Viernes, 1 de octubre de 2010 | Hoy
COSAS MARAVILLOSAS
Una galería de niñas extrañas, retratos inquietantes y pequeñas biografías que visitan los sueños y también las pesadillas de la infancia.
Por Liliana Viola
Niñas
Jimena Néspolo y Marta Vicente
Adriana Hidalgo Editora
Colección Pípala
$ 65
Un libro de cuentos, relatos breves. No, mejor, un libro de retratos. Galería tenebrosa y elegante de niñas, que de existir el Reino de las Hadas, el reino florido y espumoso de las hadas, ellas habitarían el territorio opuesto. Exiliadas. Pero territorioigualmente suspendido en la fantasía y en ese sopor de los miedos infantiles, en la misma sintonía de imaginación desbocada, esta vez en tonos góticos, en la gama del negro de la noche y con detalles rojos en los labios, el rojo de la sangre. Se trata de una inquietante colección de personalidades obsesivas, o por lo pronto detenidas en alguna obsesión. Los gatos, el bosque, la costumbre china de vendar los pies para que crezcan pequeños, los lobos, el trabajo en la granja. Cada niña aparece dispuesta como cuadro de una exposición sobre una textura que simula un empapelado, lleva un nombre y una pequeña leyenda que aclara su sentido: la niña de los fantasmas, la niñas mística, la niña de los lobos. Cada una se define por alguna idea fija, entre la condena y el capricho. La contratapa dice que son niñas que se niegan a crecer. Pero quién sabe, inquietante mausoleo de ideas que rondan la infancia y que más tarde resucitarán en otra cosa.
Estos personajes dibujados por María Vicente tienen la cabeza más grande que el cuerpo, habitan en un escenario propio de cada una, donde las proporciones se han desequilibrado ligeramente, miran todas hacia los espectadores que abren este libro, mientras a su vez parecen estar interesadas en otra parte. Tal vez, mirando con atención, todas tengan casi los mismos ojos. Pero tal vez sea una ilusión óptica, una ilusión que el viaje por este museo viviente provoca.
La que destripa muñecas, la que vive en el cementerio, las gemelas anagramáticas, la que viaja y ha aprendido a perderse. Pilar, Tamara, Hannah, Madai, Serena, Justina. No hay lógica en los nombres. Nombres de aquí, nombres menos corrientes. Difícil hallar un vector que una a estas chicas más que el punto de vista de quien las reúne para espanto y celebración de lo no corriente. Porque enfrentemos la evidencia: no son niñas comunes, son seres extraordinarios, frutos de la invención que no se asusta por nada.
Uno de los dilemas de la literatura infantil ha sido y seguirá siendo cómo suspender el dedo índice en alto, la obligación moral de dar una enseñanza, la necesidad de guiar que tienen los adultos. Este libro consigue en gran medida sortear ese destino. Las niñas retratadas aquí no son modelos de niñas para nadie. Ni tampoco lo contrario. Mariposas clavadas con el alfiler de un texto literario, transitan por todos los géneros. La poesía, la crónica, la biografía, el cuento, el retrato. Si bien pertenecen a geografías reconocibles y distantes, no se trata tampoco de un libro destinado a generar en los pequeños el amor por los continentes, ni la diversidad étnica. Las biografías no son todas historias de vida, a veces se detienen en un elemento del paisaje, como si la propia narradora o relatora, Jimena Néspolo, no hubiera podido sustraerse a esta pasión por la digresión que propone la serie. Un libro bello, sin mensaje, sin más pretensiones que perderse en las posibilidades que la imaginación trae.
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