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Viernes, 24 de enero de 2003

PERSONAJES

Maruxa, el gran amor de Seoane

Maruxa tiene 90 años, y espera con ansiedad la apertura, en La Coruña, del museo que llevará el nombre de quien fue su compañero de toda la vida: el pintor Luis Seoane. Ambos fueron refugiados republicanos y vivieron gran parte de sus vidas en Buenos Aires. Memorias de ese exilio.

Por Manuel Rivas *

Tiene noventa años y ahora sueña con el mes de abril. Le han dicho que, si todo va bien, será en esos días de primavera europea cuando se inaugure en La Coruña el museo que lleva el nombre y gran parte de la obra de Luis Seoane. Ella se llama Maruxa. Maruxa Seoane. Sus ojos son de una intensa luminosidad marina. Así como hay un azul prusia o un azul parís, podríamos hablar de un azul seoane, nacido de los ojos de Maruxa. Esos ojos son como focos que iluminan una historia de resistencia y también de re-existencia, con el ruido de fondo de una maquinaria persecutoria y aplastante. Viendo esos ojos, uno entiende el pleno significado del testimonio de María Rosa Oliver sobre el exilio español en Buenos Aires: “Los españoles que venían traían de la tragedia impartían un aire festivo a nuestras reuniones. En su mayoría eran jóvenes, pero con la prematura y relativa madurez que da el haber estado expuesto a la muerte y el hallarse, después, en la incertidumbre en cuanto a cómo seguir viviendo”.
En un sexto piso, desde el que se ve el mar embravecido del Orzán, la mirada de Maruxa es un bálsamo. Se apoya en un bastón que acaba olvidando en alguna esquina, se yergue sobre la voz, y va abriendo puertas de las que surgen seres, naturalezas muertas y mares interiores. Son algunos de los cuadros que Luis pintó en el exilio, que fueron vendidos y que ahora vuelven a ella, como si los arrastrase una justiciera corriente submarina. Maruxa los podría reconocer sin verlos, sólo rozando el revés del lienzo; era una tela tan especial que ella compraba, cortaba y preparaba. Así, hace tres años, regresó a sus manos el valiosísimo Cristo obrero (1974). Un año después, el Campesino con un conejo (l948), que fue una de las primeras obras que Luis, que se inició como dibujante y grabador, pintó al óleo. Este cuadro tiene una historia. A Luis y a Maruxa, que vivían en un pequeño departamento bonaerense, les habían regalado un conejo, pero no eran capaces de matarlo para comerlo. Se lo zampó el portero y su familia. En el exilio, la mente está en una permanente vigilia. Hasta el más pequeño detalle tiene un alcance metafórico. Hay otra historia de animal presente en la obra de Seoane. Es el Homenaje a un pájaro, una serie de grabados que hacen temblar el papel en el que están impresos. Cuando Luis comenzó a triunfar en la Argentina, se compraron una casa de campo, en Ranelagh. Un día, en invierno, encontraron en la puerta un hornero que parecía muerto. Lo pusieron cerca del fuego de la chimenea y el pájaro revivió. Entonces Luis decidió liberarlo por una ventana. Pero el pájaro se volvió hacia el interior y voló hacia el fuego. Ardió en un fulgor.
Después del golpe militar de l936, La Coruña, ciudad de tradición republicana, fue sacudida por el terror. En aquella cacería humana fueron asesinados artistas como Luis Huici y Francisco Miguel. Luis Seoane eraotra de las piezas a batir. Ejercía de abogado laboralista y pertenecía al Partido Galeguista de Castelao. Había nacido en l910, precisamente en Buenos Aires, adonde sus padres habían llegado como inmigrantes. La familia volvió cuando él tenía seis años. De joven universitario, participó en los movimientos estudiantiles en Santiago, donde estudió Derecho, y se inició en las artes con una sensibilidad de vanguardia. Luis Seoane permaneció escondido durante meses. En octubre consiguió huir a Portugal, llegar a Lisboa y embarcar rumbo a Buenos Aires.
Faltaba Maruxa. Era su amor de toda la vida, y no es una frase de radionovela. Primos carnales, se escribían cartas desde niños. Ella era muy, muy hermosa. Estudiaba en la Escuela de Comercio. Pero a nadie se le ocurrió pretenderla: ¿quién iba a entrometerse en el fascinante idilio de Luis y Maruxa?
A Maruxa no la molestaron los franquistas, en principio. No estaba acusada de nada. Cuando supo que Luis estaba a salvo, preparó su marcha. Su madre le puso una condición: tenía que irse casada por la Iglesia. Por poderes. Sabía que si la dejaba ir, vivirían juntos, se amarían, pero no se casarían. ¡Aquella idea de Luis del “amor libre”! Las cosas se complicaron. Un hermano de Maruxa, Manolo, médico, fue detenido y encarcelado. También el padre de Luis. ¿Acusado de qué? De ser el padre de Luis. En cuanto a la boda, el cura decía que había que esperar, que no había llegado el “permiso” de Roma. Maruxa le dijo un día: “Mire, si no me casa mañana, me marcho igual”. Y al día siguiente se celebró la boda de Luis y Maruxa en la iglesia San Jorge. El lugar de Luis lo ocupó el hermano mayor de Maruxa. Y gracias al cónsul portugués pudieron salir para Lisboa Maruxa y los padres de Luis, a embarcar en el “Santa Rosa” hacia Buenos Aires.
Al principio vivió junta toda la familia. Después, Luis y Maruxa se instalaron en una pequeña pieza. No tenían nada, ningún mueble. Un día llegó una carta desde España: habían ejecutado al médico Manolo Fernández, el hermano de Maruxa. Desde que el gobierno argentino del presidente Roberto M. Ortiz reconoció al gobierno franquista de Burgos, la vida se complicó para los refugiados y exiliados. En aquella época, los republicanos españoles y los judíos huidos del nazismo compartieron la misma suerte. Se establecieron entre ellos lazos de solidaridad muy fuerte. Entre los argentinos de origen gallego también hubo personas que se comprometieron desde el principio, como el editor Losada. La emigración estaba dividida, aunque una mayoría de asociaciones, las agrupadas en la Federación Gallega, simpatizó con la causa republicana. Dos cafés de la avenida de Mayo eran puntos simbólicos del enfrentamiento entre españoles: el Iberia era de ambiente republicano, y el Español, profranquista. Había días en que las sillas volaban de una calle a la otra. De todas formas, la tertulia más célebre, formada por exiliados antifascistas, era el Café Tortoni.
Luis Seoane colaboró con el diario Crítica. El dueño de ese diario, Natalio Botana, fue el protagonista de una de las grandes historias solidarias del exilio español. En octubre de l939 salió del puerto francés de Burdeos el buque transatlántico “Massilia”, en el que viajaban numerosos refugiados españoles y judíos perseguidos en Europa. Por esa fecha, Parías se había vuelto un lugar peligroso. Aunque el puerto de llegada era Buenos Aires, el destino final era Chile. En Argentina, ya se dijo, no soplaban buenos vientos en aquel momento. Pero apareció un caballo. Un caballo llamado Romántico, propiedad de Natalio Botana. Romántico tuvo el valor de ganar en el hipódromo bonaerense el Gran Premio Carlos Pellegrini. Y Botana, con un corazón antifascista, declaró que el importe del premio sería entregado a los refugiados españoles que viajaban en el “Massilia”. Este gesto desencadenó un gran movimiento de solidaridadque permitió a los viajeros en busca de asilo establecerse en Buenos Aires.

* El País / Página/12

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