Viernes, 30 de octubre de 2009 | Hoy
PERSONAJES
Por Marta Dillon
Ahora que el famoso chúpenla ha quedado impreso en remeras y el espanto de los medios y de oyentes y televidentes bienpensantes se ha volcado hacia actores más vulnerables de la sociedad –ver nota de tapa para más datos– que el técnico de la selección nacional, se podrá agradecer a Diego ese gesto de caballerosidad que tuvo antes de escupir su guarangada, cual si tendiera un mantón para que el gracioso pie femenino no tenga que ensuciarse con barro. “Con perdón a las damas”, dijo el 10, tal vez con un dejo de conciencia sobre la carga sexista de su expresión, tal vez con la seguridad de que habría mujeres por aquí y por acullá con el corazón todavía acelerado por el espantoso destino que acabábamos de trocar: estábamos en el Mundial. Sí, en plural, porque así es la retórica del fútbol y si no vas a pensar en plural mejor ni asomarse a la superficie verde de la cancha (breve digresión: también cabe agradecerle al diez que no haya dicho “me la” y que haya pasado a un genérico al que cada quien pondrá su propia imagen inventando en el mismo acto un festejo íntimo y por demás exquisito para después de la clasificación). Efectivamente, aunque no necesitamos ese pedido de perdón paternalista, estábamos ahí. Y sobre todo, estamos en la cancha. Quien más, quien menos, claro; a los varones tampoco les gusta el fútbol por definición y vaya si sufren los desencantados con la redonda por la marginación constante en los recreos de la escuela. Pero ahora, no por suerte si no por militancia de algunas, por perseverancia de otras, por puro entrenamiento y sudor camiseta de la mayoría, los límites si no borrados, empiezan a difuminarse. ¿Pecaré de optimista? Mi nieta de dos y medio desafiándome a penales en el patio de casa me deja habilitada –vaya exhibición de lenguaje futbolero–. Y haber conocido a Mónica Santino conjura para siempre la posibilidad de quedar en offside –ay, la tentación por la metáfora–. Mónica es una militante del fútbol. Ella es el aliento detrás de ese campeonato que con el romántico título de Abrazo de Gol se juega cada domingo en el barrio de San Telmo y donde el marcador desborda con una cantidad de tantos que los partidos parecen de básquet. Y no es por impericia de las jugadoras que los arcos queden liberados, es por concentración, porque la cancha les queda chica, porque detrás de la competencia lo que late es la pasión de las proscriptas. Mónica empezó a jugar al fútbol, como la mayoría, cuando era una nena, a esa edad en que todavía no importa que se te vea la bombacha o que el pelo te cuelgue desgreñado de una hebilla mal puesta. Para una chica que ha cruzado los cuarenta, los recuerdos de la infancia todavía anidan en la calle, y allí había que buscarla todas las tardes, si la mamá la necesitaba para cualquier cosa. Claro que con los años empezó a importar que no se sentara con las piernas tan juntas, que insistiera en potrear con varones y que se escondiera abajo de la cama para ver el partido al mismo tiempo que su padre. Entonces empezó a lidiar con el mote de machona y hasta le dio vergüenza darse cuenta de que le gustaban las chicas. Porque machona + lesbiana daba en la ecuación del sentido común deseo de ser hombre. Y nada más lejos de su deseo. Pero Mónica, aguerrida jugadora, abrió sus propios espacios: encontró un club donde las mujeres todavía eran una rareza, un grupo de militancia donde aprender que ser lesbiana no lo era y cuando se sintió fuerte volvió a su pasión de multitudes: el fútbol. Jugó –juega–, aprendió a enseñar, entendió que el deporte, ese deporte de grupo que habilita los abrazos, que hiere de muerte al tiempo muerto, que hace latir el corazón al ritmo de las piernas, podía ser una herramienta para esas chicas que, en los barrios populares, creen que no hay paraíso posible para ellas. A través del fútbol, de formar nenas y adolescentes, Mónica habilitó también la palabra en esos barrios y supo transmitir que el poder no es sólo algo que se soporta si no también esa chance de abrir grietas en universos tan cerrados como los que construye la pobreza. La última vez que la vi, peleaba por mantener su espacio dentro del Centro de Mujeres de Vicente López, ahí donde se trabaja en contra de la violencia de género de maneras diversas. Ahora la sigo a través del blog del campeonato, Abrazo de Gol, que termina este domingo con cuatro equipos peleando la final. Y muero por anotar a mi nieta en ese club de fútbol para mujeres con el que ella viene soñando hace rato, porque es seguro que lo va a fundar.
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