MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
Así como el bikini o el bañador supieron ser tema de búsquedas exhaustivas y de enunciaciones de moda al comienzo de cada verano, con los nuevos usos que surgen del cambio climático, tanto el paraguas como su predecesor —el quitasol— devienen accesorios de rigor y la industria de la moda local pone énfasis en el desarrollo de cuidadas ediciones y lanzamientos. Tal es el caso de Seco, la firma de Palermo fundada en 2003. Su colección verano 2009-2010 se llama El paraguas de la infancia y propone una variedad de modelos a cuadros en rojo, verde y azul, lunares y puntillas resignificados y se inspira también en una tendencia popular en el Japón: el see through o paraguas transparente, tan popular que las y los usuarios acostumbran olvidarlos o confundirlos con modelos ajenos: en la oficina de objetos perdidos de Tokio se acumulan diez millones de paraguas cada año.
Seco, la boutique de la calle Armenia que ostenta en su toldo a rayas negras y blancas el isotipo de una gota de agua, en la vidriera exhibe diversidad de pilotos, trenchs, botas y sombreritos. Su diseñadora, Verónica de Miero, advierte que su fetiche para el verano 2010 es el paraguas bombé. “Protegen a modo de casita a quien lo usa.” Acto seguido, como storyboard de inspiración para sus colecciones destaca los cuadros Calle de París, día lluvioso (1877) de Georges Pierre Serraut (1884) , y Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884). Aunque también sugiere hacer un tour cinéfilo por Singin in the rain el clásico del tap bajo la lluvia interpretado por Fred Astaire. Al que hay que sumar la gran película de elegancia en tema de paraguas: Les parapluies de Cherbourg y apreciar los looks de Catherine Deneuve en su rol de Genevieve, la vendedora de paraguas trazada en 1964 por el director Jacques Demi.
En cuanto a los clásicos porteños para este verano vale también remitirse a la paragüería Víctor, célebre local de la avenida Independencia 3701: contempla modelos para hombre, mujer y niños, plegables, pequeños, pintados a mano, de 24 varillas, manuales, automáticos, colección tango, de China, con varas de madera. Con el valor agregado de que el sótano conserva el taller donde antaño la familia Fernández acostumbró confeccionar y reparar viejos paraguas. Un dato fundamental para tiempos recesionistas y de lluvias non stop: si bien esta temporada se vieron paraguas de ensueño para llevar en la cartera con mango simulando un oso, y también modelitos polka dots con cartera roja —soy la feliz propietaria de uno traído por una amiga de Japón— no tienen la fortaleza en su ingeniería de los hechos antaño. Y conservo en mi agenda, para repararlo tan pronto como azote un nuevo chubasco otra paragüería de San Cristóbal apenas cruzando Carlos Calvo y Lima. Y también Al Ambar, en Talcahuano 900, donde la tercera generación de expertos paragüeros aún reparan telas y empuñaduras y cuentan que en su listado de compradoras compulsivas se destacaron las actrices Niní Marshall y Delia Garcés.
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