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Viernes, 26 de febrero de 2010

VISTO Y LEíDO

Las cicatrices de la oscuridad

 Por Marisa Avigliano

La extraña desaparición de Esme Lennox
Maggie O`Farrell

Salamandra

Maggie O’Farrell ha escrito una novela sobre el tiempo que dura la vida, en verdad ha escrito sobre cómo vivir ese tiempo. Un texto conmovedor, como la intensidad de la imaginación, con muchos aciertos y con el don de transmitir miedo, desconsuelo y asombro al unísono y con igual ardor. Dos llamados telefónicos desde el psiquiátrico de Cauldstone, en Edimburgo, serán suficientes para que Iris sepa que tiene una tía abuela. No importa que su abuela Kitty (internada, tiene Alzheimer) haya dicho toda la vida que era hija única, no importa que su madre desde Australia no conozca nada de ese asunto, no importa que los hombres que la rodean (su hermano Alex y su amante Luke) le digan que no debe involucrarse con esa desconocida vieja loca. No importa nada. Iris se enteró y con eso basta.

Quién piensa en una tía, piensa en Graham Greene; quien piensa en una abuela, piensa en la de Charlie (el de la fábrica de chocolate) esa a la que Willy Wonka le dice que huele a jabón; desde ahora, quien piense en una tía abuela pensará en Esme Lennox (Euphemia, en las historias clínicas).

Esme es la que quiere ver el mar porque necesita en torno a sus piernas el tirón frío del agua profunda y poderosa, la niña atada a la silla a la que todos olvidaron en la sala, la que acunaba a su hermanito muerto en la India colonial hostigada por el cólera, la que hace las preguntas lógicas mientras reconoce el desván de su antigua casa, los marcos de la puerta y el mango de los cuchillos (una escena de elegante desasosiego) pero por sobre todo es la que estuvo encerrada desde que cumplió los dieciséis eso suma: sesenta y un años, cinco meses y cuatro días. Dice su formulario de inscripción: “Insiste en dejarse el pelo largo (...) declaran haberla encontrado bailando delante de un espejo, vestida con la ropa de su madre”. Ya se sabe, no parece tan difícil que un hombre meta a su hija o a su mujer en un manicomio con apenas la firma de un médico de cabecera.

Familia de mujeres, lazos y recuerdos sin cronologías cautelosas cruzarán Escocia y Bombay con Esme rescatada por Iris, con Iris preguntándole a Kitty y con Kitty deshilvanando memorias y traiciones.

Quizás un baile fue el inicio de todo, o mejor aún, dos chicas en un baile iniciaron todo. Entonces, ¿cuál será el primer recuerdo? ¿Cuál la primera deslealtad? Las hermanas Lennox saben de secretos y costumbres y lo saben porque han sido protagonistas del horror y la hipocresía. Revelar sus historias desenfunda el arma en plena acción como en un western y de inmediato el lector se preguntará sobre los lazos de hermandad, ¿qué significa ser hermanos? ¿Y familia? ¿Son familia Iris y su hermano Alex, en realidad su hermanastro, su cómplice y con quien tuvo por primera vez sexo? ¿Es parte de esa familia Fran (la mujer de Alex) cuando dice que la de Iris es extraña? Lo que Iris piensa y calla mientras mira a su cuñada, despeja dudas y nos hacen reír: “Yo hice todo el viaje hasta Connecticut para tu boda y a nadie de tu familia se le ocurrió dirigirme la palabra, eso sí es extraño (...) te di como regalo de boda lo que posiblemente sea el vestido escandinavo más bonito de los años sesenta y no te lo he visto llevarlo ni una sola vez”.

Maggie O`Farrell nació en Irlanda del Norte, en 1972, y creció en Gales y en Escocia. La extraña desaparición de Esme Lennox (el mejor libro del año según el Washington Post) es su cuarta novela, un texto –con un final como el de las películas de suspenso– que arma el rompecabezas con las cicatrices de la locura y transita la oscuridad para no perder la memoria.

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