Vie 03.12.2010
las12

ENTREVISTA

La decision de Carmen

La jueza Carmen Argibay adelantó a Las/12 que en el 2011 la Corte Suprema de Justicia de la Nación podría dictar una sentencia que termine con los debates en tribunales sobre los abortos no punibles. Y le pide al Congreso que se ocupe de la despenalización del aborto. Además, reivindica la decisión de Néstor Kirchner de mejorar la Justicia, aunque sigue reclamándole al Gobierno mayor presupuesto para que la Oficina de la Mujer, que ella dirige, trabaje más. Además tiene un sueño para concretar durante su mandato: terminar con la Justicia patriarcal.

› Por Luciana Peker

Sus piernas subían las escalinatas de Derecho desnudas o cubiertas por medias. No era su decisión, sino su obligación. Las mujeres no podían usar pantalones cuando ella estudiaba Derecho. No se imaginaban los que le cercenaban su derecho a caminar como quisiera que, aunque tuviera portación de polleras, ella iba a convertirse en la primera jueza designada en democracia para integrar el máximo tribunal argentino. Carmen Argibay tiene, ahora, 71 años, una madre a punto de cumplir 101, sobrinos/as de todas las edades y un futuro que no deja de mirar a un horizonte que siempre se le ocurre más lejano. O, mejor dicho, donde ella puede llegar más lejos. Allí donde se creía que no podía llegar. Sus ojos verdes que hoy iluminan el Palacio de Tribunales –donde las estatuas siguen mostrando a las mujeres con los ojos vendados– quieren ver más. “Voy a hacer un crucero a la Antártida”, dice, ambiciosa, pícara, vital y movediza. “No sé si vamos a poder bajar, pero al menos verla”, cuenta. Y se ilusiona.

Nunca se ilusionó (ni cuando era una estudiante, ni cuando estuvo presa del otro lado del mostrador de la Justicia) con integrar la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Pero ahora que llegó al máximo tribunal no tiene ganas de dejar pasar la oportunidad y tiene una ilusión: terminar con la Justicia patriarcal.

Por eso, dirige la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Y además de capacitar a integrantes del Poder Judicial, sensibilizar sobre el maltrato a mujeres violadas, explotadas sexualmente o maltratadas, también adelanta que, por primera vez, la Corte puede llegar a dictaminar –el año que viene– un fallo que, al menos, siente jurisprudencia en los casos de los abortos contemplados por el Código Penal.

¿Cómo siente el trabajo en la Corte Suprema de Justicia?

–Y... a veces a una le cuesta porque está muy cansada. Pero me siento muy contenta. La Justicia está cambiando y va a cambiar más.

¿Cuántos años tiene?

–Tengo 71 años.

¿Cómo es llevar adelante tantos años de trabajo?

–Estoy bien, por suerte el médico (Daniel Agranati) me ha dado un okey con las revisiones que me tengo que hacer periódicamente después del infarto de hace dos años. En el último estudio me encontró muy bien y estaba muy contento. Es verdad que le hago caso. Siempre le digo que es el único hombre que me puede dar órdenes.

No parece agobiada por la Corte, sino rejuvenecida.

–No estoy agobiada, hago lo que me gusta, descanso cuando tengo que descansar porque le hago caso al médico, tengo gente que me ayuda mucho a mi alrededor, me llevo bien con mis colegas lo que es agradable porque si no una está peleada con todo el mundo y el ambiente de trabajo se pone muy feo, trato de no estresarme, pero menos por cosas tontas.

FLORES SI, CRUCIFIJOS NO

Sus manos hablan mientras ella muestra la diversidad de sus colores. Sus dedos se pasean cuidados por dos anillos plateados. Su mano está dispuesta a dejarse ganar la pulseada por una pulsera violeta que le da varias vueltas, su cuello está enmarcado en un collar coral que aviva más la claridad de sus ojos, generalmente tapados por los anteojos, pero que resaltan mirándola de cerca. Los colores la visten. Sin presunción. La sencillez de su remera negra saca el protocolo de la silla alta de su despacho y de las fotos y cuadros con honores que ella combina con búhos, flores y una pollera animal print que la muestra como es: sencillamente aguerrida.

Los sentidos no se detienen sólo en sus sentencias. Tiene jazmines en agua en su escritorio que cambian la sensación de su oficina céntrica, muchas flores a su lado y un hornito aromático que ella también riega para que el aroma no se espante por las fojas y fojas de expedientes mientras la vela que dispara ese pequeño respiro no ahoga su llama. Ni ella mueve su sonrisa. Se ríe aún en las preguntas que no le gustan, pero que nunca la muestran jaqueada.

Ella no es una jueza tradicional (soltera, atea, pro despenalización del aborto), ni lo es su despacho. La fotógrafa le pide que pose al lado de las flores (los lirios) y ella acepta. No necesita preguntas para presumir por sus pequeñas revoluciones –a las que sus compañeros llamaban “las locuras de Carmen”–. Ella, aunque apurada, se presta. Y sonríe: “Vieron que tengo flores y no crucifijos, esa es otra de mis luchas”, enfatiza en alusión a su decisión de pedir que se quiten los crucifijos católicos de las salas de audiencia de todos los tribunales.

Nunca tuvo miedo de decir lo que pensaba. Antes de asumir, en el verano del 2005, mientras veraneaba en Miramar, causó el primer revuelo mediático cuando se declaró a favor de la despenalización del aborto. “Yo dije siempre mi posición. Me generó bastantes conflictos, pero vuelvo a reiterarla”, se planta. Su postura –sobre un tema que el 30 de noviembre tuvo su primera audiencia pública en la Cámara de Diputados y que está en la agenda de la Comisión de Legislación Penal para el debate durante el 2011– sigue clara. “Mi posición ya es conocida –reafirma–. El aborto existe y perjudica más a las mujeres más pobres. Hay varios proyectos en el Congreso y este es el momento propicio para dar este debate.”

Hablando en criollo, había un proyecto sobre matrimonio igualitario en el Congreso y otros amparos en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. ¿Si el Congreso se hizo cargo de aprobar el matrimonio igualitario, no sería justo que la Corte Suprema tome el guante en otro tema candente como la despenalización del aborto?

–Es que no es una cuestión de tomar el guante. Cuando se aprobó el matrimonio igualitario ya no tenía sentido tratar esos casos planteados en la Corte. Y por otra parte es al Congreso al que le corresponde cambiar la ley. Hay que tratar de evitar la muerte de jóvenes que por no haber tenido educación sexual enfrentan un problema que no pueden solucionar de otra manera. Y este es un momento propicio para la apertura del debate por la despenalización del aborto en el Congreso.

En la Corte Suprema hay dos planteos por casos de abortos no punibles, uno de La Pampa (en donde se pide que se declare inconstitucional el veto a la ley provincial 2394 sobre atención de abortos no punibles) y otro por el caso de la adolescente A.G. que se realizó un aborto, después de ser violada por su padrastro, en Chubut. ¿Puede haber sentencias en estos casos?

–Sólo sé que llegó el caso de Chubut y ahí es posible que se pronuncie la Corte. El aborto no punible está legislado hace más de noventa años.

¿Es posible que se siente jurisprudencia en el 2011 que sirva como antecedente para no seguir judicializando cada pedido de aborto legal como el de esta adolescente que decía que se iba a suicidar si no la autorizaban a interrumpir su embarazo?

–Yo creo que sí.

¿La Corte no va a mirar para otro lado en este tema?

–La Corte nunca mira para otro lado, sino que trabaja con los expedientes que llegan.

¿Se puede confiar en un dictamen que termine con las discusiones en torno del aborto no punible en el 2011?

–Me parece que sí.

¿Y sobre la despenalización del aborto en todos los casos?

–Ese es otro tema. No el de la causa que llegó a la Corte.

¿Qué pasa si quieren recusarla porque su posición sobre el aborto ya es conocida?

–Que me recusen. Pero sólo puede recusarme una parte interesada. Y en este caso, el expediente llega a la Corte por pedido de la defensa del niño por nacer. Pero el aborto ya se realizó, así que no hay ninguna parte interesada que pueda recusarme.

En el movimiento de mujeres le cuestionan la sentencia por Romina Tejerina, ya que esperaban que usted colabore con su libertad...

–Ufff, eso siempre me lo preguntan. Una cosa es defender a las mujeres y otra que siempre las mujeres hagan todo bien. Además, cuando llegó el caso no era como la prensa lo contaba. La Justicia hizo todo lo posible por reducirle la pena, si no era cadena perpetua, no era como los medios decían. La verdad es que los jueces hicieron todo lo posible por ayudarla.

¿Está de acuerdo con reimplantar en el Código Penal la figura de infanticidio que fue sacada y eso derivó en que a Romina Tejerina le correspondiera una condena que la tiene todavía presa?

–Sí, estoy de acuerdo con que exista la figura del infanticidio.

Si se logra cambiar la ley, como proponen distintas diputadas, ¿la nueva norma podría beneficiar a Tejerina?

–Sí. Todavía se está tiempo de que le toque a Romina porque le correspondería la pena más benigna.

LA LUCHA CONTRA LA JUSTICIA PATRIARCAL

“La Justicia patriarcal tiene que terminar”, enfatiza Argibay que es clara con sus palabras. Ella no ahorra críticas a los fallos machistas; montó una obra donde se mostró cómo el personal judicial maltrata a adolescentes abusadas, mujeres explotadas sexualmente o esposas maltratadas en el Congreso Nacional de Jueces, puso en marcha un nuevo protocolo de atención de abusos sexuales, denunció el techo de cristal para las profesionales en el ámbito judicial, creó la Oficina de la Mujer, capacitó sobre derechos de género al Poder Judicial y –de yapa– tiene el desafío de crear una nueva morgue en la zona de Comodoro Py.

¿La llegada de Elena Highton de Nolasco y usted a la Corte Suprema de Justicia de la Nación dio un giro en el tratamiento judicial hacía las mujeres?

–Sí. El hecho de llegar a la Corte te da lugar a hacer cosas. Elena Highton de Nolasco puso en marcha la Oficina de Violencia Doméstica y yo la Oficina de la Mujer. Con esto y el Protocolo de Atención a las Víctimas de Abuso Sexual que creamos cuando Eva Giberti vino a mi despacho preocupada por el trato a las víctimas y decidimos poner en marcha –en sólo cuatro meses y mientras el grupo de trabajo se reunía hasta los sábados en un café de la esquina del Hospital Alvarez– demostramos que cuando se quiere, se puede.

Pero tuvieron una controversia con el Gobierno por el reclamo de mayor presupuesto...

–Sí. Necesitamos más presupuesto. Por ejemplo, en la Oficina de la Mujer hay sólo siete personas y todos/as voluntarios. La Ley de Prevención y Erradicación de la Violencia hacia las Mujeres exige que haya presupuesto para las oficinas de las mujeres de todos los poderes del Estado. Por eso pedimos que no se recorte el presupuesto de la Corte ni el de la Oficina de la Mujer, en donde no puedo tener la gente que necesitaría para sensibilizar al Poder Judicial. Se hace lo que se puede, pero sólo hay dos personas para capacitaciones.

¿Qué siente a partir de la muerte de Néstor Kirchner?

–El fue el impulsor de la renovación de la Corte y eso hay que reconocérselo. El me designó como jueza de la Corte y le estoy agradecida. Pero la tarea de los jueces –y más de las mujeres– es ser ingratas. Decir muchas gracias y después hacer lo que hay que hacer.

¿Cuál es su mayor logro en la Corte?

–Yo creo que el mayor logro en la Corte es haber venido con una idea de lo que podía ayudar a transformar la Corte y que esa transformación se esté dando. No he logrado todo lo que quiero todavía porque los logros se calculan al final. Y creo que falta un tiempo. Pero todos estamos haciendo una buena tarea como equipo.

No son una Corte Suprema homogénea. ¿Cómo es la convivencia?

–Tenemos nuestras disidencias porque si todos tuviéramos siempre la misma opinión seríamos uno solo. Pero está bueno porque las disidencias a veces te afirman y otras veces te ayudan a cambiar. La rigidez no sirve. Una puede tener principios muy arraigados –que está bien– pero no hay que querer transformar en principios lo que en realidad son prejuicios. Nos matamos discutiendo en algunas cosas, pero no hay problema. Creo que esta Corte está logrando revertir la imagen que había de la Corte. Y eso es lo mejor.

¿Limpiar el Riachuelo y una Justicia menos patriarcal son dos de sus objetivos?

–Sí, son dos proyectos. Estamos haciendo todo lo que podemos. También somos seres humanos y necesitamos recargar las pilas.

¿Con qué recarga las pilas?

–Con los rompecabezas y la música que me encanta.

En su despacho hay cds de música clásica y en su casa un piano...

–Sí, porque mi mamá (Ana Rosa Carlé) tocaba el piano. Ya no. Tiene 100 años y vive conmigo. Y hay que cuidarla. Su familia es longeva: su padre se murió de 90 años y una de sus hermanas vivió hasta los 97 años. Y ella ahora está clínicamente muy bien. Faltan cinco meses para que cumpla 101.

No tiene hijos, pero sí muchos sobrinos...

–Sí, tengo hasta una sobrina bisnieta que es un encanto la mocosa. Tengo varios de mis sobrinos con los que me llevo muy bien y estamos mucho juntos. Es una de las formas de ponerse al día con las cosas de la juventud. Porque si una se aísla después se convierte en una vieja cascarrabias. Eso no quiere decir que vaya a los festivales de rock. Pero puedo entender muchas cosas porque tengo relación con mis sobrinos. La familia ayuda mucho. A veces una familia muy larga tiene muchos problemas también. Pero nadie dijo que la vida fuera fácil.

¿Disfruta de las vacaciones?

–Sí. Me llevo rompecabezas y una pila de libros a las vacaciones. Me voy a hacer un crucero, me voy a la Antártida, a refrescarme, a ese lugar tan especial.

Siempre hay un horizonte de llegar más lejos...

–Sí. Una aprende hasta el día que se muerte. Así que todavía tengo mucho que aprender. Espero.

Y se ríe largo. Como su viaje.

Ahora jueza, antes presa

Argibay confiesa que no le gusta el calor. Hasta que sufrió la gota gorda en un crucero, que realizó el año pasado, por Brasil. Pero Buenos Aires agobia y ella –sin aire acondicionado– mantiene su ventana –de aire, luz y tibieza– abierta. Tal vez es el encierro que dejó su huella. Ella fue presa política en 1976 –cuando tenía 36 años– en la cárcel de Devoto. “Nunca supe de qué me acusaban ni por qué era una persona peligrosa para la dictadura militar”, expresa. Pero revaloriza la solidaridad entre las presas, de las que le quedaron dos grandes amigas y se está por juntar con otra mujer, que era más chica que ella y le escribió para contarle de la importancia de su tranquilidad y liderazgo durante los meses de prisión. “Me sorprendió porque ella formaba parte de un grupo de chicas más jóvenes y revoltosas que nosotras”, confiesa.

¿Es la única jueza que alguna vez estuvo detrás de rejas?

–Creo que sí. La primera vez que me ofrecieron ser jueza penal pensé que no podía hacer eso porque sabía lo que era estar tras las rejas, pero después reflexioné que me iba a dar más cuenta que nadie cuándo mandar a prisión o no. Con el tiempo, en el Tribunal de La Haya, me tocó escuchar testimonios desgarradores sobre la violencia en la ex Yugoslavia. También cuando empecé a defender los derechos de las mujeres, mis compañeros hablaban de “las locuras de Carmen”. Pero ahora las locuras de Carmen ya no son más locuras. Son una nueva Justicia.

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