RESISTENCIAS
› Por Clarisa Ercolano
No entiende cuál es la diferencia. Graciela Draguicevich está desconcertada, al igual que otras 30 mujeres de la Asociación Mutual Sentimiento. El pasado lunes, ellas quisieron realizar una protesta que no perturbara el tránsito ni dificultara el acceso a ningún servicio pero incluía desnudarse en plena Plaza de Mayo, para exigir al actual secretario de Transporte de la Nación, Juan Pablo Schiavi —ex jefe de campaña de Macri—, que se frene el desalojo de la sede de la Mutual Sentimiento —formada por un grupo de ex detenidos y exiliados políticos de las dictaduras militares— y para “desnudar” los palos de la Policía Federal cuando marcharon a principios de noviembre. Sin embargo, desde el gobierno porteño fueron claros, por teléfono y sin una nota de cordialidad les dijeron que “sólo se permiten desnudos artísticos, si no se incurre en delitos tales como la exhibición obscena y otras contravenciones”.
Alejados del chiste facilista, Graciela y las mujeres que caminaron estoicas debajo del sol rajante del mediodía con túnicas negras y almohadones en la cabeza, mofándose de la represión policial, se preguntan por “las diferencias”. No entiende por qué Nicole Neumann podía desnudarse en una avenida para protestar contra el uso de pieles de animales, más allá de la causa ecológica o por qué el fotógrafo estadounidense Spencer Tunick podía poner más de 1000 colas mirando a la luz en plena calle, mientras ella y el resto de las mujeres, no. “Tendremos que pensar en un body painting”, dicen con sorna las más jóvenes. Pero la verdad es que se acercan las fiestas y las 400 familias que se alimentan gracias a los emprendimientos autogestionados que salen de esta mutual con base en Chacarita temen quedar desnudos de toda contención social. Allí, a metros de la estación Lacroze, cerca del cementerio emblemático, trabajan desde hace diez años brindando también servicios de farmacia, salud mental, educación, juegotecas y capacitaciones laborales a 10 mil beneficiarios que no podrían acceder si no fuese por este sistema estructurado en las bases de la economía solidaria.
“Queremos ya el contrato que frene nuestro desalojo”, explica Graciela que no deja de remarcar que se desnudaron 8 y 40 fueron presos. “No le costamos al Estado más que este edificio, porque que pagamos mantenimiento, seguros, arreglos, tenemos todo en regla y en condiciones. Somos una ONG y no participamos de ninguna campaña destituyente, por el contrario, queremos colaborar con la institucionalidad y eso, con destituir, no tiene nada que ver.”
Como creen que hasta el momento sólo buscan distraerlas de su objetivo, esta vez las mujeres encabezaron el reclamo, sobre todo para pedirle solidaridad de género a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: “Que entienda lo que pasa y nos firmen el contrato, ella tiene el poder para hacerlo”, cuenta Graciela, con el almohadón de motivos indígenas pegado a la cabeza y una indignación que no puede disimularse.
Hasta ahora, la única posibilidad de frenar el desalojo sería pagar un alquiler de 100 mil pesos mensuales. Un monto reñido con la labor de la Mutual que trabaja “en base al comercio justo y el consumo sustentable, apuntando a proteger la tierra y los productores”. En la sede de Lacroze, ahora mismo, pueden comprarse desde quesos artesanales hasta huevos de campo, aceites de oliva y otras exquisiteces vendidas con el mismo amor con que se producen. Mudarse a otro sitio, explica Graciela, podría desarmar las redes territoriales que se construyeron en base a la constancia. “Mucha gente se baja del tren y viene derechito para acá”, destaca.
Los usos y abusos del cuerpo y la falsa moral que exhibió la represión de la protesta a principios de noviembre están simbolizados en un estandarte al que las militantes bautizaron “culo encerrado”. La gigantesca cola de utilería, adentro de una jaula, capta la vista y las cámaras de los turistas que reparan además en carteles que dicen: “Obscenidad es dejar a la gente sin trabajo”.
“El límite es nuestra lucha, las autoridades nos dicen que los desnudos deben ser artísticos, entonces, si Schiavi no nos frena este desalojo y si nadie nos escucha, empezaremos a pensar en hacer como Nicole”, resume Graciela. Alrededor, otras mujeres, muy jóvenes en su mayoría, reparten volantes informativos. Y hacen un esfuerzo, un ejercicio de la paciencia, cada vez que un movilero o camarógrafo “chistoso”, les pregunta sin vueltas: “Chicas, ¿cuándo se ponen en bolas?”.
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