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Viernes, 7 de febrero de 2003

MUESTRAS

Historia Dorada

En la vieja cervecería Munich, donde la Dirección General de Museos mudó su sede, una ecléctica muestra de objetos y fotografías hace honor a aquella bebida espumante. Tan deseada en este verano como en aquellos otros que se ven en las imágenes que sirven de marco, cuando la costanera sur era un balneario elegante y la ecología no figuraba en el diccionario.

 Por Victoria Lescano

La muestra se desarrolla en el interior de una de las construcciones más rara avis de la ciudad, un palacete con iconografía alemana en los vitreaux, los murales, el piso y las columnas de las terrazas que miran el río y que en 1927 el arquitecto húngaro Andrés Kálnay construyó para la sucursal más chic de las cervecerías Munich.
La apuesta principal es una recorrida por la historia de las cervezas argentinas de 1920 a 1960: incluye elegantísimas botellas de porcelana grès con que las fábricas primitivas distribuían sus fórmulas propias, libretas de almacén, destapadores, posavasos y chopperas, hasta abanicos publicitarios en cartón y producciones gráficas con himnos a la Quilmes, sillas de hojalata grabadas con las leyendas Palermo o Bieckert, lámparas y la puerta giratoria originales de la Munich.
Pero para complementar el título “Veranos Inolvidables, la Munich de Kálnay, la Costanera y el Río” en la flamante sede de la Dirección General de Museos –Avenida de los Italianos 851– también se exhiben gigantografías con escenas y documentación de los días de gloria del Balneario Municipal.
Hay crónicas de bañistas que emergen de algunas de las 380 casillas para cambiar vestidos largos y trajes con bombines o sombreros rancho por “obligatorios trajes de baño completo, una malla, mameluco, debiendo estar todas las prendas en buen estado” y para darse chapuzones nunca superiores a la media hora de duración que indicaban los edictos municipales de 1920.
Luego podían asistir a las canchas de tenis, el gimnasio para niños, visitar los jardines con acacias y senderos a la Versalles o frecuentar los teatritos de varieté que abundaban en la zona.
En un documental que complementa la muestra los testimonios de Osvaldo Miranda, Gloria Pampillo y Delfor Medina recuerdan: “Era un restaurant muy exclusivo y más caro que los de los alrededores, los mozos usaban delantales a rayas y guantes blancos, siempre había bandas en vivo interpretando valses y permanece en el imaginario como lugar favorito para primeras citas”.
Los investigadores de la Dirección General de Museos, que desde el último diciembre recuperó ese edificio como sede propia, agregan que ostenta dos records tecnológicos: la ejecución del proyecto en cuatro meses y días para inaugurar en temporada veraniega y un extraordinario sistema de almacenamiento, refrigeración y distribución de cerveza. La cámara ubicada en el sótano podía refrigerar 50.000 litros que se distribuían a los distintos ambientes por medio de una red de cañerías que despedían 1500 litros en forma simultánea.
Y esos litros se acompañaban con una carta 100% alemana, consagrada a los ahumados, las ensaladas de papa y, como atracción para los niños, colosales copas heladas.
El coleccionista Juan Carlos López Almendros, presidente de la Asociación Argentina de Coleccionismo e Intercambio Cervecero y quien aportó buenaparte de las rarezas cerveceras en exhibición, dice: “El edificio se construyó sobre un predio municipal, Kalnay tuvo mucha libertad para construir y un presupuesto muy generoso que aportaron los Bemberg, los dueños de la cervecería Quilmes. El primer concesionario fue delegado a una familia austríaca, durante la celebración de la Dirección de Museos apareció una sobrina de ese gastronómico y, además de aportar un jarro original de la Munich, nos contó que todos los fines de año acostumbraban regalar a los clientes piezas de cristal que encargaban a los mejores autores de cristalería austríaca”.
En su hogar de Barrio Norte, López Almendros tiene una colección de miles de vasos de procedencia variada apilados en interiores de placards, latas de cerveza atiborrando las paredes de las habitaciones de sus hijos, publicidades y slogans de cervecerías desde el 1900 en carpetas debajo de la cama matrimonial. De la colección particular vale destacar las latas de los 50 que la marca Tennent dedicó a mujeres en negligée estilizadas en un pin up hortera. “La primera modelo fue una maestra de escuela llamada Fiona, las chicas elegidas para aparecer en las latas por contrato no podían trabajar en ninguna otra actividad, en la actualidad esas latas son algunas de las mejor cotizadas en el mercado”, dice López Almendros.
Junto a otros especialistas en brewery –así se llama a quienes coleccionan merchandising de los derivados de la malta–, en especial Carlos Vives trazó un quién fue quién de la historia cervecera argentina.
“Por un lado estuvieron las primitivas como Zervezería, la fábrica que el inglés Tomás Stuart tuvo en Retiro y en la que luego se asoció a Tomás Ilson –un empresario con un currículum de contrabandista de lo más variado–, que en 1842 fue relanzada por Adolfo Bullrich y Carlos Ziegler con una botella estrambótica. Conservo un ejemplar de La Gazeta mercantil de enero de 1845 que invitaba a su cervecería de la Barraca de Capdevila - Chacabuco al 3000 y que reza: ‘Ofrecemos al respetable público una mejoría en las calidades de cerveza, mejorando las dos clases, blanca y negra, los refrescos y fiambres se encontrarán a toda hora. Igualmente se aviza a los aficionados al baile que tienen una sala donde podrán colocarse una compañía de amigos o familia que quiera disfrutar de esta diversión con un buen piano y un maestro tocador que estará pronto a servir a los concurrentes, particularmente los Domingo a la tarde’”. En 1880 empezó la construcción de grandes fábricas y Bieckert fue la precursora en Esmeralda y Juncal.
El experto también se refiere a los packagings: “Todas las botellas de grès se prohibieron en 1923 por la ley nacional de higiene, que decretó que cualquier recipiente no translúcido no podía ser retornable, luego el Consorcio Cervecero Unión unificó la producción de botellas. Así se impuso un modelo único y multas para quienes no las respetaran”.
Un listado de cervecerías ilustres incluye además a Guillermina, en el barrio de Constitución, Zur Post, de la calle 25 de Mayo, la Adams, en la bajada de Maipú antes de llegar a Retiro –con luces muy tenues y clima de tugurio, fue la favorita de los marineros–.
Para concluir el recorrido de templos cerveceros el gastrónomo Rubén Tfarherr se refiere a la historia de Bodensee, la tradicional cervecería de Belgrano, donde él empezó a trabajar como peón de limpieza: “Se inauguró en octubre de 1925, en un local de Monroe al 2800, cuando Ernesto Boden quiso imponer las bases de la comida alemana entre los argentinos. El lugar fue un éxito inmediato, el local resultó chico y decidieron mudarse a Crámer 2455, al club de barrio Manuel Belgrano. De inmediato tiraron paredes abajo, transformaron la antigua cancha de bochas en la cocina y en el terreno contiguo construyeron siete canchas de bolo y hasta una sala de fiestas para 1000 personas”.
Además de las célebres recetas de goulash on mit spatzles, y knackwurst -salchichas alemanas–, el sello distintivo del restaurante era la repartición de botellones de cerveza a domicilio. En su mayoría verdes y con variaciones en uno, dos, cuatro o cinco litros. Tuvo un stock de cinco mil botellas que los clientes compraban para uso doméstico. “Era exclusivamente cerveza Palermo y arribaba en barriles de 100 litros, el sistema de ventas continuó hasta 1958, la firma decidió cancelarlos cuando a los chicos que hacían los repartos empezaron a robarles las bicicletas. Las botellas no costaban más de tres pesos, las de un litro en su mayoría eran de cerámica blanca y tenían estampas con trompas de elefante dispuestas hacia arriba, algo que ellos asociaban con la buena suerte.”
Vale mencionar que Tfarherr mantiene en su nuevo local Bodensee de Las Cañitas –Ortega y Gasset 1880– las recetas tradicionales de goulash, sirve paté de almendras con ensaladas de papas, selectas tablas de quesos y jarras de cerveza desde diez pesos en un pequeño jardín y dispuso un espacio de juego para niños. Además conserva algunos boxes de madera que integraron el mobiliario del Bodensee primitivo y en la barra descuellan algunos ejemplares de los botellones verdes de antaño.

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