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TANGO
Por Sandra Russo
–Estoy como nueva.
–¿Fuiste a la peluquería?
–No, es en serio.
–¿Conociste a alguien?
–Sí, pero no es lo que vos creés.
–¿Son solamente amigos?
–¿No te digo? Tenés la idea fija.
–¿Yo tengo la idea fija? ¡Si sos vos la que me llama todas las noches llorando porque jamás encuentra la tapa de su inodoro levantada!
–Bueno, eso era antes. Ahora estoy como nueva.
–¿Te hiciste evangelista?
–Qué boluda.
–¡Bueno, contá de una vez!
–Bailo tango.
–Ah, ¿era eso?
–¿Cómo “ah, era eso”? ¡Me cambió la vida!
–Roxana, últimamente te cambiaron la vida el reiki, el taller literario, las clases de italiano, la asamblea barrial, la dieta de los verdes orgánicos y... ¿de qué me estoy olvidando?
–El tango es otra cosa. Es algo indescriptible. Los códigos, el cabeceo, el dejarse llevar, los tacos, la pollera ajustada, el ambiente del club... Ayer bailé con un matarife de González Catán, ¿te das cuenta? ¿En qué otro lugar iba a tener la posibilidad de conocer a un matarife de González Catán?
–Sí, visto así...
–Veo las cosas de otro modo, te juro. Me eroticé. El tango es tan sensual, tan interior, tan metafísico.
–Tan melancólico.
–No es melancólico. Es profundo. Es filosófico. Me siento como nueva, como si hasta ayer hubiese vivido en una burbuja de polvo de jabón. Como si hasta ayer no hubiese entendido la verdadera dimensión de las cosas. Como si me hubiese despertado de un sueño de superficialidad y soledad. Hasta ayer yo era como una nena malcriada, ¿entendés? Hoy soy una mujer.
–¿Por qué hasta ayer? ¿Qué pasó ayer?
–Fui a bailar tango.
–¿Fuiste ayer? ¿Ayer fue la primera vez?
–Sí
–¿Y ya te sentís como nueva?
–Sí.
–No hay peligro. Sos la de siempre.