SALUD
El derecho a decidir de las mujeres que viven con VIH, su deseo de convertirse en madres sin que ese diagnóstico las estigmatice, alentó la creación de un nuevo servicio de fertilización asistida del Hospital Muñiz para evitar la transmisión dentro de la pareja al momento de la concepción, a pesar del abandono al que el gobierno porteño condena a los servicios de salud sexual y reproductiva.
› Por Juana Celiz
Cecilia nunca imaginó que iba a festejar la comunión de su hija como si fuera, no sé, algo importante. Y ni hablar de la fiesta de 15. Lo importante era que ella seguía viva. Supo que el VIH se había hospedado en su cuerpo cuando llevaba 6 meses de embarazo. El médico se lo dijo así: “Es la primera vez que voy a dar una noticia de éstas, disculpame, no sé cómo hacerlo”. ¿Y después? “Me sentía tan sola bancando todo... En el Hospital Fernández me encontré con un montón de minas embarazadas y en la misma situación. Ibamos en bloque: al curso del parto sin temor, al psicólogo, al infectólogo, al obstetra. Dentro de todo habían armado un lindo programa. Igual, la angustia era nueva, te sentías culpable, con ese dolor profundo.” Ellas iban pariendo y eran internadas en una sala aparte, aisladas, al lado del cubículo del personal de seguridad. “Dejaban tu carpeta ahí arriba, con todo escrito, venía tu familia y leía. Yo me había preparado mi bolso con todo, y ni siquiera mis sábanas me dejaron poner. Todo el preparto, 12 horas, estuve apoyada arriba de una bolsa de consorcio. Pasaba la enfermera y decía: ‘Esta es la que tiene hacheivé’.”
Tuve parto por vía vaginal: “No me pasaron el AZT, que ya existía. A los 8 meses supe que mi hija estaba bien, pero la doctora me hacía sacarle la ropa cuando la revisaba, ni la tocaba. Igual la gorda nació perfecta”.
Hacia fines de los ‘90, las historias de maternidad y paternidad entre las personas VIH+ fueron cambiando. Entonces empezó a comprobarse la eficiencia del AZT, aparecieron los tratamientos combinados. Se evaluó que preventivamente era mejor no dar la teta al bebé y se comprobó que evitando el parto vaginal se achicaban al 2 por ciento las chances de la transmisión vertical. “Los infectólogos se convencieron de que si la pareja tiene como proyecto vital tener hijos, uno no es quién para no acompañarlo con todo lo que tenemos. ¿A una persona diabética se le cuestionaría que quiera tener un hijo? Los médicos no tenemos la decisión de decir ‘vos sí, vos no’. El porvenir no lo conoce nadie”, asume Liliana Redini, infectóloga del Hospital Muñiz.
Redini dirige un nuevo servicio de ese hospital, que lleva apenas 6 meses de vida, pero se gestó en su cabeza durante los últimos 10 años. La idea: dar concepción asistida para parejas con VIH o serodiscordantes (en la que uno de los integrantes vive con VIH y no ambos). “Una oportunidad para muchas personas que hasta el momento no encontraban respuesta dentro del sistema público de salud –dice la fotocopia desteñida que entregan al entrar al Muñiz–. Así, se garantiza un acceso igualitario a prácticas de concepción saludables a todas las personas que lo soliciten, independientemente de su condición económica.” El equipo lo integran especialistas en psicología, biología molecular, andrología, derecho, infectología, ginecología, fertilidad. “Todos con un mismo compromiso: minimizar el riesgo de infección del otro miembro de la pareja, reforzar los cuidados preventivos y favorecer un embarazo y un parto sin complicaciones”, detalla la propaganda.
Con esta novedad, desde junio de este año todo tipo de parejas heterosexuales atraviesan el patio del hospital hacia el pabellón 22: la casita que está frente a la confitería. Gente sin obra social, parejas de profesionales... “Algunas han pasado por servicios de fertilidad privados, han tenido que pagar el acceso a la inseminación en más de una oportunidad, y siempre fueron infructuosas. También llegan con un grado de frustración importante por cómo fueron manejadas esas experiencias. Vienen porque saben que detrás de esto hay un equipo de salud desinteresado. Entonces por ahí tienen mayor esperanza”, señala la médica Redini.
También le llegó, vía mail (concepcio [email protected]), la consulta de una mujer VIH positiva que hace 9 años que conoce su diagnóstico, no tiene pareja y quiere ser mamá. Pedía un consejo. ¿A dónde ir? Los costos de los tratamientos la dejan afuera.
“Antes, el deseo de ser padres llegaba a ser tan fuerte que si no se programaba, caían en un fallido: se pinchaba el forro, se olvidaban de usarlo... El deseo era más fuerte que la opinión que podían tener los profesionales que escuchaban –cuenta Viviana Rocca, la psicóloga del equipo–. También vi casos en los que se había puesto toda la presión en la serología, y resultó que el otro tenía un problema de fertilidad... Muchos nos vienen a ver incluso antes de tener los resultados. Nos dicen ‘hablo un rato con ustedes y me tranquilizo’. Porque un hijo es vida. Trae una razón más por la cual seguir vivos, como le pasaría a cualquier pareja. Aun en situaciones muy duras de infectología, he visto madres que, en estado grave, pensaban con quién dejar a ese hijo, si había una hermana, alguien, quién se iba a hacer cargo, trataban de buscarle el mejor futuro.”
Los lunes son los días de consulta. Los martes, de inseminación. En estos casi 4 meses abrieron historias clínicas a 45 parejas. Once de ellas no pudieron seguir adelante por tener hepatitis C (que, a diferencia del VIH, sí llega hasta el corazón del esperma). Hasta hoy hicieron tres inseminaciones. Una ya dio positivo.
En el Servicio de Concepción asistida para parejas con VIH, primero interviene Mariano Perco, el especialista en medicina reproductiva, que estudia la fertilidad de la pareja. ¿Y después?
1. Cuando el varón está infectado. Sólo en estos casos, en realidad, se practica la reproducción asistida. Mediante un procedimiento se interviene el semen, se lo “limpia”. Luego se insemina a la mujer. Las chances de transmisión horizontal son nulas.
2. Cuando los dos viven con VIH. Evalúan si el tratamiento antirretroviral que ella recibe no está contraindicado en caso de embarazo. Calculan sus días de ovulación y les indican cuándo es conveniente tener una relación sin protección. ¿Y el riesgo de reinfección? “Es bajo, sobre todo si ambos están en tratamiento. Sugerimos esto porque la posibilidad de lograr un embarazo por métodos naturales siempre es más alta.”
3. Cuando la mujer está infectada. Le enseñan un método alternativo para hacer una “inseminación casera”. En vez de eyacular en la vagina, el hombre acaba en un frasco. Luego el líquido se aspira con una jeringa y él mismo lo introduce. “Se hace en la intimidad. Lo pueden repetir las veces que quieran porque no significa ningún riesgo para el varón”, dice la médica.
Es el único servicio de este tipo que funciona en Latinoamérica. “Ni siquiera Brasil lo tiene implementado a nivel salud pública”, dice con orgullo la infectóloga. En Estados Unidos lo intentaron alguna vez, pero por una mala praxis la mujer resultó infectada, y el caso es la excusa perfecta para negar el acceso hoy día. España e Italia fueron los pioneros. Por eso distintas organizaciones europeas tuvieron tiempo de reflexionar. Por supuesto, festejan el avance.
Los catalanes de Grupos de Trabajo sobre el Tratamiento de VIH, por ejemplo, se preguntan: “¿Se privilegia el derecho a la paternidad del varón viviendo con VIH?”. Señalan: “Vulnera el derecho a la reproducción de un buen número de mujeres con VIH: mujeres seropositivas con parejas masculinas o femeninas, con o sin VIH, y mujeres seropositivas sin pareja que desean tener hijos/as”. Y también comparan: “La reproducción asistida en mujeres con VIH es menos costosa y más segura, en términos de transmisión horizontal, que el lavado de semen en hombres seropositivos”. Y sus preguntas retóricas siguen: “¿Es un derecho que no se reconoce, que no pueden ejercer plenamente y está supeditado a los derechos de terceras personas, ya sea a su pareja masculina o a los hijos que han de nacer? Todo esto coloca a la mujer seropositiva en un plano de renuncia y culpabilidad”.
Mientras, los especialistas del Muñiz miran un costado positivo: “Siempre hablamos mucho, sobre todo de los temores –comparte la psicóloga Rocca–. La cuestión culpógena aparecía antes, por la posibilidad de la transmisión del virus. Hoy, un argumento se repite: ‘No quiero que a ella le pase nada, tampoco a la criatura’. Cuando aparece un pequeño riesgo de transmisión horizontal o el tema de hepatitis B, de parte de ellos hay una cerrazón. Es verdad: esta actitud no la ves siempre...”. Lo que no se “ve siempre”, para Rocca, es el cuidado de la pareja, la reducción de daños, varones que cuidan a sus mujeres....
En el hospital hay dos puertas que se miran de frente. Una de ellas es la que ocupa Redini, que tiene una voz suave con efecto anti-ansiedad; al lado de su escritorio hay una camilla ginecológica. Más allá, una computadora (que no anda), un teléfono (que no conecta a ningún lado), y una impresora divina (donada por un paciente).
En el cubículo de enfrente, además de los equipos donde le hacen el tratamiento al semen y un par de heladeritas, hay un cartel azul con letras blancas que nombra a las personas y empresas que, de forma particular y gracias a la gestión hecha a pulmón de la infectóloga inquieta, hicieron posible que empezara a funcionar este servicio. Donaron insumos y equipos.
“Todas las mujeres deben poder decidir si quieren tener un hijo o no. Y las que viven con VIH también tienen ese derecho, y hay que lograr que se respete. Siempre –confirma la médica Mabel Bianco–. Por eso no es cuestión de prohibirles tener hijos sino de tratar que, si quieren, lo puedan tener en el mejor momento. De ayudarlas con el acceso al tratamiento y su adherencia, así estarán en mejores condiciones alimentarias, biológicas y psicosociales para ser madres y criarlos. Pero también tienen derecho a planificar su familia: si no quieren tener hijos, acceder a la salud reproductiva. Y si tienen un embarazo que no pueden sostener, ayudarlas a que puedan practicarse un aborto seguro.”
Los primeros días de noviembre, FEIM (Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer), la organización que preside Bianco, denunció al Gobierno de la Ciudad por no tener información sobre los servicios prestados desde el Programa de Salud Sexual y Reproductiva durante 2007, 2008, 2009.
“Los datos no pudieron ser suministrados porque el Ministerio de Salud porteño no los tiene, ya que desde hace dos años no hay personal de estadísticas asignado a ese programa. El mismo sólo tiene cinco personas, no tiene personal administrativo y los profesionales están trabajando mucho para que los insumos, cuando los hay, lleguen a los servicios tanto de los hospitales como de los centros de salud”, dijo Bianco. Por supuesto, esta información es vital para poder planificar dichas políticas y luego monitorearlas.
Los últimos días de noviembre, la misma organización presentó un estudio hecho a nivel regional: “Dos caras de una misma realidad: violencia hacia las mujeres y feminización del VIH sida en el Mercosur”. Analiza, entre muchas otras cosas, cómo la violencia de género aumenta la vulnerabilidad ante el VIH. Y cómo, a su vez, el VIH sida es un factor de riesgo para sufrir violencia. Incluso violencia generada desde los servicios de salud. Entonces la sexualidad de las mujeres, eso tan íntimo, se hace público. Por eso subraya la importancia de que las políticas públicas sean integrales y atiendan los dos frentes al mismo tiempo.
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