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refugiarse
Por Moira Soto
Tragedia que atañe en forma creciente a millones de personas en el mundo, el exilio forzado –la huida o expulsión del país de origen en pos de un lugar donde asilarse, resguardarse de la agresión y del hambre– suele afectar en un grado mayor a las mujeres (y, en consecuencia, a los niños): “víctimas privilegiadas de la violencia de todos los poderes -políticos, institucionales, sociales, familiares–, asesinadas, violadas, condenadas a la miseria y la exclusión”, al decir del periodista español José Vidal-Beneyto. Entre las refugiadas del planeta, a menudo en compañía de sus hijos, son mayoría las de culturas (africanas, asiáticas, de Oriente Medio) que las discriminan y maltratan sistemáticamente. Es decir, mujeres que vienen de ser castigadas, humilladas, mutiladas, sobre las que se abaten males aún mayores en casos de conflictos bélicos, o en algunos campos de refugiados que están lejos de brindarles el abrigo y la protección que tanto anhelan y merecen. Sin ir más lejos, el año pasado, Acnur (Alta Comisión de Naciones Unidas para los Refugiados) denunció el abuso sexual que sufrían niñas y mujeres adultas por parte de trabajadores de algunas ONG y de fuerzas de paz de Naciones Unidas. Estos miserables obligaban a prostituirse a refugiadas de toda edad por una ración de alimento o una medicina.
No es, por cierto y por suerte, lo que les sucede a Delal y sus hijas, protagonistas junto a Sehmuz (marido y padre, respectivamente), a otro hijo y a Aziz, un amigo de la familia, del film Escape al Paraíso, cuyo estreno se anuncia para la semana que viene. Esta realización de Nino Jacusso se basa sobre historias reales de estos “grandes sobrevivientes del siglo XX”, como los llamó la comisionada Sadako Ogata, y a su vez está interpretada por auténticos refugiados y refugiadas que pasaron por situaciones parecidas. Así, Delal, una kurda de Anatolia, maestra y militante independentista, es encarnada por Fidar Firat (foto), nacida en el mismo pueblo, emigrada a Austria y luego casada en Suiza, donde vive con sus dos hijos, colabora con inmigrantes kurdos y dirige grupos de teatro.
En Escape..., la familia Karadag decide escapar de Turquía después de que Sehmuz, el tímido artesano también militante, es encarcelado y torturado. Eligen marchar hacia el “Paraíso” que, según ilusionan, es Suiza. De manera concisa y elocuente, el film sugiere el dolor de la partida en la escena de despedida de la abuela, que regala sus pocas joyas a la nieta adolescente. Del mismo modo, se describe la llegada a ese país tan diverso, animada por la presencia del jovial Aziz. La familia va a parar a un hospedaje para inmigrantes donde deben esperar la decisión que los habilitará –o no– para residir en Suiza. Con pinceladas mínimas, apoyado en la frescura del elenco, el director describe a las y los integrantes del pequeño clan y a algunos de sus vecinos que aguardan también ser aceptados.
Y aunque Delal estudió y actuó en política, está clarísimo que su lugar en la casa es la cocina. Y que cuando aparece una oferta de trabajo -recoger frutillas en el campo– ha de pedirle permiso a su marido. Sin embargo, se trasparenta desde el vamos que ella, valerosa y perseverante, es el soporte, el pilar más sólido de esta familia que enfrenta con entereza el desgarramiento del exilio, de abandonarlo todo en busca de hospitalidad, de un puerto seguro donde guarecerse, en un país con otro paisaje, otro idioma, otro estilo de vida.