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Viernes, 31 de enero de 2003

ESPECTACULOS

De mil amores

No hizo un pacto con Mefistófeles a cambio de su alma ni cosa semejante: Nacha Guevara debe esa perpetua lozanía, que ahora luce en el show “Qué me van a hablar de amor”, tanto a la meditación como al sistema Pilates de gimnasia, la comida vegetariana y, obviamente, la cirugía. Energética, con la voz bien templada y la profesionalidad que la caracteriza, canta y habla sobre la escena acerca de amores propios y ajenos.

Por Moira Soto
Como aseveraba el título de uno de sus shows, hay mil y una Nachas, entre las cuales, actualmente, está la que en escena avisa irreverente, despiadada –desde una canción de Boris Vian– “no se casen, chicas”, y la que desde su libro de autoayuda recomienda “seducir a la antigua” (“nunca le dirijas primero la palabra”, “no tomes la iniciativa”, “no lo beses primero”, “no le devuelvas todas las llamadas”, “no le hables nunca de matrimonio. NUNCA...”) Y también está la Nacha que concede a Las/12 una hora para hacerle una entrevista –que a ella le interesa como parte de la promoción de su nuevo espectáculo– pero que, apretada por los ensayos, según alega, apenas concede amablemente 40 minutos...
Nacha Guevara, pues, está otra vez sobre un escenario porteño, haciendo Qué me van a hablar de amor (Teatro El Nacional, miércoles a sábados a las 21, domingos a las 20, a $ 15), una suerte de resumen del camino que empezó a recorrer en los ‘60. Resumen en el que no faltan Vian, Gershwin, Sondheim, Brel, algunos superclásicos del tango, un Benedetti, Silvio Rodríguez, el tema propio –y de Favero, coreografiado con toques de Bob Fosse– “Mi ciudad” y, reemplazando el final anunciado en el programa (“El día que me quieras”), el siempre efectivo “No llores por mí, Argentina”. Entre un tema y otro, Nacha desgrana un collage de citas diversas que incluyen versos de Jacques Prévert y de Francisco Luis Bernárdez.
Suerte de Ayesha nacional (aquel fantástico personaje literario –luego cinematográfico– de Henry Ridder Haggard, perennemente joven, reina de la belleza en una jungla literaria africana del fines del XIX), Nacha Guevara celebró haber pasado las seis décadas justamente con el libro 60 años no es nada (que localmente agotó dos ediciones, y ahora apenas se consigue en una de bolsillo, editada por Planeta). Biblia personal sucinta de la actriz y cantante discípula de Chopra y de Maharashi Mahseh, los distintos capítulos dan cuenta del ideario de quien supo transformarse en varios sentidos durante los ‘80. La autora tuvo la posibilidad de hacer divulgación masiva de las ventajas de la autoestima fusionada con el bienestar físico-espiritual y el vegetarianismo en el recordado programa de TV “Me gusta ser mujer”. Propuestas con las que se puede coincidir o disentir, pero lo que resulta incuestionable es que –más allá de bisturí, las siliconas, el colágeno– Nacha Guevara exhibe un estado físico general prodigioso, que seguramente han de envidiar figuras más jóvenes cuya lucha contra la decadencia corporal no les procura tan buenos resultados.
Todo irá mejor con
armonización
“En tiempos como los presentes, el teatro se vuelve más necesario”, afirma Guevara. “Quizás su función sea ésa: llevarte a otra dimensión, transportarte fuera del tiempo y el espacio, meterte en un mundo que no es irreal como suele decirse sino que tal es más verdadero que el otro... Si lo que se le ofrece tiene determinado nivel, la gente sabe que estáinvirtiendo en algo que en cierta forma no tiene precio. Porque el arte tiene un poder sanador, tal vez su principal función sea armonizar, hacer que el espectador se conecte consigo mismo, con sus propias emociones. Sobre todo ahora que el mundo es un bombardeo permanente, que todo tiende a alejar de tu centro. Sin embargo, más allá del dolor, del horror que nos rodean, creo que estamos en un momento de transformación aquí, veo como señales conmovedoras de que algo va a cambiar, a evolucionar. Es bárbaro eso. Individualmente, ¿no? Quizás en pequeña escala colectiva. Por eso, en mi speech final digo: ‘Me saco el sombrero’ frente a todas esas manifestaciones: gente que siembra soja al costado del camino, ese señor al que se le murió la mujer y pone los pesos de la corona para olla popular... Guau.”
–¿Notás que el 2002 ha sido un año de mucho destape de las mujeres en acciones solidarias, organizativas, de protesta?
–Sí, mucha capacidad y energía para organizar, mucha creatividad. Y con ánimo de llevar las cosas hacia delante, de no quedarse en el impulso, probablemente con más decencia de la que venimos viendo en la parte masculina. Creo que el principio de compasión nace de esa actitud, y que han renacido ciertos ideales humanistas. Por eso estoy tan feliz haciendo este espectáculo. Esperé mucho tiempo para ver este momento, para ver a mi gente hacer este cambio, y ahora quiero compartirlo, quiero vivirlo. Me gusta esto de que las personas no esperen que otro haga las cosas por ellas. Vengo de estar mucho tiempo afuera, en países que funcionan muy bien, no les falta nada. Salvo aquello que todavía tenemos nosotros: esa calidez, ese intercambio realmente humano. Acá te encontrás con un amigo, y es un amigo: hay complicidad, códigos comunes, sobreentendidos, interés mutuo...
–Algunas zonas del repertorio de este nuevo show parecen trazar un puente entre la Nacha que hacía a Brassens, Vian, Schóo... Una Nacha pionera en cierta insolencia desde el escenario: criticar duramente a la burguesía, decir malas palabras...
–A veces me arrepiento, cuando veo lo que pasa ahora, de haber sido pionera de las malas palabras... Pero creo que en ese momento tenían un peso, un sentido. Habían sido puestas por autores muy inteligentes: hoy es difícil encontrar creadores de ese nivel. Porque en realidad, la cultura está gobernada por el miedo. Es muy sutil, pero se va filtrando y lo va tiñendo, especialmente la creatividad. La gente se la piensa dos veces, se pregunta si le conviene, cuánto van a vender para no perder el lugar. Nadie quiere arriesgar. Eso se ve en la televisión, en el teatro mismo cuando lo manejan multinacionales. Todavía aquí, por suerte, en El Nacional, la empresa tiene cara. Pero las más grandes, las que montan ciertos musicales, no la tienen. Hay administradores de administradores de administradores... ¿Y el riesgo y la locura que necesita el arte? Volviendo a tu pregunta: sí, yo soy el puente, y canto canciones de antes, de ahora, de siempre. Hay mucho amor y mucho amor en el espectáculo.
–Qué me van a hablar de amor, ¿no responde a ninguna fórmula, a ningún cálculo comercial?
–Bueno, es exactamente lo que tenía ganas de hacer. Pienso que estamos en una etapa en que ya no hay que sacudir a la gente, decirles: “Reaccioná, movilizate”. No vivimos en los ‘60. La gente ahora sabe perfectamente lo que pasa, lo que le pasa. Actitudes como el ‘no te metás’ o el ‘por algo será’ están desterradas de nuestra conciencia.
–¿Realmente creés que es así? Suena demasiado optimista...
–Así lo creo, aunque quedarán algunos dinosaurios. Pero antes era un reflejo masivo. Pienso que las cosas muy contestatarias hay que hacerlas cuando no hay permiso. Quiero que este espectáculo resulte balsámico, como si te hubieran dado un masaje benéfico, que salgas diciendo: “Guau, québien, me siento mejor que antes de entrar”. Es evidente que yo no soy la misma persona de los ‘60, y que el mundo cambió mucho.
–¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de cambiar el mundo desde el escenario?
–Mi generación sabe que no, pero se puede hacer mucho desde allí. Aquella soberbia la hemos perdido, gracias a Dios. Ahora está claro que tenemos que hacer lo que podamos desde nuestro lugar. Por supuesto, el arte puede provocar cambios de conciencia, aperturas del corazón, reconciliaciones, revoluciones interiores. No sólo el bienestar es un derecho humano, la belleza también es un derecho que, por ejemplo, nos ha robado la televisión actual, nivelando para abajo con esa enorme influencia que posee...
–El título de este show, con ese resabio escéptico, ¿no se contradice con esa intención de resultar balsámico? ¿Estás de vuelta en algunos temas?
–Sí, pero ese escepticismo está acompañado de otras cosas si escuchamos la letra completa de ese tango. Más que estar de vuelta, estoy en otro camino. Y sin duda he aprendido muchas cosas, pero no puedo asegurar que no me van a volver a pasar (risas). Ni en el amor ni en nada... El espectáculo habla del amor en sus muchas formas. Del amor a los sueños, como en el caso de Martin Luther King, a quien se ve en una proyección durante su último discurso, del amor a la libertad.... Qué me van a hablar de amor traza una curva en la que entran diversos registros –cinismo, comicidad, melancolía, romanticismo– y al cierre se descubre una vez más que todo ese ciclo del amor siempre se puede volver a repetir. Y ahí va la canción de Cinema Paradiso y la pantalla se inunda de besos.
–¿Te sentís poderosa en esos momentos en que tenés el público a tus pies?
–No, muy humilde, porque se trata de un poder que no me pertenece. Es una conexión con una energía superior, son instantes que no duran toda la noche, ni ocurren todos los días.
–¿Sos una médium?
–Soy un canal, un instrumento. La prueba está que hay muchas noches que no me dan ese poder, o sea que no es mío. Sucede. Por otra parte, el público es mucho más actor, más activo de lo que se suele creer. Cuando se producen esos momentos excepcionales sabés de verdad que vale la pena subirse a un escenario, después de todo lo que cuesta llegar allí.
–¿Hay algún mensaje de fondo, alguna intención que unifique la elección de los temas, de los textos?
–He aprendido, a fuerza de mucho trabajo, a no intentar convencer a nadie de nada. Ni en la vida ni en el escenario. A veces se me zafa todavía esa tentación. Ahora tengo claro que sólo salgo a hacer lo que me preparé para hacer, y nada más lo hago. Creo que esta actitud implica un respeto verdadero hacia el otro. Ahí es cuando la relación con el público se vuelve maravillosa y una se agota mucho menos. Toda la técnica desaparece hasta cierto punto, y aparece el alma de las cosas. Lo que te permite esa libertad es que todo esté en armonía. Por eso soy tan obsesiva en el período de ensayos.
–Siempre has dicho, incluso desde la tele, que te gustaba ser mujer. ¿Cuál sería la impronta femenina en este show donde la gran mayoría de canciones y textos pertenecen a varones?
–Es un espectáculo muy femenino, creo. Yo reconozco mucho la mano femenina en el arte. Ni por mejor ni por peor, por diferente. Puedo ver una película sin saber quién la hizo y decir: está dirigida por una mujer. Hay una sensibilidad más fina, una mirada más holística, un cuidado muy especial... En ese sentido, el espectáculo transcurre en un mundo de acentos femeninos. Y, como todo lo que se hace en el terreno artístico, es autobiográfico. En cada texto, en cada canción, estoy poniendo algo de mí: un gusto, un estado de conciencia, unos juicios, unos prejuicios... Es un producto muy personal, y lo que busco es comunicarme.–¿No se te ocurrió en algún momento volver sobre algunas de las Canciones para mis hijos que editaste en los ‘70? Temas como “Argentinito que naces...” –donde decías “y si te espera pobreza (...) es porque nuestras riquezas se las llevaron muy lejos...”–, que mantienen vigencia.
–Es cierto, todas las canciones de ese disco tenían algún contenido muy fuerte, una emoción, un compromiso con ciertas ideas... Pero, bueno, fue una etapa... como la del Di Tella.
–¿Rodeada de gente como Carlos del Peral, Kalondi, haciendo espectáculos como Mens sana in corpore sano?
–Sí, y Anastasia querida... El Di Tella fue algo milagroso. En ese momento no nos dimos cuenta de su importancia, pero lo vivimos a full. Nadie nos quita esa experiencia. Y muchas canciones mantienen actualidad, porque cuando hablás de constantes en el ser humano desde un lugar artístico, esos conceptos persisten en el tiempo. Cuanto más delirados, más libres de fórmulas y convenciones, mejor.

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