Viernes, 12 de junio de 2009 | Hoy
LA VENTA EN LOS OJOS
La propaganda de las cachetadas que propone la candidatura de Francisco de Narváez golpea fuerte al electorado por masoquista y pasivo.
Por Graciela Zobame
Pensemos en la cachetada. Cómo no hacerlo. Venimos viendo por televisión desde el principio de esta campaña electoral una colección completa de cachetadas. Incomodan. El grado de violencia es brutal. Flamean las mejillas de ancianos y jóvenes, grandes y chicos, hombres y mujeres, gente de campo, gente de trabajo, gente fina. Todas propinadas por mano anónima. Se trata del spot elegido por el candidato pro, Francisco de Narváez, para convencer a la ciudadanía de que lo ayude. La repetición de imágenes en primer plano, efecto de sonido y cámara lenta mediante, hace que los espectadores pensemos no sólo en qué consistirá la ayuda que pide De Narváez sino en lo que significa el cachetazo para cada uno de nosotros. Es la exposición gratuita de una violencia de la que se nos hace receptores, y de un modo u otro, merecedores. Porque somos nosotros, por lo visto, los que no nos corremos a tiempo. Como moraleja, De Narváez aparece al final de esta serie que con su contenida violencia carga de violencia a todo el que la mire. Tiene que dar un remate a tanto misterio y tanta impunidad. Calmo, ascéptico, con su camisa celeste bien planchada y mirando a cámara pronuncia una pregunta, no una respuesta, más digna de Kung Fu, en paz descanse, que de un candidato que tenga un plan. De Narváez dice así: “¿Y si el cambio empieza un día?”. Eso es todo.
Muy bien. Rebobinemos. Pensemos en la cachetada. No es un golpe cualquiera. Incomparable con el trompazo, el empujón o la patada en los genitales en cuanto a su capacidad de daño. También es cierto que no por menos dolorosa es menos humillante. Al contrario, la cachetada tiene un valor simbólico mucho mayor que el dolor físico que provoque. Designa a su vez una relación muy particular entre el que la da y quien la recibe. Es la respuesta intempestiva de un adulto ante la impertinencia de un menor, la respuesta de una dama antigua ante una sugerencia deshonesta. Es también la manifestación de superioridad de condiciones, de que uno de los dos tiene la mano más larga. Pero siempre, en todos los casos, el hecho de dar o recibir una cachetada involucra una cuestión de honor. El spot de este candidato está alertando a los votantes sobre su honor, sobre lo que les duele ante la mirada de los otros. ¿Se acuerdan del honor? Se usaba antes. Se usaba y se abusaba antes tanto del concepto que la gente noble llegaba a batirse a duelo por una afrenta. Del antiquísimo sentido del honor entre caballeros ha quedado, a duras penas, el amor propio lastimado, un resentimiento por estar siendo avergonzado en público, rencor, confusión. Según el spot, hay alguien que está humillando a la ciudadanía. Recurre De Narváez a un lugar común, el de que siempre nos la dan los de arriba. Y arroja leña al fuego de esa latente pasión por salir a cacerolear para que se vayan todos.
Esto les sucede a los protagonistas del spot: una mano les pega. ¿Será la mano de los poderosos? Estamos en tiempo de elecciones. ¿Será la mano de los políticos que no son De Narváez? Y si es así, ¿el candidato llega para detener la mano de los golpeadores? No, ése no es el plan. Porque atención: la serie de cachetazos se termina cuando un joven corre la cara y elude el golpe. Era fácil. Todos podrían haberlo hecho, pero no lo hicieron. La responsabilidad recae desde este momento y enteramente en el electorado. La propuesta de los posibles gobernantes completamente vacía se llena con el voto, que paradójicamente consiste en esquivar. A su vez, el chico que evitó el golpe no hace escuela, no alerta al resto, no cambia las cosas. Apenas corre la cara. ¿Eso es votar todos al mismo? El tan mentado cambio, con mirada del empresario De Narváez, consiste irremediablemente en una acción individualista. Da espanto pensar que todo el cambio que propone un candidato consista en que de ahora en más ya no nos peguen porque nos corrimos unos centímetros del alcance de la mano que sigue intentando. No. No puede ser tan pobre el mensaje. El candidato ha formulado una pregunta que nos ha recordado el esotérico y sabio estilo de Kung Fu. Rebobinemos entonces otra vez.
Da intriga la identidad de esa mano maléfica. Mirando con atención, lo único que se comprueba es que son todas manos masculinas. No hay manos de mujer. ¿Será esta publicidad una subliminal manera de apoyar las candidaturas testimoniales del oficialismo ya que la Presidenta, mujer, no está entre los golpeadores? ¿O propone generoso De Narváez las candidaturas de Lilita, Margarita y Gabriela? Quién sabe... Mientras tanto, retomamos la pregunta tan oriental: ¿y si el cambio empieza un día y de pronto hasta en las propagandas políticas los responsables se cuidan de no normalizar los actos de violencia, los golpes, el uso de la fuerza?
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