VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
Si hace unos años P. D. James avalaba su autobiografía con la afirmación cuasi científica de que los 76 es la edad de la franqueza, los 90, a juzgar por el último libro de Doris Lessing, es la edad de la imaginación más perturbadora capaz de llevar la trama autobiográfica a grado cero. Una capacidad envidiable que consigue modificar el pasado, lograr que suceda en el pasado familiar lo que nunca en verdad sucedió y que eso mismo se inscriba en el árbol genealógico, en la memoria de un secreto de familia. “Aquí estoy, intentando escapar de esta monstruosa herencia, intentando ser libre”, dice la autora, que acaba de encontrar la solución para las torturas de su infancia y para la vida no perfecta que tuvieron sus mayores. A los 90 años Doris Lessing se ha propuesto contar la historia de sus propios padres, lo que es indefectiblemente contar una parte de su propia vida, claro que haciendo pequeñas variaciones que terminan cambiando por completo el rumbo de las cosas. Más que franqueza, festejo desembozado de la manipulación como recurso y gesto literario.
Luego de ganar en 2007 el Nobel, la escritora inglesa no sólo continúa escribiendo buenos libros sino que acaba de presentar una idea perturbadora y genial. Una novela que es a su vez una autobiografía y, a su vez, una especie de tesis contrafáctica. Alteración del propio origen, manipulación de la felicidad de los padres. Avalada por tanto oficio y galardón, y convencida de su sino de demiurga, la autora mueve a sus progenitores como personajes de una ficción mientras, como P. D James, nos va contando la verdad y nada más que la verdad. En este breve relato dividido en dos, usará la primera parte para inventar el derrotero de cada uno de sus padres tal como habría sido de no haberse desatado la Primera Guerra Mundial. En la segunda parte nos entrega la historia tal cual fue, tal como ella misma lo recuerda, reconstruida a partir de los relatos que escuchó desde niña y tamizada por los humores, los malos humores. Allí están jóvenes, no eligen lo que quieren sino lo que pueden, él tiene su accidente en combate y ella es la enfermera que acaba de perder un verdadero amor en la batalla. El resto ocurre como en la vida, ellos se acomodan, se instalan, viajan, tienen a su hijita Doris y el fantasma de esa guerra rondando y rondando queda como herencia. ¿Cómo habrían sido Alfred y Emily, que desde el título se inscriben como dupla legendaria, de haber podido ser creados por su propia hija? Eso es lo que son ahora, dos héroes rescatados de una vida gris gracias a la pluma de una hija que a los 90 años ha decidido regalarles otro destino. De no haber sufrido el accidente en la guerra, de no haber seguido los consejos paternos, otros trabajos y otros cantares habrían sido para estos dos jóvenes que no parecen estar hechos el uno para el otro. Lessing lleva este destino esquivo a tal punto que si bien sus padres se cruzan, no sueñan con casamiento. El padre tiene una vida más libre y más larga, la madre, como es común en esta escritora, deberá pagar la mala relación que tuvo siempre con su hija. Una modesta alegría y un trabajo fuera del hogar es el gran premio. Esta niña de 90 años llega a la casa paterna con un regalo altruista y perverso: ella misma se evapora en el arco de posibilidades y deja el espacio libre para que el pasado encuentre el rumbo.
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