Viernes, 24 de septiembre de 2010 | Hoy
Una revolución nada silenciosa, puesto que se trata de un género musical en alza, el folklore nacional está siendo protagonizado por las mujeres, quienes superan largamente en número a los varones. Tres artistas, Sara Mamani, Laura Peralta y Sandra Aguirre, y el director de la radio La Folklórica, Marcelo Simón, discurren sobre este extraordinario fenómeno.
Por Moira Soto
Si hay un espacio cultural en donde las mujeres han ido tomando firmemente la delantera, creciendo llamativamente en número, evolucionando y perfeccionándose, ganando terreno casi siempre con alta calidad y gran diversidad, ese espacio es indiscutiblemente el folklore. Decenas de artistas argentinas de primer nivel prueban que el concepto de folklore, establecido en Inglaterra a fines del siglo XVIII, “la expresión de la cultura de un pueblo”, puede actualizarse y enriquecerse aunando tradición y modernidad, rescatando ese patrimonio de saberes regionales y valores relacionados con las raíces de la identidad nacional y local.
Marcelo Simón, conocedor del género y director artístico de La Folklórica (FM 98,7, la emisora de mayor audiencia del grupo que lidera Radio Nacional), consultado por Las 12, expresa sin rodeos su entusiasmo por el fenómeno que protagonizan las folkloristas en todos los rubros (canto, letras, composición, interpretación de instrumentos): “Juntando la generación anterior y la actual, en casi todas ellas hay una expresión muy clara, revulsiva, que soslaya prejuicios de manera más acentuada que sus colegas varones. Las mujeres se animan a armar pequeñas revoluciones, como se llama, dicho sea de paso, uno de los últimos CDs de una líder en la materia, Teresa Parodi. Justamente ella es una buena intérprete de María Elena Walsh, quien a su vez, como Alfonsina Storni, ya había probado las amargas mieles de la transgresión dentro del género. Una actitud que en esta época comparte Liliana Herrero, capaz de hacer algo a lo que no se habrían atrevido los folkloristas hombres: que su banda la armara Fito Páez. Y si hablamos de generaciones que precedieron a la actual, en esta enumeración apretada e incompleta anoto a la reina Nelly Omar, fresca y desafiante hoy como siempre, cantando como una diosa. Otra artista digna de mención de esa generación, aunque de otro signo ideológico, es Suma Paz. Pero creo que el gran ejemplo es la sublime Mercedes Sosa: vale recordar que cuando aceptó cantar en el Colón durante la dictadura de Lanusse, junto con otros artistas destacados, fue la única persona en el escenario que no miró hacia el palco presidencial. Estas actitudes valientes, comprometidas de las mujeres, siempre han provocado mi admiración”.
“Si vamos a las cantoras nuevas en este recuento improvisado, y pidiendo disculpas por las inevitables ausencias –prosigue Marcelo Simón–, quiero mencionar a Luna Monti, una joven mujer fantástica que canta bellamente y está ahí peleando para que en Cosquín la programen más temprano y no en horarios imposibles... Cantando también muy lindo y llevando a cabo sus propios desafíos está María de los Angeles Ledesma, ahora trabajando con Teresa Parodi. En esas filas asimismo figura Lorena Astudillo, de perfil todavía bajo, pero muy talentosa. También pondría a una mujer que acepta una gran apuesta: ser tradicionalista, cosa a la que poca gente se atreve. Se llama Lucía Cerezani, una hija de inmigrantes italianos que ha elegido ser cantora –gran cantora– surera, doble audacia. Y entre otras muchas que deberían estar en esta agenda precaria, añadiría el nombre de actrices que han elegido hacer este género ambiguo, de difícil definición que llamamos folklore: Soledad Villamil, de importante trayectoria, y Carolina Peleritti, quien ha optado recientemente por navegar estas aguas. Por supuesto que si hablamos de copleras, salta el nombre de Mariana Carrizo, una genia a la que vi nacer en Cosquín, cuando salió sola, chiquita, con su caja haciendo coplas profundas y chuscas, reivindicando el papel de la mujer y definiéndose contra el machismo. En otro estilo, Laura Albarracín es una gran cantante de voz espléndida, con mucho tino para elegir poetas. Esa es justamente la constante en muchas cantoras, además de que hay que señalar que ahora hay grandes poetas mujeres: para mí el mejor autor que tenemos en el género es una mujer y se llama Teresa Parodi. De las que andan en búsquedas muy interesantes, vale nombrar a chicas estupendas como Paola Bernal y Mariana Baraj, esta última, aparte de muy buena cantora, gran percusionista. Y si volvemos a la generación anterior, saludo a Melania Pérez, maestra total sobre cómo cantar folklore, del Norte sobre todo, la mejor cantora de bagualas, entre otras vertientes. Como Mercedes, una mujer que manda sobre sus músicos... La verdad es que en el panorama actual del folklore son muchísimas las artistas valiosas, tantas, que superan largamente a los varones. Dicho en buen criollo: en este género musical, estamos mejor de minas que de tipos...”
A los nombres rescatados por Marcelo Simón en esta breve entrevista se pueden sumar –entre cantantes, compositoras, instrumentistas, letristas, docentes–, sin agotar el repertorio, los de Lilian Saba, Verónica Condomí, Nora Sarmoria, Micaela Chauque, Susana Moncayo, Mónica Abraham, Silvina Sazuk, Nuria Martínez, la Bruja Salguero, Silvia Iriondo, Yamila Cafrune, Mónica Pantoja, Nora Benaglia, Laura Ros, Marina Santillán, Balvina Ramos, Mavi Díaz & The Folkie Chicks, la siempre activa Carmen Guzmán...
Tres señoras del folklore se presentan ante Las 12 y reflexionan sobre los alcances del folklore y la fuerte presencia de las mujeres: Sara Mamani, Sandra Aguirre y Laura Peralta. Esta última, bagualera, recopiladora, actúa en el interesante documental Esta cajita que toco tiene boca y sabe hablar, de Lorena García (autora también del mediometraje Tengo una pena que es pena), visto en el Bafici, invitado a numerosos festivales y proyectado en Buenos Aires en salas alternativas (como El Camarín de las Musas) con buen éxito. Viaje poético hacia la copla, encuentro de generaciones y de estilos, Esta cajita... se centra en el conmovedor intercambio entre la joven que llega de Buenos Aires, Mariana Baraj, y una vieja coplera norteña que se está empezando a olvidar los versos. Mariana Carrizo, Miriam García y Verónica Condomí también hacen lo suyo en este film que refleja el verde y la piedra del paisaje, el colorido del vestuario regional y ese vibrato de las cabras al que alude Laura Peralta en la plática que sigue.
Sara Mamani: –Para mí no había otra opción que no fuese el folklore. En la época en que era niña, en Salta, estaba el apogeo de Los Fronterizos y Los Chalchaleros, los escuchaba por la radio todos los días. Había un programa que se llamaba Tardecitas salteñas que ya no existe y que yo ponía sin falta a las 5 en punto... Después se van encadenando las cosas: por ejemplo, una vecina que era familiar de Horacio Aguirre, de Los Cantores del Alba, y recibía las visitas de este músico. Ella tenía una guitarra en su casa y me contagió su interés por hacer folklore. Hasta ese momento yo no había agarrado nunca ese instrumento... Entonces, con ella y otra vecina armamos un trío para cantar en las fiestas patrias de la escuela. Así empiezo con el repertorio de Los Fronterizos. Y a los 12, en la escuela primaria, gano una guitarra en un concurso. Ya más tarde, a los 15 o 16, entro en relación con el Cuchi Leguizamón y queda sellada definitivamente mi elección, que sostengo hasta el día de hoy. En el ‘84 me vengo a vivir a Buenos Aires. Sin duda, creo que el folklore era lo que debía de hacer... Me habría gustado aprender música en aquel momento, pero sólo existía el Conservatorio para la clásica, la música popular no estaba tenida en cuenta para nada. En consecuencia, mi aprendizaje en general fue de oído. Ya más grande tuve varios profesores, alterné con uno, con otro, pero no hice un estudio sistemático. Por suerte creo que mi oído me ayudó bastante para ir dándoles forma a todas las cosas que hago. A pesar de algunas interrupciones por temas de salud, creo que hice un buen recorrido, paso a paso, logrando las cosas que voy deseando de esta carrera musical. No estoy dedicada todo el tiempo: tengo otros dos trabajos, uno en la parte administrativa de una escuela secundaria, el otro en el Servicio Paz y Justicia de Pérez Esquivel, desde 1991. Aun repartiéndome entre tres ocupaciones, estoy contenta con lo que voy haciendo, creo que voy dejando una huella...
Sandra Aguirre: –Desde muy chica, desde que tengo memoria, estoy relacionada con la música, con el canto. En lo que hace al folklore, el primer recuerdo que se me aparece es de cuando tenía 10, 12 años y me colaba en la vieja Casa de la Cultura en Salta, me conocía todos sus vericuetos. Iba solita, me metía por el costadito, escuchaba cuando tocaban el Cuchi y el Dúo Salteño. Me puedo acordar de la impresión que me causó la primera vez, no podía entender demasiado, pero estaba muy conmovida, sabía que se trataba de algo extraordinario. Ese fue el primer gran impacto que tuve con el folklore. También, claro, estaba esa música que suena todo el tiempo en la radio en Salta... Después crecí como una adolescente más en el regreso de la democracia, me normalicé con mi época, tuve un grupo de rock, Paquidermo, que fue el primero que subió a un escenario en Salta, maquillados los varones, vestidos de blanco, negro y plateado, algo muy raro allá, en ese momento. Ya más grande vine a Buenos Aires a estudiar Musicoterapia, me metí un tiempo en una escuela de jazz, canté ese género. En un momento vuelvo a mi ciudad para un Carnaval y algo muy fuerte me pasa de vuelta, algo que era muy salteño y muy mío. Había tenido que distanciarme mucho para volver de este modo. Me di cuenta de que, como intérprete, las otras músicas me resultaban limitadas. En cambio, el folklore me parecía un manantial de cosas para hacer, para crear. Sentí que había caminos para inaugurar, aunque se partiera de una base tan tradicional. Empecé a componer a partir de una historia, de otra. Nunca tuve en la cabeza la idea de innovar, no lo pensé de ese modo: creo que cualquier persona que hace una canción está abriendo una nueva senda, modificando un poco lo que ya estaba, aunque más no sea el silencio... Cuando hago versiones de algo es porque puedo encontrarle una vuelta. Me encantó empezar a componer folklore, le metí por ahí. Hice un par de discos con muchos temas de autores desconocidos y de clásicos también. Sapo cancionero, por ejemplo. Ahora estoy preparando otro disco; podría decir que el folklore me eligió a mí. Vivo de eso, desarrollo mi vida alrededor de esta música nuestra que compruebo que es infinita. Cada vez que voy a Salta, cuando enfilo para otro lado o estoy en Buenos Aires, me doy cuenta de que hay temas nuevos, otras cosas para decir. El folklore es algo que es vivo, que se manifiesta de muy distintas maneras porque es uno de los géneros más ilimitadamente ricos.
Laura Peralta: –Yo también comencé desde muy chica con la música, con toda la música, incluido el tango. Era eso de ir a la casa de la tía y que me dijeran: “A ver, cantá Laurita”. Y como soy petisa, me subía arriba de la mesa. Más tarde tomé clases con Liliana Vitale, ella me daba repertorio, me preguntaba qué quería. Un día, estando en el secundario, una compañera me dice que su papá nos invitaba al San Martín. Cuando aparece Leda Valladares en el escenario haciendo bagualas, solita con la caja, cantando y contando sobre la copla, sobre el Norte que yo no conocía, me doy cuenta de que quería hacer lo que ella hacía. Y me fui a tomar el primer curso que Leda daba en el Collegium Musicum, me lo pagué yo. Al poco tiempo formaba un grupo, una comparsa con mis compañeros. Y seguí cantando, comencé a hacerlo sola. Viajé, viví afuera, tuve hijos, seguí haciendo el repertorio de Leda. Me acuerdo de que acá era todavía medio raro cantar coplas, pero ahí iba Laurita con su cajita... Luego me fui al Norte, a carnavalear, y terminé instalándome en Salta. He participado en la discografía de otros músicos, la Negra Chagra, Jaime Torres... Ya va a venir mi disco. Con una beca, en 2008 hice una compilación de bagualeras de los Valles Calchaquíes, salió un disco doble con documental. Con otra beca armé una compilación de la Puna, Chaco, algo de Santiago del Estero. Doy clases de canto, me gusta mucho ir a las escuelas... Leda dice que una vez que se le abrió esa puerta, ya no pudo salir de la baguala, de la copla. Yo comparto totalmente esa experiencia: en mi caso, se trató de aprehender todo eso que al principio puede parecer tan lejano por esta razón de no ser del lugar, de pertenecer a una cultura diferente. Sin embargo, hay algo profundo en los distintos folklores que nos toca el corazón misteriosamente. Hace un tiempo estuve cantando cosas de Rumania, de Bulgaria y sentí eso: que el folklore te habla siempre de cosas particulares y a la vez universales. Cantar una copla en Jujuy, aunque esto no se diga, tiene que ver con el vibrato caprino: es tu majada, son tus animales que te acompañan y te va salir de una manera distinta que en Buenos aires, vas a externar los sonidos que te rodean. Son cosas muy primitivas, muy de origen. De ahí se parte, para atrás y para adelante. Es el lugar donde estoy apoyada, donde se juega el pulso del corazón.
S. M.: –El tema del machismo tuve que enfrentarlo en la ciudad de Salta al mismo tiempo que la discriminación por el color de la piel: una doble herida. Los lectores y las lectoras que miren las fotos de esta nota podrán ver que tengo...
S. A.: –¡Una cara de india que no se puede creer, comadre!
S. M.: –Sí, y mi apellido Mamani es casi una marca: ahora puedo decir que soy un artículo regional. De niña estas cosas se vivían duramente, sobre todo en la escuela primaria, ya en la secundaria no tanto. Por otra parte, en Salta, éramos muy pocas las mujeres de mi generación que cantábamos. Dos o tres seríamos... Todo el folklore estaba en manos de los varones, naturalmente era así. Con el correr de los años y el empuje de las mujeres, como se ha dado en otras áreas, esto ha ido cambiando. En mi caso, me propuse tener lo que tengo hoy: un grupo integrado por mujeres. Este disco, Warmi, lo hice con esa clara intención, porque hace tiempo que vengo vivenciando un montón de cosas acerca del machismo, del feminismo... Conozco casos de colegas cantoras que pudieron cantar recién después de muertos sus maridos, porque ellos no las dejaban brillar. He visto cantidad de esos ejemplos que me dejaron esas ganas de querer una presencia fuerte de la mujer, llenando el escenario. Hace dos o tres años fui a ver a un grupo que admiro mucho, y ese día noté que eran todos varones. Siempre lo habían sido, pero en esa función tomé conciencia: ocho varones. Y me pregunté: ¿por qué no puede haber ocho mujeres ahí tocando música? Ese pensamiento me quedó dando vueltas. Aparte de lo que ya hice en el disco Warmi, otro proyecto que tengo es el de armar un grupo instrumental folklórico de mujeres. El tema se me ha ido iluminando cada vez más, me empecé a dar cuenta de lo que pasaba con las letras y me di cuenta de que ya no iba a decir más “me fui solo, volví triste”. No, tenía que decir “sola”, no volver a cantar en género masculino. Ahora, para mí es fundamental usar de esta manera el lenguaje en mis canciones, por más que en general el repertorio esté escrito por hombres. Poner en género femenino los sustantivos, los adjetivos, toda la gramática de una canción para mí fue algo importante, significó: canto como mujer, tengo vivencias de mujer. Por cierto, no soy la única en tomar esta decisión, están surgiendo muchas compositoras, les doy la bienvenida. Y no voy a dejar este empeño de armar proyectos con mujeres, me gusta, siento que estoy poniendo un granito de arena en toda la lucha que llevan adelante otras mujeres, por otros medios, de otras maneras, por el famoso emponderamiento o como se llame. Es decir, nuestro sitio en todas las instancias del trabajo, de la vida cultural, política, social, económica...
S. A.: –Es cierto esto que dice Sara, que Salta es una ciudad muy machista. Desde chica, desde los primeros proyectos que tuve, me topé con esta situación tan instalada, algo muy cultural. Pero no me detuve: para desarrollar mi trabajo, mi música, traté de que impregnara lo menos posible... Sí me interesa y rescato como algo muy valioso lo femenino en los músicos varones que han tocado conmigo. He elegido gente con características lo suficientemente femeninas como para poder acceder a una manera y una estética que me parece más interesante, más potente. Creo que esto tiene que ver con una actitud más sensible hacia el arte en general. Creo que para hacer música, todas las artes aportan. Busco esto en la gente con la que trabajo, que sea permeable a otros lenguajes, que yo pueda decirle a alguien: necesito un acorde naranja, porque estoy cantando árbol. Y que el otro, en vez de reírse socarronamente, como me ha pasado alguna vez, tenga esa percepción y su relación con el instrumento esté tan afianzada que pueda animarse a traducir lo poético sin dejar de lado, desde luego, lo técnico, ni las leyes armónicas. En relación con el género se me ocurre decirte estas cosas, dando por supuesto que ser mujer me ha significado limitaciones, no soy una excepción. Las anécdotas son tantas que no recuerdo ninguna en particular. Pero yo le meto pata, elijo con quiénes trabajar. Creo que lo femenino tiene una fuerza, una posibilidad de sostén hermosa: en los hombres y en las mujeres busco eso.
L. P.: –La mujer en la copla, en la baguala, está presente todo el tiempo. Cuando yo termino de hacer la compilación del primer disco, me doy cuenta de que la mayoría de las personas que grabé eran mujeres. Como hay musicólogos que han grabado sobre todo a hombres, deduzco que por mi género tengo una situación de mayor llegada a las mujeres, que me resulta más fácil contarles lo que estoy haciendo, que me entienden, que conectan conmigo. Esto aparte de una, para mí, natural cuestión de solidaridad. Mi encuesta personal me dice que es mayor el número de mujeres que cantan copla y baguala. Ella tiene además un peso propio en esto de llevar la tradición, transmitirla. Particularmente no he tenido historias de discriminación por parte de los hombres, tal vez las pasé por alto. Pero sí tengo en mi entorno a muchas mujeres que cantan, y que les cuesta llevar adelante esta actividad, volver tarde a su casa, criar a los hijos, hacer otras tareas. A pesar de esos impedimentos, seguimos haciéndolo, manteniendo la memoria desde el canto. En estos últimos años ha habido muchos cambios a favor: estar haciendo esta nota, valorando lo que hacemos como mujeres dentro del folklore, es parte de esta transformación.
S. M.: –Me gustaría comentar que en la fiesta del Carnaval allá en el Norte, en Tilcara precisamente, tiene lugar algo que se llama Jueves de Comadres. Un encuentro de mujeres, aunque pueden participar si quieren los hombres. La idea es que se junten las mujeres a divertirse, cantar, bailar. La verdad es que este año pasé un Jueves de Comadres inolvidable. Me parece que ahí hay una fuerza muy grande, en esa reunión de mujeres y, en mi caso particular, reafirma mi pensamiento y mi sentimiento acerca de la unión entre nosotras.
S. A.: –Yo quería destacar algo que siempre me llamó la atención: he tocado mucho en Salta, en los pueblos, en montones de lugares grandes y chiquitos. En general, en situación de fiestas patronales, de festivales, donde hay muchos grupos que tocan. Y sucede algo increíble, algo que me llevó incluso a hacer “Alas de acero”, un huaynito mío: actuaban primero los grupos tradicionales, todos varones; después venía yo... Y cuando empezaba a cantar, se acercaban todas las mujeres que andaban por ahí, se hacían lugar, se sentaban adelante y ya no se movían. Por ahí habían estado hasta ese momento preparando empanadas de choclo, y me hacían el aguante. Yo sentía que con ese gesto me decían: “Bueno, ahora escuchamos algo que nos interesa”. Un momento precioso, en que pasaba realmente otra cosa, como un remanso, un encuentro... Hay como una simpatía de género que a mí me encanta.
L.P.: –Lo que cuentan Sara y Sandra es un buen ejemplo de la comunión que se puede dar entre mujeres. Cuando juntaba a las cantoras, era habitual que algunas de ellas quisieran llamar a una compañera de canto. Sara me dijo una vez que la baguala es un espacio de libertad, y es verdad: me vuelve ese sentimiento cuando se juntan las mujeres dispuestas a hacer algo en grupo. Y disfrutan cantando, aunque después vuelvan a sus casas y sean golpeadas por el marido, cosa que desgraciadamente ocurre a menudo. Pero al menos tuvieron ese momento propio, y a la vez colectivo, donde se expresaron. Si todos los jueves del año fuera Jueves de Comadres, más aun, si todos los días fueran Jueves de Comadres, esa fuerza femenina viva reunida sería espectacular.
S. M.: –Creo que las mujeres vienen muy bien en cantidad y en calidad, que se están multiplicando los espacios que ocupamos. Para mí es inevitable nombrar a Mercedes Sosa por todo lo que representa. Recomiendo a mis amigas cantoras que escuchen el disco que le grabó a Atahualpa Yupanqui: cada una de las canciones es como una lección de canto, de cómo se debe cantar el folklore, al menos en una de sus formas más bellas. La considero un precedente muy alto, que ilumina el presente y el futuro del folklore. También creo que la pujanza y el nivel que tiene Teresa Parodi desde sus comienzos hasta hoy han abierto caminos desde la composición, la interpretación, un referente muy fuerte. Ya dije que en mi grupo somos todas mujeres y querría nombrarlas: Adriana Leguizamón en arreglos, acordeón y piano; Mariana Mariñelarena en percusión, Violeta Bernasconi en violín. Todas chicas musicalmente muy preparadas. Quiero aportar mi granito de arena desde mi lugar: ¡voto por la presencia femenina en el folklore en todas las áreas!
S. A.: –Hay mucha participación, aportes muy diferentes. Me gustan las mujeres que producen, que inventan, que componen, como es el caso de Sara, más que las que son inventadas y producidas por otras personas. Me inclino más por las chicas que crean algo propio, rescato la singularidad. Pondría el valor en los proyectos que denotan una búsqueda, una exigencia. Creo que hay un panorama que está bueno, muchas mujeres trabajando bien, las perspectivas son bien interesantes.
L. P.: –Estoy de acuerdo con la visión de Sandra y Sara, añadiendo que hay mujeres poco conocidas todavía que están haciendo cosas valiosas. Tal vez no estemos ocupando todos los espacios que nos corresponden, pero creo que es parte del proceso conquistarlos, ir caminando hacia un lugar de mayor emponderamiento. Creo que cada vez son más las comadres que se juntan los jueves, que cada vez hay más ruedas donde las mujeres van a cantar esas coplas que son maravillosas, pura transmisión de sabiduría, de bienes culturales... Nosotras tenemos que seguir profundizando el cambio desde la visibilidad. Creo que la valoración del afuera depende en parte de la valorización que hacemos nosotras. Es decir, subamos la autoestima. ¿Nosotras cuatro estamos haciendo esta nota? Pues hagámosla lo mejor que podamos...
S. M.: –Y tenemos que saber que somos muchas, que mirarse la una a la otra y apoyarse mutuamente, también te suma valor. Aunque culturalmente esa idea esté incrustada en los genes, no hace falta la aprobación de hombres para saber que lo que una hace, vale.
S. A.: –Sí, hay que encontrar una mirada más propia: a veces, la mirada de la mujer está influida por una mirada masculina. Ahora hay mujeres que escriben, que componen, que tienen algo para decir y convocan a quien se les ocurre: el discurso nace de ellas, ése es un cambio realmente.
S. M.: –El folklore nos conmueve tanto porque concentra todo lo más vital, lo más íntimo y profundo del ser humano. Por eso cuando Laura dice que se emocionó con temas de los búlgaros, seguramente se trata de músicas que me tocan a mí también: algo común a todas las personas que el folklore les da ahí, exactamente.
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