Viernes, 4 de junio de 2010 | Hoy
MUESTRAS
La muestra alucinante de Paula Duró, Rayo Americano, en casa propia y con circuito familiar.
Por Santiago Rial Ungaro
“La pintura es la herramienta que me sirve ahora para comunicarme”, me advierte Paula Duró, la pintora en cuestión. “Si en el futuro es la música o manejar un taxi, es irrelevante. Porque es algo que puede mutar, no sé si voy a pintar siempre.” Paula suena sincera, pero lo que dice genera perplejidad: estamos en La Boca, en la muestra Rayo Americano, que probablemente sea una de las mejores, o , para ser más específicos, una de las más lindas muestras de lo que va del año. Curada y producida por la misma artista, la muestra sorprende tanto por la calidad de estas coloridas pinturas como por su personalidad: Duró consiguió en muy poco tiempo (tiene 28 años) lo que a otros les cuesta décadas: basta ver una obra suya para después reconocer una de sus obras.
Sin embargo, no pertenece al “mundillo” del arte, y aunque eso sea algo “raro” también es lógico: tiene su propio mundo, al punto tal de que ella misma, con sus ojos celestes, su pelo rubio, sus elegantes ropas de colores puros y sus simpáticas carteras artesanales parece salida de uno de sus propios cuadros. Paula pinta a sus hermanas (Micaela, Abril, Lucía y su hermanito Camilo) como modelos, pinta a un flautista de cuya flauta sale un arco iris sonoro, pinta el fuego y logra que todo sea a la vez pop y sudamericano porque eso es lo que quiere comunicar: un mundo propio, colorido, vívido, familiar, natural y a la vez fantástico. Casi nada.
“Mi relación con el mundo del arte es conflictiva, pero a mí me interesa que sea así. Yo veo que en mis inauguraciones y muestras va mucha gente que no es del ‘mundillo’. Y está bueno, porque creo que en el ambiente hay un snobismo que alejó a la gente de la pintura. Como que si no sos instruido y no podés hacer una cierta lectura estás totalmente fuera y relegado de eso. Y a mí me interesaba todo lo contrario. A mí gusta pintar y me gusta mostrar, y me pasa eso: hay una cosa conflictiva con los galeristas, tengo una mala relación en general. Es como que están paranoicos que la obra se venda solamente en ese lugar. Eso me molesta mucho.”
De todos modos, el magnetismo de esta muestra (potenciado y sincronizado por la música de Chancha Vía Circuito y las obras de Nicolás “Nico” Novalle) parece impregnar el ambiente. “Habla de la muestra como de una misión.” Claro que, teniendo en cuenta su situación periférica, esa misión puede parecer imposible. O no. “Vendo obra de vez en cuando. Me dedico a hacer ilustraciones, he trabajado como camarera, cocinera, de lo que sea. Ahora estoy incursionando con el stop motion, haciendo un video para Chancha Vía Circuito.”
Paula comenta que mucha de la gente que la conoce, acá y en Chile (donde estuvo viviendo por 4 meses pero dejó muchos contactos), la conoce por Internet.
“Hay mucho ida y vuelta por Internet. Hay mucho diálogo. Es un medio de comunicación súper democrático: no necesitas pertenecer a ningún grupo para pertenecer a Internet.”
Así, promovida por Internet, instalada en una casa (un hermoso caserón antiguo ubicado en la calle Brown, que bajo el nombre de Casa Brown intenta proponerse como espacio artístico), esta muestra tiene sus particularidades: pequeñas velas que conforman una ciudad o un cementerio, honguitos hechos en azufre y demás miniaturas “prendibles” cuyo encanto reside en su carácter efímero y complementario. “A mí me parecía que poner otro pintor no era una buena idea. Y a Nicolás, que trabaja con velas y azufre, le gusta trabajar con la materia. Trabaja con cosas que se descomponen, cosas efímeras, con los procesos de la materia.”
“La primera de las obras fue la de la llamita, que salió después de que un amigo me llevara a un lugar en Chile, Cajón del Maipo. Y ahí había una familia muy linda que vivía en una casa muy linda, todo hecha de madera arriba de un árbol, en el medio del bosque. Un lugar en el que había montañas, ríos, árboles. Había una energía muy fuerte. El padre era arquitecto y había tardado veinte años en hacerla. La hija bailarina y actriz y su hijo estudiaba medicina alternativa. Y el problema que tenían era que una empresa minera quería desviar un río y destruir no sólo su casa sino todo un bosque. Y ellos hablaban de que había que mantener viva ‘la llamita’. Y creo que esa ‘llamita’ es el espíritu, es lo básico: el agua, el sol, un espacio verde. Sin eso no se puede vivir.”
Paula estudió con Patricio Larrambebere, pero más allá de que lo considere “un capo” (y quien conozca su obra sabe que lo es), lo más importante fue el trabajo propio: “El me tiró un par de líneas y después con eso me pude poner a pintar. Lo que me pasó es que adiestré el ojo, creo que al estar conversando a diario con los colores uno empieza a entender que los colores son notas musicales. Cada color del arco iris se puede pasar a una nota musical o un número. Es todo lo mismo, pero adopta diferentes formas. También se podría generar eso con música, o con olores, o con una comida”.
Aunque mencione al pasar a Francis Bacon y a Gustav Klimt como pintores que admira, Paula acepta que “en general soy más fanática de otras cosas. Me estimula más la música para pintar que ver otras obras de pintores. Me gusta Fela Kuti (el genial músico nigeriano, un héroe nacional), me gusta la cumbia villera. Acá en Don Orione se escucha mucha cumbia y reggaeton. Me gusta la cumbia experimental, Dick El Demasiado. Y me gusta mucho el silencio absoluto”.
Rayo Americano continuará en exposición
hasta el 9 de Julio, en Casa Brown,
Brown al 810, La Boca.
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