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Viernes, 7 de marzo de 2003

PERFILES

sensatez y sentimientos

Las horas y El ladrón de orquídeas trajeron nuevamente y en simultáneo a Meryl Streep, esa mujer de cincuenta y pico, madre de cuatro hijos que no han visto nunca ninguna de sus películas. Dice que la fama es un gorila que lleva a sus espaldas todo el tiempo, y que no existe “un método Streep”, sino apenas trabajo e intuición.

Por Rocío Ayuso *

A estas alturas de su carrera parece que no hay lugar al equívoco en la filmografía de Meryl Streep; así lo demuestran sus dos nuevos trabajos. The hours (Las horas) y Adaptation (El ladrón de orquídeas), dos interpretaciones que más allá de ser correctas son perfectas, un ejemplo más de la maestría de una actriz que algunos califican como la mejor de su generación, mientras que otros piensan que es la mejor de todos los tiempos, el Laurence Olivier de las actrices. “Meryl Streep tenía que haber sido británica, porque así hubiera dado vida a todos esos clásicos para los que tiene un don como nadie”, comentó un día Alan J. Pakula, el director que la consagró en La decisión de Sofía. Sin embargo, oír hablar a esta actriz ganadora de dos Oscar es uno de los momentos más refrescantes a los que uno puede asistir, un placer que comienza en cuanto entra por la puerta, vestida con su sencillo y elegante traje, una mujer cualquiera, una madre con los pies en la tierra sin ganas de perder tiempo, pero guardando en su interior toda esa magia que hace olvidar el mundo cotidiano.
Esa frialdad, tan comentada y criticada a lo largo de su perfecta carrera, desaparece en cuanto se sienta esta señora de 53 años, toda una dama, con un rostro apenas sin arrugas y bañado en un inmaculado color marfil, iluminado por una sonrisa contagiosa y algo maliciosa que reparte sin escatimar. Sola, segura, sin artificios, perfectamente consciente de sus limitaciones. “Es ese sentimiento de que tengo un gorila gigante a mis espaldas que me sigue a todos lados, incluso cuando no ha sido invitado”, asegura cuando no hay nadie a su lado, ni siquiera esa corte de publicistas y representantes que suelen acompañar a las estrellas en sus encuentros con la prensa. “Ya sé que no se le puede ver –admite antes de que la tomen por loca–, pero lo siento a mis espaldas, siento cómo la gente me está mirando cuando entro a cualquier habitación, cuando conoces a otros actores, cuando hablas con la prensa, cuando cruzas miradas por la calle. Llegas y eras... ¡Meryl Streep!, y tengo que trabajar lo más rápido posible para lograr que esa sensación desaparezca.”
Sin duda, una sensación incómoda para una de las actrices más apartadas de lo que se entiende por industria de Hollywood, para alguien que ha vivido en un rancho de Connecticut, donde la conocen como la señora Gummer desde hace 24 años, como madre de cuatro hijos, casada con el escultor Donald Gummer. Pero, por mucho que se empeñe, le será imposible eliminar de su lado a ese gorila llamado fama; trabajos como sus dos últimas obras le ayudarán muy poco en ese sentido para alejarse de la gloria. Por algo se trata de esa actriz que muchos idolatran.
“Habré engordado cerca de diez kilos para el papel, pero estoy muy contento porque me han servido para trabajar con Meryl Streep”, asegura Nicolas Cage tras compartir con ella el reparto de El ladrón de orquídeas. “Es surrealista, un sueño hecho realidad. Trabajar con alguien que al principio intimida, pero que es tan adorable, cálida y accesible”, corrobora Claire Danes, que hace de su hija en Las horas.
Jodie Foster aún recuerda la interpretación de Streep en La decisión de Sofía como una clase magistral, algo más que una actuación, más bien una reencarnación. “Una de nuestras actrices más importantes”, recalca Clint Eastwood, que no dudó en contar con ella para Los puentes de Madison. Como recuerda Robert Redford, que trabajó con ella en Africa mía, es bien conocida su maestría para los eventos y para transformar tareas de lo más arduas en algo cómodo y sencillo. “Pero lo más extraordinario es ese gran sentimiento de honestidad que te hace sentir”, dice.
De nuevo esa risa, que le sale del corazón y le hace chispear los ojos mientras retira la mirada en busca de polvo en la mesa con el que entretener el rubor de tanto agasajo y la elergía de un ama de casa fuera de su casa. “Así es el paquete en el que vengo, y no puedo imaginarme deotra forma. En mi vida soy incapaz de actuar como alguien que no soy. Por eso no me siento cómoda con ese status que da la fama. Está bien la parte de conseguir mesa en un restaurante o los mejores médicos para mi familia, pero el resto de la fama, la parte que llama la atención, la vivo como una interrupción, en mi vida y en mi trabajo.”
La única interrupción posible de advertir a simple vista es que su nombre no estuvo en la lista de candidatas al Oscar los dos últimos años, algo que probablemente remediará éste. Su trabajo en Las horas ha sido largamente alabado, mientras que su participación en El ladrón de orquídeas le ha valido ya un Globo de Oro. Streep ofrece una explicación para estos dos grandes trabajos en un solo año. “La vida está llena de sorpresas. Algunas horribles y otras maravillosas. Y eso es lo que han sido estas dos películas. Dos sorpresas maravillosas. Dos de los proyectos más interesantes de los que he disfrutado en mi carrera. No había ningún indicio de que fueran a llegar a mis manos, pero supongo que le debo el favor a la bondad de amigos y extraños que se pasaron la voz. Aún sigo asombrada de que llegaran esas dos oportunidades en un mismo año. Uno no consigue fácilmente este tipo de guiones.”
En Las horas interpreta a Vanessa Vaughan, una neoyorquina influida por la novela Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf, y que se dedica por completo a las necesidades de quienes la rodean, incluido un antiguo amor ahora postrado por el sida. Una película basada en el Premio Pulitzer del mismo título que escribió Michael Cunningham. Streep dudó en aceptar el papel. “Sabía que me costaría una crisis nerviosa continua durante todo el rodaje, y no es un estado al que aspiro.” Quizá por eso mismo, para poder equilibrar su estado mental con su carrera profesional, Streep no dudó tanto en aceptar su papel en El ladrón de orquídeas. “Está claro que el guión de Las horas es maravilloso, pero nunca antes he hecho algo como El ladrón de orquídeas, tan excitante, tan serio y a la vez tan divertido.”
En sus intentos por controlar a ese gorila y no alejarse mucho de su papel de esposa y madre, ella impone sus propios términos: una película por año, nunca lejos de su hogar durante el año escolar y menos aún desnuda delante de las cámaras. Como ha reconocido en diferentes ocasiones, para ella el arte es como la comida, “algo que necesito, que necesitamos, que me hace sentir más viva y orgullosa de ser humana, algo sin lo cual no podría vivir”.
–¿No resulta cansador después de tantos años?
–Al contrario. Se me ha pasado tan rápido... Cada vez que comienzo un proyecto me pongo más nerviosa, excitada e insegura a la vez, ante el temor de no hacerlo tan bien como cuando tenía 20 años. Eso probablemente es bueno, porque me mantiene alerta, sin dar nada por sentado. Por muy grande que sea la experiencia, mayor es mi inseguridad, porque cada vez entiendo menos sobre qué funciona.
–¿Y qué ocurre con esa técnica que tanto admiran sus colegas?
–Yo, más que técnica, lo llamaría personalidad obsesiva compulsiva, eso es lo que me pasa. Algo me obsesiona y me hace seguir adelante hasta que lo consigo, y una vez logrado me hace pasar a la siguiente obsesión. Si hay que tocar el violín seis horas al día para aprender música, me obsesionaré hasta ser capaz de conseguirlo. Lo mismo con el acento o con las lecciones de remo. Digamos que me atraen las obsesiones de los demás. Por ejemplo, soy una pésima cocinera, pero si encuentro una película que me interese sobre un chef, aprenderé a cocinar como los mejores. Al fin y al cabo, apetito no me falta.
–Además de cumplir con un sueño, ¿cómo justifica su atracción con un
trabajo concreto?
–Depende de tantas cosas. Depende de la historia, de la química con los actores, de la magia que se genera cuando entras a formar parte del proyecto. Sé que no puedo formar parte de algo que no me interese de algún modo. En cuanto leo un papel, inmediatamente tengo una imagen, una imagen de la personalidad de esa mujer que, por supuesto, saco de mi propiaexperiencia, pero que no implica que sea parte de mi pasado, fruto de mi psicoanálisis. Para eso, simplemente, respondo a algo que está bien escrito, que se asienta en una sopesada arquitectura de palabras.
–Entonces, ¿no existe el tan comentado método de actuación de Meryl Streep?
–Es un mito. Hay gente que trabaja mucho más duramente que yo. Yo siempre he confiado en mi instinto, porque en la interpretación no se trata de ser alguien diferente, sino de encontrar las similitudes de tu personaje contigo misma. Como dice mi marido, se trata de fragmentarme para luego volver a reconstruirme.
El lo sabrá mejor que nadie. Casados desde septiembre de 1978, después de que los hubiera presentado Harry, el hermano mediano de Meryl. Ya por aquel entonces la actriz prefería el Soho neoyorquino a Hollywood. “Es una relación que va cambiando, pero no quiero lamentarme después por haber perdido un tiempo precioso de estar a su lado. Mis hijos nunca ven mis películas, no les interesa, porque les parece que pertenezco a otro mundo y eso no les gusta. Les incomoda verme morir, enfermar o cualquiera de las cosas que pueda interpretar, porque yo soy quien les arregla la vida y se creen con derecho sobre mí”, comenta divertida por esa dicotomía maternal, un tipo de conversación en la que es dada a lanzarse con otras actrices, como su amiga Jessica Lange. “Lo que sí les gusta es asistir a los Oscar. Ya he llevado a tres de mis hijos a la ceremonia, y la más pequeña no hace más que preguntarme, porque este año quiere ir. Como dicen ellos, lo que les gusta es ir y ver a las estrellas, a las de verdad.”
* El país / pagina/12

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