Viernes, 11 de septiembre de 2009 | Hoy
Con una extraña y dudosa fidelidad a esa costumbre de Balenciaga de no exhibir sus trajes más selectos, los responsables de cuidar y transmitir su legado se quedaron con algunos trapitos y con mucha tela.
Por Victoria Lescano
Cristobal Balenciaga (1895-1972) tuvo la costumbre de nunca exhibir su trajes sastres esculpidos en tweed, ni los drapeados que citaban a trajes de reina, en las célebres vidrieras de la tienda parisina, situada en la avenida George V y que delegó en la experta Janine Janet. Tampoco mostró los vestidos capa para la noche que emulaban hábitos religiosos. El celo con el que supo guardar sus técnicas (a la que los expertos calificaron de “milagro Balenciaga”) y a la creaciones de su atelier expresado en su advertencia: “las mujeres curiosas acá no son bienvenidas” se manifiesta varias décadas más tarde de que el siglo XX y también el XXI recibieran su legado, pero no ya por decisión propia sino por negociados de inescrupulosos políticos españoles. Se trata del proyecto de nuevo museo para exhibir los trajes de su colección en Guetaria, su ciudad natal que fue lanzado en 1999 bajo la forma de una fundación privada, con el patronazgo de los Reyes Sofía y Juan Carlos, la presidencia de Hubert de Givenchy –discípulo de Balenciaga–, la presencia de los diseñadores Paco Rabanne, Ungaro y Oscar de la Renta y coincidió con el revival de la firma, en manos del creador belga Nicholas Ghesquiere –contratado en 1997 por el grupo Gucci para resucitar el sello–. Ghesquiere logró subirlo a la cresta de la ola recurriendo a investigaciones en los archivos de la firma. Transcurrió una década desde que se anunció el proyecto que contaría con un palacio junto al mar y una extensión con forma de museo ultramoderno. La obra fue encargada por el ahora procesado alcalde Mariano Camio a un arquitecto cubano de su círculo de amistades. Según el diario El País, el caso está en los tribunales, pues se adjudicaron veinte millones de euros y en lugar de exhibirse los fabulosos trajes, en el sitio hay un esqueleto de hierro y de hormigón, fondos dilapidados de contratos irregulares, presupuestos e informes técnicos ocultados, facturas falsificadas, subvenciones desviadas, firmas escaneadas, dobles pagos o regalos de prendas del modisto a cargos públicos del Partido Nacional Vasco”. La colección del Museo Balenciaga se alimenta de mil trajes, una cifra construida con la sumatoria de atuendos que conservan los archivos de la firma y muchos otros que fueron donando las descendientes de sus usuarias. De la condesa Mona Bismarck –célebre por haberse encerrado en su habitación cuando supo de la muerte del modisto–, piezas del aristocrático placard de Grace Kelly, de la diseñadora de lencería Meye Maier, quien donó 49 piezas del placard de su elegante madre, Meye Allende (quien entre 1944 y 1965 se vistió de Balenciaga de la mañana a la noche). Trascendió que muchos de los accesorios –medias, guantes y carteras– donado por quien fuera secretaria de Balenciaga pasaron a los vestidores de las esposas de algunos políticos. La semana pasada el affaire del museo Balenciaga inconcluso llegó a las páginas de moda y estilo del periódico The New York Times. Allí, el diseñador Modesto Lomba, creador de la firma Devota y Lomba, presidente de la Asociación de Diseñadores Españoles y figura fundamental en la puesta en marcha del Museo del Traje de Madrid, se refirió a una nueva puesta en marcha del proyecto. Y anunció que luego de meses de trabajo exhaustivo y con nuevo rescate de fondos pero con libros contables transparentes, el museo se abrirá en marzo de 2011 y cobijará una pequeña tienda, un restaurante y una escuela de moda que funcionará durante los veranos. Pareciera que hay mucho de trama maldita en los vínculos de Balenciaga con su país de origen: luego de aprender el oficio con escasos 14 años en San Sebastián, en 1919 abrió su primera casa de costura en esa región, pero con la caída de la monarquía española en 1931 abrió otra tienda llamada Eisa, en honor a su madre costurera y que tuvo dos sucursales. Con el estallido de la Guerra Civil Española, Balenciaga se refugió primero en Londres y luego en París y fue allí donde realizó su obra más prolífica y elogiada por la prensa –la de Carmel Snow fue la pluma más elogiosa de su obra–. Allí diseñó citas al estilo español: de los boleros inspirados en chaqueta de torero, las capas en tweed, variaciones sobre túnicas y vestidos camiseros, diseños varios para puestas de Jean Cocteau y hasta uniformes para aeromozas de Air France.
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