Viernes, 3 de septiembre de 2010 | Hoy
MúSICA
Daniela Horovitz, cantante del grupo Los Amados, lanza su primer disco solista, donde –sin atarse a las etiquetas– recorre su propia historia melódica en 12 temas.
Por Guadalupe Treibel
Como amada de Los Amados es Rosa Bernal, femme fatale de vestidísimo rojo y violeta, traída de la selva por sus primos para cantarle al romance en solitario o a dúo, de la mano y voz de Alejo “Chino” Amado. Como Daniela Horovitz es ella misma y –ya lejos del kitsch que exagera el “mensaje del alma”– se les anima a canciones propias aunadas en un disco debut que –por la ironía de las circunstancias– se titula Y de amor no supe nada. ¿Entonces? Las letras no mienten: Desde la mirada azulada y risueña, la artista les canta a los vaivenes agridulces del sentir acalorado. “Sueño querer lo que tengo y realizar lo que pienso”, entona en el track dos, “Sueños”, sobre un manifiesto que pone en jaque inconformismo y tibieza.
Mientras, por entre las letras que riman y hablan del azar o las antiodas a la guitarra, se escurren géneros varios. Horovitz no se amilana y regala una docena de canciones que recorren –con sutileza– el folklore, el jazz, el pop, el bolero... ¡hasta el candombe! Y alguna sonoridad oriental, ¿por qué no? Todo preciso, a veces a cuentagotas, en su justa medida y con la voz como vedette del LP. Claro que, en franco recorrido autobiográfico, es fácil reconocer cómo las raíces de formación y carrera se han filtrado en las composiciones propias. “No quería hacer un repertorio ecléctico per se, sino reunir lo que fui transitando: estudié en la escuela de Avellaneda la carrera de folklore; mientras, canté jazz. Después me fui a Brasil a estudiar música brasileña y canté clásico. Luego, Los Amados con los boleros, la música latinoamericana...”, repasa en charla con Las12.
Para la puesta (en escena del vivo y de arte de tapa), Horovitz optó por un look a lo Hepburn (Audrey, no Katharine), con un vestidito rosa que la acompaña en la canción y unas megaflores altas y vistosas que encierran una sorpresa: “Estéticamente son bellas pero, cuando te acercás, son fuertes y agresivas; éstas sí que pinchan y cortan”, explica la fan de Tita Merello y Libertad Lamarque sobre la flora creada para la ocasión por la artista plástica Susana Cassanovas. Hechas de materiales reciclados (clavos, maderas, metales, bolsas de nylon, entre otros), las florcitas reproducen el mensaje “algo inocente, algo guerrero” de la mujer que –desde 2008– es “la” cantante invitada de Los Amados, ganadores de los premios ACE 2009.
“Ni una fruta exótica, ni una flor rara e hiriente / Quien la sepa cultivar, hallará amor para siempre”, canta Daniela en “Fruta Exótica: Del cercano acá”, tema que cierra su trilogía frutal, que arranca con “Del lejano allá” y “Perfumando hasta asfixiar”. “Son tres separadores que duran 30 segundos, tienen una melodía oriental y recorren una historia”, explica la artista que comenzó a pensar el disco en su estadía de cuatro meses en Tailandia, donde conoció al guitarrista, compositor y arreglador jazz Alan Plachta, a cargo de los arreglos y la dirección artística de Y de amor no supe nada.
“Juntos pensamos lo que necesitaba cada tema y, por ejemplo, buscamos cinco vientos para un bolero o clarón, chelo y guitarras oscuras para un tema que sonaba medieval”, cuenta la “coplera del asfalto”, como ha sido definida en alguna oportunidad. Pero que, para darle forma al material, Daniela sumó otros músicos a su dream team, con artistas de la talla de la pianista Paula Shocron, entre otros.
Fue justamente con Shocron y la saxofonista Ada Rave que Horovitz armó un trío jazzero en 2003 y, en sus palabras, “fue una explosión fuerte, de mucha repercusión”. Por los avatares de la vida, el grupo no duró pero la energía femenina de los proyectos colectivos quedó flotando en el imaginario de Daniela. Quizá por eso hoy pone guitarra, piano y voz a otro grupo con impronta de género: La Impertinente Señorita Orquesta que, en su afán de presentar “musique de la french cuisine”, regala repertorios llenos de Jacques Brel, Charles Trenet, Yves Montand y Edith Piaf, entre otros.
Mientras, la chica que estudiase teatro con Miguel Guerberof, improvisación con Osqui Guzmán, y clown, apuesta por sus composiciones propias y el sello amoroso de frases que la llenan. Como la del escritor uruguayo Felisberto Hernández, que saluda en el librito del disco y dice: “Pienso que en un rincón de mí nacerá una planta (...) Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea”. Como parafrasea Horovitz: “Uno no busca belleza o intensidad en sí mismo, sino como una consecuencia. Desde la honestidad, hay que pensar qué es lo mejor para la canción, darle lo que pide. Darle autonomía y largarla al mundo. Como a los hijos”.
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