merced a los malabarismos para los que las mujeres han desarrollado mucha habilidad por su doble rol doméstico y público”.
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