Viernes, 1 de octubre de 2010 | Hoy
VISTO Y LEíDO
La periodista de moda Victoria Lescano, columnista de este suplemento, analiza los vínculos de la moda y el rock en su último libro Prêt-à-Rocker.
Por Flor Monfort
Patty Smith marcó dos décadas antes la línea andrógina que vistió las pasarelas parisinas en los noventa. Björk burló todos los must have de la alfombra roja presentándose a la entrega de los Oscar en 2001 con un vestido disfraz de cisne que soltaba huevos de plástico. Madonna logró elevar en un 40 por ciento la venta de ropa interior cuando Buscando a Susan se estrenó en Estados Unidos y apagar la sed de las axilas en el secador de manos de una estación de trenes era todo lo que había que hacer para tener onda.
Un recorrido de fa-shion icons como éstos empieza despuntando Lescano en su último libro, Prêt-à-Rocker (Planeta). Tiene mucha data y la despliega, pero lo que más le importa no es el lazo innegable del rock y la moda de los 60 a esta parte, sino cómo esa unión “baja” a nuestras tierras, mucho más homemade, estilo vintage reciclado, fatto in casa por madres y abuelas con habilidades costureras. Buscado o no, el repaso y sus detalles adquieren una dimensión política en la que cada usanza se convierte signo de un tiempo. No sólo es el sistema del rock lo que está en juego: en los 90, por ejemplo, la farandulización de la música joven, los eventos de las marcas y Punta del Este funcionaron como vidriera y mezclaron relacionistas públicos con rockers, fusionando estilos, maneras, looks y tendencias que marcaron ondas y quedaron en la memoria celular de artistas como Anita Alvarez de Toledo, Adrián Dárgelos o Emmanuel Horvilleur.
De los 80 y su estrenado descontrol, destaca la línea estética marcada por Viudas e Hijas del Rock and Roll y sus trajes de goma espuma, y siguiendo con las chicas en el rock, tiene su apartado la más indie de las cantantes conocidas, Rosario Bléfari, siempre un paso antes con sus cortes de pelo, la languidez que después de ella estuvo tan de moda y esas prendas que siempre parecían sacadas del Ejército de Salvación.
Más atrás en el tiempo, Lescano cita las camisas híper cargadas de Litto Nebbia (que Mirtha le pidió esconda atrás de un saco cuando lo invitó a un almuerzo) o la silueta “percha” de Federico Moura, quien tuvo dos negocios de ropa, Limbo y Mambo, en la Galería Jardín, donde la mismísima Felisa Pinto examinaba los percheros.
“Prêt-à-Rocker intenta delinear la relación de los músicos argentinos con la vestimenta para situaciones on y off stage. Indaga en las imágenes de la historia del rock, en las portadas de discos y revistas, en las influencias literarias y cinematográficas que oficiaron de disparadores de estética entre la escena local. También registra los modos en que los estilos foráneos se tradujeron a las posibilidades locales y explora los estilos “criollos”; es la premisa que plantea Lescano y la logra, con una pluma ágil que no para de ofrecer datos jugosos, mostrar conexiones impensadas y develar trucos publicitarios que abren nuevas líneas para pensar el mercadeo en la Argentina.
La ropa como manifiesto no es privativa del rock, pero es cierto que los performers adquieren nuevas capas de sentido en la elección de sus outfits: los pijamas de Cordera, la estética juguetona de La Portuaria, los totallooks de Virus, que fueron los primeros en convocar a un peluquero y diseñar con él un estilo especial para sus shows.
Descubrimos con Lescano que el rock nacional tuvo para todos los gustos, que las mujeres pisaron fuerte a la hora de marcar tendencias y que detrás de todo gran artista hay un buen perchero.
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