Viernes, 26 de febrero de 2010 | Hoy
Las inundaciones en la ciudad de Buenos Aires mostraron cómo el calentamiento global no es un cuento, sino una realidad que ya sobrepasa la vida cotidiana. Las mujeres son, mayoritariamente, las que tienen que poner el cuerpo para sacar el agua y socorrer a sus familiares. Un experto en calentamiento global escribió un libro para explicarle a su hija adolescente el cambio climático y propone usar menos autos y actuar ahora. En la Argentina se discute la relación del desmonte y el monocultivo de la soja con las inundaciones y aludes, que ya no se ven sólo por TV.
Por Luciana Peker
Aumentar el precio del petróleo –para no estimular el uso de los autos– y que todos/as entremos en acción y nos volvamos agricultores, albañiles o carpinteros en lugar de universitarios son algunas de las propuestas revolucionarias del ingeniero francés Jean-Marc Jancovici en el libro El cambio climático explicado a mi hija, editado –en la Argentina– por el Fondo de Cultura Económica. Aunque su pronóstico vaya más allá de si el domingo se va a aguar el asado. “Se espera que aumenten eventos extremos de precipitación en un calentamiento climático a escala mundial porque cuando hay más evaporación (en un clima cálido) se tienen más precipitaciones y, por eso, aumenta la incidencia de inundaciones”, explica en diálogo con Las/12 Jancovici sobre esa palabra heladamente hot que parecía ajena hasta que vimos cómo el barro se deslizaba por Tartagal y Buenos Aires se volvía una ciudad que había que cruzar en bote.
No sólo tuvimos que poner las patas en la fuente: también en los charcos para abrir los ojos cuando los paraguas no alcanzaron. “La dura verdad es que no se puede revertir. Usted puede hacer un paralelo con el tabaco: fumar en exceso puede conducir al cáncer, todo depende de la cantidad de cigarrillos que fuma, y si el cáncer ocurre, dejar de fumar no elimina el cáncer. Pues bien, los gases de efecto invernadero son como los cigarrillos y podrían provocar un cambio peligroso. El cambio climático, en el futuro, dependerá de la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos –explica–, y una vez que el sistema climático ha cambiado no queda posibilidad de que se pueda revertir.”
–No se podrá volver atrás en el tiempo. Pero todavía se puede evitar lo peor. Esto implica, por ejemplo, aceptar –¡enseguida, no dentro de diez años!– no ir forzosamente a hacer largos estudios a la facultad, sino volverse agricultor, albañil o carpintero y decir “me levanto media hora más temprano para ir a trabajar” y tomarse el tren en vez de viajar en auto, aunque sea duro. No se trata de decir “bueno, un viajecito más mientras haya petróleo”, sino aceptar desde ahora ir en tren aunque sea menos glamoroso. Y hay que decir que la suba programada de los precios de la energía por un Estado responsable es lo mejor que se puede hacer.
–¡Claro que sí! La acción significa que tenemos cuarenta años para cambiar y reconstruir una gran parte de lo que nos rodea y poner las cosas en movimiento en gran escala. El lado buenísimo es que esto abrirá oportunidades y desafíos absolutamente apasionantes para tu generación y la mía para preservar la paz y un mínimo de alegría del vivir.
Y por casa ¿cómo andamos? Aunque la Argentina es un país que mira de costado la cuestión ambiental con el agua a la cintura, algunos funcionarios apelaron al cambio climático (más como excusa que como solución), como si se tratara de un mal divino y no de una consecuencia de los desmontes, la producción, la minería y el modo de transporte (los autos) que defienden o con los que ganan esos mismos funcionarios. “El actual nivel de consumo de recursos naturales de la población mundial supera en un 30 por ciento la capacidad de nuestro planeta de sostenerlo. El uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo), la deforestación, la producción de commodities (cultivos, carnes, pesca, madera) y el uso del agua dulce son las principales causas que impulsan el calentamiento global y la degradación de la naturaleza. Las tormentas fuertes y las inundaciones, como las registradas estos días en la Ciudad de Buenos Aires, son un efecto directo del cambio climático. En nuestro país estos eventos climáticos extremos serán –en un futuro cercano– cada vez más frecuentes. No sólo inundaciones y tormentas, sino también sequías más pronunciadas”, avizoran en la Fundación Vida Silvestre.
“El monopolio de la soja, con Monsanto a la cabeza, muestra cómo estamos hoy dependiendo de una multinacional para producir este único cultivo que se produce en la república, desconociendo las muertes y daños que les producen a los vecinos y al resto de los plantas y animales con la expansión del glifosato y los biotóxicos. La entrega de los recursos minerales (oro, plata y cobre) y su explotación infame, al utilizar millones de litros de agua para su producción, nos dejan un tierra yerma, sin posibilidad de nada hacia el futuro. Todo ello, con las múltiples actividades que la producción y el transporte crean, con su dióxido de carbono, generan el calentamiento de la Tierra. Por eso, observamos inundaciones desmedidas como jamás se habían dado”, apunta el director ejecutivo de la Asociación de Abogados Ambientalistas Mariano Aguilar.
Pero además no se trata de medir los milímetros de agua caída como si se tratara de un nuevo índice de riesgo país, sino del agua carcomiendo la vida cotidiana, con la gente, pero con las mujeres especialmente, poniendo el cuerpo para que su vida no quede en un charco. “Mi mamá vive a cuatro cuadras de mi casa. Me llamó llorando diciéndome que tenía olas en su departamento. Tiene 75 años y estaba sola sacando el agua y sin luz. Fui corriendo bajo la lluvia, al llegar a Lavalleja y Velazco, me llegó el agua hasta la cadera y tuve que cruzar una especie de río, aunque la gente que estaba ahí me decía que no lo hiciera (porque por la calle venían bolsas de basura y botellas), yo estaba decidida porque mi mamá estaba sola. Finalmente llegué y ella tenía los tres ambientes con agua arriba de los tobillos. La tuve que calmar y sacar toda el agua”, relata Sabrina López, con las huellas de la humedad calada en algo más que sus huesos.
“Hay una tendencia al aumento de la frecuencia e intensidad de eventos extremos de lluvia. Esto se aplica al centro y norte del país. Estos eventos de intensidad record de lluvia son suficientes para causar inundaciones jamás vistas antes, especialmente, de corto plazo (se desarrollan y retraen en pocos días y son más importantes en zonas con pendiente). Además hay aumentos históricos en la precipitación en una gran fracción del centro de Argentina (llueve más en el año)”, explica, aunque alejado de la univisión porteña, Esteban Jobbagy, investigador del Conicet y docente de la Universidad Nacional de San Luis, quien, a diferencia de otras concepciones, no cree que la deforestación haya influido en las inundaciones de la Ciudad de Buenos Aires.
En la relación entre calentamiento global e inundaciones también hay debate. Algunos sostienen que el desmonte generado para plantar soja tiene relación con las lluvias que dejaron el barrio porteño de Palermo como una Venecia del subdesarrollo, y otros no quieren demonizar la cultura sojera. “El doble cultivo soja-trigo parece ser una buena opción para aumentar el consumo de agua y reducir el riesgo de inundación”, asegura Jobbagy. Y agrega: “Es posible diseñar los paisajes reduciendo el riesgo de inundación, determinando dónde y cuántos bosques queremos mantener o qué rotaciones de cultivo nos conviene implementar. El diseño del territorio aplicando estas ideas se practica en muchos lugares del mundo, pero desafortunadamente es rarísimo en Argentina.”
El biólogo Leonardo Galetto, investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, se anima a meter el dedo en la llaga del debate sobre el calentamiento global y a señalar la multiplicación de la soja como una variable de la desmedida caída de agua: “El cambio es algo normal en la naturaleza. A partir de nuestra perspectiva, que nos da la experiencia de vivir unas pocas décadas, preferimos condiciones previsibles tanto climáticas como afectivas, económicas, etc. Sin embargo, el cambio en el uso de la tierra que ha realizado el hombre en las últimas décadas ha modificado sustancialmente nuestro ambiente. Entonces, se suceden cambios que afectan nuestro entorno a distintas escalas de tiempo y espacio. Por ejemplo, inundaciones y aludes de barro y piedras (como en Comodoro Rivadavia o la isla Madeira) por la mala planificación del crecimiento urbano, la deforestación, el entorpecimiento de canales y declives naturales, etc. También, por la gran extensión de los monocultivos (como la soja) se producen cambios a escalas regionales mayores, como la pérdida de muchas especies, la contaminación de napas de agua o la aparición de dermatitis u otras enfermedades en la población causadas por herbicidas e insecticidas incorporados al ambiente en grandes cantidades”.
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