Viernes, 12 de noviembre de 2010 | Hoy
Una muestra en la ex ESMA sobre trata de personas devela cómo la sospecha se sigue cargando contra las víctimas para justificar a los victimarios.
Por Luciana Peker
”Como no se puede entrar a los lugares donde las mujeres están esclavizadas porque el nivel de peligro es tan grande que se puede morir en el intento, el arte es una manera de denunciar la trata de mujeres”, enfatiza el fotógrafo Jose Luis Schanzenbach, quien tuvo la idea de generar la muestra solidaria Un grito de ayuda por las víctimas de la explotación sexual, que se montó en el predio de la ex ESMA (Avenida del Libertador 8151) con el apoyo de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de los Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas.
“En este lugar tan simbólico e importante para Familiares concretamos este proyecto que nos conduce a poder llevar esta muestra a todas las provincias de nuestro país”, agrega Schanzenbach. Allí también se presentó el libro Explotación sexual, evaluación y tratamiento, de María Lourdes Molina, Alejandra Barbich y Marta Fontenla, y se presentó el documental Fragmentos de una búsqueda, de Pablo Milstein y Norberto Ludin (ver nota principal).
La muestra —con entrada libre y gratuita— cierra el sábado 13 de noviembre, a las 17, con un recorrido por las diferentes instalaciones, con la presencia de los artistas Amorina Amato (pintura), Karina Cueto (fotografía), Silvina Massimino (pintura), Diego Armeri (collage) y Sofía Fusario (escultura). A las 18 va a estar la compañía de títeres Ellas mismas y, a las 20, la proyección del video realizado por la organización no gubernamental Nuestras manos.
En la muestra también se pueden leer fragmentos de la nota “¿Dónde están?”, publicada en este suplemento el 4 de mayo de 2007, donde se advertía —con la obvia y visceral diferencia entre la vida democrática y el terrorismo de Estado, que nunca son comparables las simetrías del imaginario social para justificar la desaparición de mujeres— sobre los prejuicios sociales que siguen haciendo la vista gorda al secuestro de jóvenes. Por ejemplo, la semana pasada se conoció, durante el primer juicio oral realizado en Mar del Plata por la explotación sexual de dos mujeres paraguayas, que las jóvenes eran violadas y torturadas a escasos treinta metros de una iglesia en un cabaret que aparentaba ser una casa de familia.
Aquí se escribió —hace ya más de tres años— que durante la dictadura se justificaba la desaparición de personas con el razonamiento de “Por algo será...”. Ahora se justifica la prostitución con la frase: “A ellas les gustará...”. El gobierno de facto decía: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Durante estos años, los desentendidos de siempre alegan: “En la Argentina la Justicia investiga; la policía allana y la política no ampara la esclavitud sexual de mujeres”.
La descalificación a las mujeres que buscaban a sus hijos e hijas era clara: “Las Madres de Plaza de Mayo que piden por sus hijos guerrilleros y subversivos son viejas locas”. Y los prejuicios se siguen sintiendo treinta años después: “Las locas de las madres dicen que sus hijas son prostitutas porque están secuestradas y no porque les gusta la vida fácil”. Las preguntas prejuiciosas tampoco cesan. Antes requisaban: “¿Usted sabe dónde están sus hijos ahora?”. Ahora, culpan: “Si usted no sabe dónde está su hija es porque ella se fue de su casa”. Antes inventaban: “Los desaparecidos están en París”. Y ahora desconfían de las rejas del miedo de las mafias de la trata: “Si las desaparecidas están en Madrid, ¿por qué no piden auxilio vía mail?”.
Más información: www.ungritodeayuda-arte.blogspot.com
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