Viernes, 2 de octubre de 2009 | Hoy
CRóNICAS
Por Juana Menna
Un déjà-vu. Esa fue la sensación que tuvo la hermana cuando vio a María José frente a su puerta, el busto comprimido por una faja bajo la remera y una bolsa llena de corpiños con generoso push-up para regalarle. “Es que ella había visto la misma escena exactamente un año atrás. Pero esa vez se había operado mi otra hermana. En cada oportunidad, la menor de las tres ligó lencería con relleno que las mayores dejamos de usar cuando nos hicimos las lolas”, cuenta María José.
Para ella, las mujeres se dividen en dos: las que tienen mucho busto y poca cola y las otras, como ella, de glúteos redondeados y más o menos chatas por adelante. “Algunas no se hacen problema pero desde chica yo me aboné a los corpiños armados. Así que hace un mes, cuando cumplí los 40, decidí operarme”, cuenta. Antes, hizo una ronda de opinión. Su marido estuvo de acuerdo pero le pidió que no se pusiera demasiado. Su hermana mayor le dijo que se hiciera una operación submuscular, o sea, que se pusiera las siliconas detrás del músculo pectoral y no como ella, que se las había hecho colocar por adelante y había quedado “medio vedette”, según confesó. Su hermana menor opinó que era una locura pero que aceptaba la ropa que María José descartase al estrenar delantera.
Eligió consultar con un médico que trabaja en televisión. Primero, porque el marido se había operado la nariz con él y segundo, porque un tipo que tenía un programa donde transformaba gente para las cámaras no podía ser un chanta. El médico apuró los trámites y le dijo a María José que los exámenes (sangre, orina, electrocardiograma) se resolvían en pocos días y la operación, si todo andaba bien, en no más de seis horas. Así que la consulta fue un martes y la internación, un viernes. De esto último, María José sólo recuerda que le dieron un tranquilizante sublingual, le colocaron suero y se quedó dormida. Despertó con un tajo pequeño en las zonas de los pezones. Y volvió a casa con la sensación de que “eso” que llevaba bajo la piel eran un par de ladrillos y no dos suaves siliconas en gel envueltas en cáscaras de elastómetro.
Antes, el médico le había advertido sobre la sensación de dureza. Por eso le había entregado un libro escrito por él mismo, Cirugía estética de las mamas: todas las preguntas, todas las respuestas. Fue el mismo día que, en el consultorio, ella se probó los implantes apretándoselos con un corpiño deportivo. Dudaba si aplicarse los de 290 centímetros cúbicos o los de 330, pero optó por estos últimos porque el médico decía que con el tiempo los senos se acomodan y porque el marido quería poco, pero no tan poco.
No es que María José quiera exagerar las cosas, porque no sufrió grandes padecimientos tras la operación. Y porque ella, que perdió tres embarazos, sabe que el dolor es otra cosa. Pero los primeros días recordó levemente lo que quería expresar Frida Kahlo cuando pintaba camas con ramas y restos de sangre que la atenazaban allí. “No podía levantarme porque no me salía hacer fuerzas”, dice. Eso duró poco menos que una semana. Sí se prolongaron ciertas molestias a los costados y la picazón que aún provoca la faja que debe llevar día y noche durante el primer mes. De sexo ni hablar.
Cuando se mira en el espejo, María José está conforme. Igual, espera que llegue el verano cuando, según el médico y la hermana operada, los implantes irán “bajando” y la forma de sus senos será más natural que ahora, erectos y con la línea en el centro del escote bien marcada aunque ya sin necesidad de almohadillas. De todos modos, algo sucede a veces. Una incomodidad mínima que no tiene que ver con lo físico, un extrañamiento leve frente a ese cuerpo nuevo. En fin, una cosa de nada que seguramente se irá con el paso de los días.
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