Viernes, 2 de abril de 2010 | Hoy
Con un celular como único recurso técnico, lo demás es voluntad, pasión y necesidad de contar. Las presas de la Unidad 5 de Rosario lo hacen cada semana a través de su programa de radio.
Por Sonia Tessa
Para entrar en la Unidad 5 de Rosario, la cárcel de mujeres, hay que dejar los celulares en la puerta. Los jueves, poco antes de las 17, sólo puede ingresar un teléfono móvil, el que se utiliza para emitir el programa de radio “Mujeres tras las rejas”. Graciela Rojas, la coordinadora de la ONG que desarrolla este proyecto de comunicación para hacer visibles a las mujeres privadas de su libertad, muestra el teléfono –que las guardiacárceles examinan– y sigue viaje a través de las rejas. Hay que atravesar varias puertas, y un patio también enrejado para llegar al salón donde se realizará el programa. Las chicas fuman, hay un espíritu festivo. “¿Quién abre el programa?”, pregunta Graciela. Y al principio ninguna de las participantes se decide. La hora pasa volando, como el celular, de boca en boca. En la despedida, todas quieren decir algo. “Yo quiero dejar un mensaje a todas las personas que están privadas de su libertad. Quiero decirles que en un momento estas puertas se abrirán para todos. Y que estamos privados de nuestra libertad pero no de nuestros derechos y sueños. Nos despedimos con un temita del Cholo y los fieles”, son las palabras finales. Las dice Gladis, de 27 años y se las dedica a Martín, detenido en la cárcel de Piñero.
El programa se emite los jueves, de 17 a 18, por la Radio Comunitaria Aire Libre (91.3 del dial de FM de Rosario). Pero también se puede escuchar por Internet, en la página www.mujerestraslasrejas.blogspot.com. Desde hace dos años, la ONG concurre al penal para hacer posible que las internas tomen la palabra. A Tatiana, una de las participantes, el programa de radio le cambia la cara. Algo parecido le pasa a Mónica, deseosa de participar. “Estaba rebajoneada pero al venir acá me reanima. El programa me saca de este lugar”, afirma. Mónica acaba de enterarse de la muerte de su hermana, pero durante la hora que estén al aire podrá sobreponerse, y hasta se animará a cantar una canción. En cambio, para Gladis, el programa significa la oportunidad de “compartir cosas con el afuera, donde nos tienen como si fuéramos rebeldes”. Noelia aporta lo suyo: “Nosotras sólo estamos privadas de la libertad. Los demás derechos deben ser respetados. Y este espacio hace que cada vez sean más respetados”.
Ese jueves no se trata de un programa más. El director de la Radio Comunitaria Aire Libre les grabó una felicitación en la que dice que el programa “es un orgullo” para la emisora. Es que “Mujeres tras las rejas” recibió el premio Juana Manso, que otorga la Municipalidad de Rosario a comunicadores que trabajen para promover imágenes sin estereotipos sobre las mujeres. Como les avisaron demasiado sobre la hora, las internas no pudieron asistir, ya que hacen falta permisos de los jueces y otros trámites. Pero lo vieron por televisión. Ana le dice a la coordinadora: “No creí que te iba a ver en la tele. Se me puso la piel de gallina. Fue algo inusual”. Graciela le responde: “Para mí también fue muy emocionante”.
También es especial ese programa porque las chicas cuentan la experiencia del festival Fronteras, que llevó a artistas de todas partes del mundo a interactuar con las internas. Llegaron desde Chile, Alemania, Bolivia y Perú. El cierre del festival se hizo en el patio del penal, a pleno sol, y las chicas lo cuentan exultantes.
El programa no se planifica, sino que las participantes –que asisten libremente– se van pasando el celular que oficia de micrófono. El dispositivo técnico es precario y, a veces, la radio con la que cuentan como retorno no llega a captar lo que están emitiendo, así que se hace a ciegas. Pero el proyecto entusiasma tanto a sus participantes que demandan un taller de locución. Es que no les gusta que haya baches en el programa, o quedarse con las ganas de decir algo por no encontrar la manera de hacerlo. Eso sí, las chicas se alternan cada jueves entre las que están alojadas en la planta baja y el primer piso, por una regla del penal. Después de dos años, algunas de las que participaron del programa salieron en libertad, y seguirán vinculadas. “El proyecto de radio nació no sólo como forma de darles voz a las mujeres privadas de la libertad y destruir el mito de su invisibilidad, también lo proyectamos como vínculo entre el penal y el afuera. Por suerte varias de las chicas que participaron de la radio hoy están libres. Cuatro de estas mujeres, que actualmente están trabajando y luchando por salir adelante, oficiarán de noteras o columnistas del programa”, expresa la coordinadora de la ONG, contenta.
La iniciativa le permitió a Ana seguir haciendo lo que le gusta. Antes de caer presa, tenía un programa de radio en una FM de su ciudad, Puerto General San Martín, una de las que integra el cordón industrial del Gran Rosario. Ahora espera con avidez los jueves. Ella es la que comanda las entrevistas, aunque todas hacen preguntas. Además, Ana escribe. No sólo cartas para sus hijas, Natalia y Karen, de 23 y 22 años, sino también algunas reflexiones. “Cuando el cielo esté gris, acuérdate de cuando lo viste profundamente azul. Cuando sientas frío, piensa en un sol radiante que ya te ha calentado. Cuando necesites amor, revive tus experiencias de afectos y ternura”, dice uno de sus textos.
La soledad es un tema recurrente. “Estoy mal, no tengo visitas”, lanza Mónica en un aparte del programa, mientras suena la música de Leo Mattioli. Las visitas son fundamentales para las internas, pero muchas no las tienen. En algunos casos, la familia apenas puede hacerse cargo de sus hijos, pero no visitarlas a ellas. Es inusual que sus novios o maridos lleguen hasta el penal. Así que la soledad se clava como un puñal y las compañeras se convierten en la única compañía. Por eso, en el programa del 10 de diciembre pasado hablaron de los lazos que se tejen tras las rejas. Mujeres que sostienen a mujeres. Allí donde todo parece diluirse y desgranarse. Allí es donde se funden y anidan sentimientos intensos. Gisela apostaba a ellos como los más valiosos de su corta vida, jovenmadre que encontró en estas otras madres a su madre ausente. Varios años entre cerrojos no le impidieron abrir su corazón a los amores: de pareja, de madre, de hija, de amiga, de hermana. De su propia voz: “Acá encontré la familia que nunca tuve”, así lo cuenta el blog de Mujeres Tras las Rejas.
Cuando faltan sólo cinco minutos para terminar el programa, y el operador André Núñez ya pidió a la radio el penúltimo tema musical, Mónica se apresta a cantar. Es muy afinada, y todos los que están en ese improvisado estudio de radio la aplauden. En el lugar sólo hay una mesa de madera, en un salón grande. Y un celular. Las chicas hacen el resto, con entusiasmo.
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