Viernes, 12 de noviembre de 2010 | Hoy
RESISTENCIAS
Se llaman Madres SOS y trabajan en la ONG Aldeas Infantiles de Luján. En sus casas crían a niños y niñas que por alguna razón de fuerza mayor la Justicia determina que deben permanecer alejados de sus familias de origen.
Por Laura Rosso
Las historias de Norma y Julia son bien distintas, pero su presente está marcado por un mismo compromiso. Ambas ponen el cuerpo en un espacio dedicado a cuidar, abrazar, enseñar, compartir y mirar al otro. Y en este caso ese “otro” son niños, niñas y adolescentes que transitan una situación de vulnerabilidad familiar y que –por intervención de la Justicia– viven hoy alejados de sus familias de origen. Estas dos mujeres son Madres SOS y trabajan en la ONG Aldeas Infantiles en Luján. Allí, junto a otras siete Madres SOS ponen el cuerpo en un espacio que recrea el entorno familiar, donde hay resfríos, se caen los primeros dientes, se aprende a leer y escribir, se juega todo lo que se puede y aparecen los primeros amores. Un ámbito en el que se busca generar un sentido de pertenencia, que construya sus identidades y sus memorias.
Todos los chicos y chicas que llegan a Aldeas Infantiles son derivados desde un Juzgado de Menores o Juzgados de Garantías, o desde los Servicios de Promoción y Protección de Derechos del Niño que trabajan en la comunidad. Aldeas es una opción para esas instancias en las que se evidencia una vulneración de derechos o hay alto riesgo de que los derechos de niñas y niños se vean vulnerados. Nadie llega a Aldeas Infantiles a partir de una presentación espontánea sino a partir de derivaciones de estas dos vertientes, y siempre el primer objetivo es que los chicos y chicas vuelvan con sus familias de origen, cuando estén dadas las condiciones. En la sede que Aldeas Infantiles tiene en Luján (hay también en Oberá, Córdoba, Rosario y Mar del Plata) hay nueve casas, y en cada casa vive una Mamá SOS con los hijos e hijas que –como dice Norma– “la vida les prestó”. Además de la Mamá SOS hay una Tía que cubre los francos y las vacaciones.
Norma tiene treinta y siete años. La casa donde vive con sus ocho “hijos” está impecable, los pisos encerados y la mesa de algarrobo –ancha y grande– brilla como recién lustrada. “Si bien siempre cuidé chicos, nunca había cuidado tantos. Al principio, me dio un poco de miedo porque nueve son muchos, pero me fui acostumbrando.” Norma cuida tres familias de hermanos: Micaela de 17 y Graciela de 11; Jimena también de 17 y Luis de 13, y los más chiquitos, Camila de 10, Marcelo de 8, Andrés que tiene 5 y Juan de 3, los cuatro también hermanos. Mientras los chicos están en Aldeas, el trabajo con las familias de origen es supervisado por una trabajadora social. Se hacen aproximaciones sucesivas o vinculaciones supervisadas, a medida que el Juzgado o el Servicio las autoriza y así se piensan estrategias comunes para comenzar las visitas y fortalecer los lazos. Los cuatro hermanitos a cargo de Norma están haciendo “vinculación” con su papá y los fines de semana se van con él a Mercedes. “Y mis chicas más grandes ven a su mamá cada quince días, la mamá viene acá o ellas van para allá”, detalla Norma.
“¡Contá que yo cumplí un año más!”, dice Andrés mientras corre a buscar su mochila para mostrar cómo coloreó a Ben 10 en su cuaderno y recibir más felicitaciones. Para el cumpleaños de Andrés, Norma le preparó una torta con velitas, hubo globos, amiguitos de la escuela y regalos. Andrés cumplió seis años el 11 de enero y todavía hoy se sale de la vaina, contento, cada vez que se acuerda de su día. Ante la pregunta de qué es lo que más le gusta, Norma contesta: “Ellos, mis chicos. Para mí son mis hijos. Es muy lindo ver los pequeños logros que van teniendo. Cuando llegaron los más chiquitos no sabían hablar y ahora son escoltas de la bandera. Es muy gratificante. Acá encontré otra familia, encontré una familia que armamos entre todos. Nos fuimos conociendo de a poco. Los primeros días fueron los más difíciles, la integración cuesta mucho. Hay que conocerse, tener mucha paciencia y entender que nadie hace nada a propósito. Todos llegan con historias muy difíciles. Cuando llegó Juan tenía dos años. Me acuerdo que las primeras cuarenta y ochos horas no durmió, lloró. Lloraba, y después nos enteramos de que él tomaba la teta para dormir”. Juan ahora come un chupetín y busca con sus ojazos negros la mirada de Norma.
En la casa hay fotos por todos lados: los chicos en el mar, en el zoológico, en la plaza, en la escuela y disfrazados. Entre risas e indicaciones a sus nenes, Norma cuenta que desde hace tres años es responsable de familia: “Antes de ser Madre SOS hay que hacer una capacitación. Yo soy muy mandona, y a veces veo que ellos hablan igual que yo, mandan igual que yo. Muchas veces cuando los escucho es como si me escuchara a mí”. Y enseguida agrega: “¿Sabés que dos de mis chicas ya me hicieron abuela? Jimena espera a Lara para dentro de unos meses y este de la foto es Tiago que nació en diciembre. ¡Ah, Juan es el encargado de cuidar todas las fotos!” Mientras tanto Andrés se apura otra vez y trae otra foto. La muestra y dice orgulloso: “Acá estamos todos juntos”.
Julia tuvo dos hijas que ya se casaron. Y ahí fue que Julia decidió retomar el trabajo de ser mamá, en su casa ahora son ocho: Macarena, Luciano, Lucía y Agustina, todos hermanitos que llegaron hace un mes; Lautaro, Dylan y Milagros que viven en la casa desde hace más tiempo, y Agustín. La casa de Julia es muy alegre. Entre todos decoraron las paredes de la cocina y del comedor con dibujos y recortaron flores de papel para las ventanas y las puertas. Todos ocupan un lugar activo. “Dylan y Lautaro están enamorados de la casa, y lo dicen así con un desparpajo bárbaro –cuenta Julia–; no ven la hora de pintar con dibujos las paredes de la pieza...”
La trabajadora social Débora Lombardi supervisa las visitas que hacen a Aldeas las mamás y los papás. Cuenta: “Hemos visto muchas veces que hay chicos que vuelven con sus familias y son ellos mismos los reproductores de cosas que han aprendido acá. El otro día un nene de cuatro años le mostraba a su mamá el colchón en el que duerme, y le decía: ‘Mirá, tenemos uno para cada uno. Y esto es un calefactor para no dormir con frío’. En el tiempo que estuvieron acá conocieron que otra vida es posible, y que se puede; aprenden a no conformarse con las cosas horribles que les han tocado vivir. Acá hacemos todo lo que podemos para que tengan una vida lo más feliz posible. Elías, por ejemplo, es un nene de Oberá, Misiones, que llegó con un grado de desnutrición muy severo. Su Mamá SOS le dedicó su tiempo con una entrega impresionante para que se recuperara y hoy Elías es un gran deportista. Compite en Atletismo con un gran nivel”.
Suena el teléfono y del otro lado le avisan a Julia que no hay clases en la escuela por el paro docente. Habrá que ir a buscarlos. “Este es un trabajo que me encanta hacer a pesar del sacrificio. Los chicos demandan mucha atención, pero entre compañeras nos ayudamos si tenemos que llevarlos al médico o a la escuela, o a hacer deportes. Mis hijas y mis nietas también vienen a verlos, se involucran y hasta hemos pasado las fiestas todos juntos. Esto es lo mío, es una vocación realmente. A veces están desbordados y hay que contenerlos y se complica bastante. Los chiquitos explotan cuando menos lo esperás, pero todos son muy sociables, colaboradores y cariñosos al extremo. Lo que les falta a ellos te lo dan a vos.”
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