PERFILES
La intensidad amarilla
Fuki Aoki es japonesa y cantante de tangos. De formación lírica, residente en Tokio, invitada especial al reciente Festival de Tango, Fuki se siente extraña y al mismo familiarizada con la ciudad en la que nació la música a la que decidió consagrarse.
Por Soledad Vallejos
Que era demasiado expresiva para ser japonesa. Eso dice que le dijeron hará cosa de año y medio, cuando bajó del avión contando lo bien que le había ido en la función benéfica del Centro Okinawense de Buenos Aires y cómo había descubierto el tango. Demasiado expresiva, dice, y agita las manos con la misma energía que una porteña entusiasmada por alguna anécdota, pero sin perder ese tono tan elegantemente japonés ni mover un milímetro la gargantilla de perlas con que acaba de salir a pasear por Florida. Es viernes, y será porque entre tanto ensayo y emoción apenas ha tenido tiempo de recorrer algunas cuadras de la ciudad que Fuki Aoki –la estrella sofisticada invitada al V Festival de Tango– decidió establecer su centro de operaciones en pleno ombligo del mundo tanguero. La escena es, entonces, en un hotel que ostenta sus cuantas estrellas a pocos metros de la mismísima casa de Gardel, que sabe convertir unos títulos de canciones en salas, nombres prestigiosos en platos delicados y prendas trabajadísimas en fetiches preciados. Fuki acaba de sentarse por allí, junto con su sombra parlante porteña, una amiga que hace las veces de intérprete y dama de compañía, habida cuenta de que la visitante no teme a cantar en castellano pero siente algún pudor para hablarlo. Extraña, así debe ser la sensación de pisar un territorio que, íntimamente, sabe tan cercano pero física y lingüísticamente le impone cierta distancia. Pero, a fin de cuentas, ella es la misma mujer que suele deambular por las callecitas de Tokio y su no-sé-qué atestado de gestos hipermodernos... tapando los sonidos del mundo con unos buenos tangos saliendo de sus auriculares.
Fuki siente el tango como ninguna
Con toda la elegancia de la cantante lírica de formación clásica y sólidos años de conservatorio (en piano, para más datos) que es, cantante y sombra se sientan, comentan que es increíble cómo las demoró el tráfico en su pequeño paseo del mediodía, pero qué lindos días han visto hasta ahora, y sonríen.
–La expresión. La forma de expresar el tango que vi durante mi primera visita a la Argentina fue lo que me conmovió. Antes, en Japón, había escuchado muchas veces tangos orquestales y también cantados por japoneses y nunca me habían llamado la atención. Les faltaba algo. Cuando vine a Buenos Aires, fui a la esquina Homero Manzi, también al Tortoni, y escuché a cantantes que me gustaron mucho, como María Graña y Mónica Matara.
–¿Por qué cree que el tango suele tener buena recepción en Japón?
–Antiguamente, el tango había conquistado a un grupo muy reducido, muy seleccionado. Era un grupo bastante cerrado, muy especial, como de fanáticos, que todavía hoy existen: tienen su club, sus reuniones y escuchan tango. Poco a poco, en Japón fueron entrando muchas influencias del extranjero, como el rock, el jazz y otras estrictamente de Europa, como la chanson francesa, la música alemana, las canzones italianas. Es decir, hay muchísimas influencias del extranjero. Entonces, hay un grupo de jóvenes que dicen “bueno, vamos a volver al pasado, a ver qué música entró en el Japón”. Y entonces quieren escuchar lo que es el tango. Este grupo nuevo es el que, en este momento, está muy curioso, con mucho interés de ir a escuchar tango. Piazzolla, por ejemplo, es lo que está gustando mucho ahora. Hace poco, de hecho, vino a Buenos Aires un bandoneonista japonés.
–¿Y por qué esa fascinación?
–Creo que lo que nos llama la atención, como japoneses, es que, a través del tango, se ven reflejadas muy fuertemente las emociones. Es esa fuerza que transmite, la fuerza del ritmo del tango lo que nos apasiona.
Ritmo, dice, y entonces su agente de prensa alcanza el CD con los tres primeros tangos que esta cantante de ópera y profesora capaz de prestar atención a sus ¡150! alumnos de canto ha grabado en su carrera. Para tratarse de una voz acostumbrada a los devaneos del jazz y los coqueteos con el pop, un desafío nada menor. Claro que eso es casi un detalle, teniendo en cuenta cómo, en su adolescencia, resignó algunas horas de práctica de piano para empezar a solfear y afinar.
–En el colegio secundario, siempre tenía profesores de música que, después de verme y escucharme, me decían que yo tenía un cuerpo muy especial –digamos que Fuki, sin ser inmensa, está lejos de ser una de esas mujercitas frágiles hasta la exasperación tan comunes a la hora de citar imaginarios nipones–, bastante grande. Entonces, insistían en aconsejarme que, además de estudiar piano, también intentara expresarme a través del canto.
Muchacha obediente, Fuki siguió ese camino, y resultó ser exclusivamente de ida. Desde hace algunos años, las bateas de las ciudades de Japón ofrecen tres discos que ha ido grabando como para despuntar el vicio y descansar de ensayos, actuaciones en vivo y horas de docencia. Pero esos registros, en realidad, tampoco tienen demasiado que ver con lo que familiares y colegas deberían haber estado esperando. Digamos que de personajes operísticos o de ritmos de jazz tenían poco y nada.
–En realidad, mis CD tienen canciones italianas, francesas y algunas canciones alemanas. Es que la música clásica, que es en lo que yo, en un principio, me formé, en Japón está destinada a un grupo muy selecto. Y yo quería compartir la música en el pueblo, y al pueblo, en general, le gusta la música romántica, la música melódica, la música pop. Por eso amplié mi repertorio y también me dedico a esos géneros.
Escuchar “Balada para un loco” en japonés, hay que reconocerlo, no es algo que suceda todos los días, pero hay algo en cómo lleva esta voz el correr de las palabras que permite superar esa suerte de asombro y curiosidad de los primeros segundos para escuchar, finalmente, a la intérprete con tantos deseos de cantar aquí como para soportar el jet lag de un día entero sin inmutarse. “Caminito” (mitad en castellano y mitad en japonés) y “Yuyo verde”, los otros dos que ha grabado en estudios porteños, son también temas que integrarán, en un futuro no lejano, su ansiado disco de tangos.
–Sacó los tangos que canta en castellano por fonética –aclara su intérprete–, pero siempre conociendo el significado. Es decir, los tangos que ella canta en castellano siempre están, antes, traducidos al japonés. Ella practica pronunciación, pero siempre conociendo bien el vocabulario, sabiendo bien lo que está diciendo.
Será por eso mismo, entonces, que su actuación del sábado pasado en el Centro Cultural Sur no será la única que figure en su haber. De hecho, su nombre forma parte de otra de las jornadas del Festival de Tango: mañana a las 20.30 cantará en la Feria de Mataderos (Av. de los Corrales y Lisandro de la Torre), compartiendo escenario con Nelly Dugan, María José Demare, Mónica Matara y Juan Carlos Sabatino y su sexteto (con quien ha trabajado arduamente en las grabaciones).
–Siento una gratitud enorme por poder participar de este festival -susurra casi sin dejar de sonreír–. Que me hayan invitado es un honor, un privilegio y un gran tesoro para mi vida. Mi sueño o mi proyecto es que, a través de esta experiencia, de participar en esto, pueda profundizar mucho más mi conocimiento del tango. Quiero que me sirva de experiencia. Quiero seguir avanzando y perfeccionándome, poder llegar a conmover al público japonés. Y si puedo triunfar con el público japonés, poder seguir aprendiendo más del canto de la esencia que está aquí, en Argentina, para poder también seguir ofreciendo mi canto al público argentino. Y, ya que soy ambiciosa, ¿por qué no al mundo entero? ¿Será demasiado grande?